Julio Manrique y Victor Pi. Foto: David Ruano

La burocracia no tiene rostro y las grandes empresas engullen a sus empleados en una kafkiana situación que en El virus (1988) toma el aspecto de una farsesca pesadilla. Nadie ha visto al director. El jefe de montaje, hace tres años que no aparece. Los empleados se mueven como robots que sólo reaccionan ante los ordenadores. Es la alienación, la de Tiempos modernos o la de la alta tecnología. No aporta nada nuevo el autor americano Richard Strand pero construye vivos diálogos y ágiles situaciones. El desencadenante de El virus es una simple pregunta de un empleado; quiere saber si le van a trasladar a otra sede de la empresa en una anodina ciudad. Pero las preguntas personales no están previstas en la empresa. ésta provocará diferentes e inusitadas reacciones en las dos secretarias y en el empleado enamorado del poder, guardianes los tres del invisible director. Todo adquirirá un tono de irracional violencia; se derribarán papeles y muebles, aparecerán pistolas, se producirán insólitas luchas, un despropósito bien organizado dramatúrgicamente hasta llegar a una alargada pero brillante situación final. Un espacio escénico largo y estrecho, muy cercano al público, nos obliga a "vivir" la cómica violencia de las escenas. Una iluminación de contrastes junto a un interesante espacio sonoro contribuyen a que nos sintamos casi sumergidos en la acción. Julio Manrique, el empleado que se atreve a preguntar, nos ofrece una gran interpretación. También es notable la capacidad de Laura Jou, Matilda Espluga y Víctor Pi para interpretar a esos seres mecanizados en la cara opuesta de cualquier naturalismo. El popular actor David Selvas, se estrena con El virus como director escénico. Consigue ofrecernos un espectáculo muy bien medido, muy bien interpretado.