Image: Al enemigo, ni agua

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Teatro

Al enemigo, ni agua

por Ignacio García May

10 junio, 2004 02:00

Ignacio García May

En España la cultura se reconstruye constante y sistemáticamente a partir de ruinas. Cada vez que un gobierno sustituye a otro la consigna es: arrasad. Y los sicarios arrasan y empiezan desde cero. En esta parodia de democracia, en la que la sumisión a los dictados de los partidos es más importante que la limpieza y la claridad de las ideas, el Otro es siempre, y sin excepciones, un enemigo. Las virtudes no pueden existir en el rival político; y si existen, deben ser masacradas, o enterradas bajo escoria. Por esto, y contra esto, quiero yo aquí escribir un agradecimiento público a Juan Carlos Pérez de la Fuente ahora que deja de ser director del Centro Dramático Nacional (CDN). Esto es: ahora que no se gana nada con el halago. Ahora que el cambio político dispara de nuevo sus mecanismos de defensa y demolición y que la gran escoba barre de nuevo el pasado.

Se ha dicho que, bajo su mandato, el CDN ha sido un teatro sin público, y particularmente ajeno a los espectadores jóvenes. Esto no es una opinión: es, simple y llanamente, una mentira. Y empieza a ser indignante el hecho de que en el teatro (y, por extensión, la cultura) de nuestro país se mienta con tanta impunidad sin que nadie mueva un dedo. No hace mucho, álvaro Del Amo escribía que en el lugar de la sala Olimpia no hay hoy más que un solar. No sólo no hay un solar, sino que se alza en ese espacio, a punto de terminar su construcción, uno de los mejores edificios teatrales del Madrid futuro. Pérez de la Fuente contestó adecuadamente a Del Amo pero, ¿por qué los que no saben hablan y se les escucha, mientras los que hacen su deber necesitan explicarse? Y puestos a responder, ¿por qué no lo hizo antes que nadie el propio Ministerio, depositario último de esa responsabilidad? ¿O bien algún representante cualificado de la profesión? Si Pérez de la Fuente no hubiera contestado, ¿habría permanecido la patraña sin corregir? El CDN ha llenado, y lo ha hecho con público precisamente joven. Y no lo ha conseguido con una programación fácil o a base de chequera (como lo está haciendo el Español de Mario Gas; pero nadie tiene cojones para decirlo porque son muchos los que hacen cola para recoger las migajas), sino con una serie de obras que a priori no resultaban nada sencillas. ¿Quién había apostado antes por el San Juan de Max Aub? ¿Quién habría pensado que era posible montar La Fundación no como un venerable clásico de los tiempos de la dictadura sino como una metáfora al estilo Mátrix capaz de seducir a espectadores jóvenes que no saben quién es Franco? Se ha dicho también que con Juan Carlos el CDN ha ignorado a la dramaturgia española contemporánea. Pero… ¡Si se ha programado a Aub y a Nieva, a Jardiel y a Buero, a Arrabal y a Gala, a Mayorga, a Marsillach y a Víllora e incluso al firmante de este texto! ¿Cuándo ha habido antes tanta presencia de la escritura nacional en el CDN?

Esto no pretende ser una hagiografía de Pérez de la Fuente; sus errores podrán analizarse en otro momento o lugar. Yo prefiero hacer aquí lo que en nuestra profesión, no sé si por timidez, o por pánico a definirse en un medio donde la ambigöedad es una defensa contra el cambio de chaquetas, no suele hacerse: agradecer lo bueno. Porque se pueden discutir las opciones tomadas y hasta los resultados de las mismas, pero no se puede negar que, por primera vez en mucho tiempo, se ha podido sentir que el CDN programaba desde una lógica, una coherencia, un por qué, y no desde ese capricho tan habitual de "ahora me apetece un Shakespeare y luego un Lorca y más tarde ya veremos". Pérez de la Fuente y su equipo, con la insustituible Rosario en cabeza, no han trabajado sólo para la vanidad y el currículo propio, sino que dejan detrás una herencia para que pueda ser disfrutada por quienes les siguen: recogieron un espacio teatral y se marchan dejando cuatro. Y, ya que ahora se habla tanto del talante, subrayemos que dejan también una forma de hacer basada en la cortesía profesional y no en la soberbia o el caciquismo. Por todo ello, y aunque no tenga mayor valor, deseo dejar constancia de mi agradecimiento; ahora, antes de que los bulldozers de la política y de la cultura circulen sobre el pasado para convencernos de que hay que empezarlo todo otra vez. Paradójicamente, a nuestro alrededor, la cacareada política de renovación teatral va concretándose en una decepcionante resurrección del espíritu de escaparatismo del 92, como si nada hubiera sucedido en doce años de teatro, como si no hubiera una generación completamente nueva de profesionales, como si el teatro no fuera un territorio libre sino una finca o una tarta que los sucesivos gobiernos reparten entre sus fieles... Es lo que tiene trabajar entre ruinas: acabamos convertidos en espectros.

García May es dramaturgo y director de la RESAD