Image: Las joyas de Balanchine llegan al Teatro Real

Image: Las joyas de Balanchine llegan al Teatro Real

Teatro

Las joyas de Balanchine llegan al Teatro Real

El Ballet de la Ópera Nacional de París en el coliseo madrileño

24 junio, 2004 02:00

Foto: LCare

El Ballet de la ópera Nacional de París llega el 30 de junio al Teatro Real de Madrid con Joyas, un programa sólo apto para compañías de gran virtuosismo y exigencia técnica. Se trata de tres coreografías -Esmeraldas, Rubíes y Diamantes- con música de Fauré, Stravinsky y Tchaikovsky, que reflejan la atmósfera de tres países en los que Balanchine desarrolló su carrera: Rusia, Francia y Estados Unidos.

En una cultura donde impera lo contemporáneo y las modas artísticas se mueven a velocidad de internauta existe el peligro de pasar por encima de grandes creadores que en su momento marcaron las pautas y cuya influencia ha sido fundamental para llegar adonde nos encontramos actualmente. La llegada del Ballet de la ópera Nacional de París al Teatro Real esta semana con Joyas (Jewels) de George Balanchine es un hito en la programación de danza de la ciudad y una cita obligada para el público sediento de ballet de alto nivel y por los incondicionales de la danza en general.

George Balanchine fue uno de los coreógrafos más emblemáticos del ballet neoclásico, si no el que más, y su huella está presente incluso en artistas de la danza que, conscientemente, no se lo han planteado. Joyas es una pieza ejemplar para ilustrar su talento como puente entre culturas y épocas. ¿Qué otro artista ha sabido aunar con tanta habilidad estética y talento las tradiciones de tres mundos tan distintos como son la Rusia imperial donde nació, la Europa ávida de vanguardismo pero celosa guardiana de sus tradiciones, y los Estados Unidos, país de energía a raudales y corta memoria histórica?

Hombre de patrias múltiples, entusiasmado por la cultura de su país adoptivo, amante de la música y de las mujeres, Balanchine volvió a Europa, y más tarde a Rusia, una vez establecido en EE.UU., para montar sus obras CON compañías como el Ballet de la ópera de París, cuna de la danza académica occidental, que literalmente incorporan la historia del ballet clásico y neoclásico.

Su relación con el Ballet de la ópera Nacional de París se remonta a 1929, cuando a causa de una neumonía Balanchine fue obligado a renunciar al puesto de maestro repetidor y a dejar la terminación de Las criaturas de Prometeo en manos de Serge Lifar, quien luego asumió la dirección de la compañía.

En 1947, cuando el New York City Ballet aún no había tomado su nombre y forma definitiva, Balanchine fue invitado a montar tres de sus coreografías (Apollon Musagète, Serenade y Le Baiser de la Fée) para la compañía parisina.

Tres actos sin argumento
Creó, además, Le Palais de Cristal, que más adelante se convertiría en Symphony in C y cuya referencia a las piedras preciosas y estructura sugieren una relación como precursora de Joyas. Desde entonces se han incorporado más de veinte coreografías suyas al repertorio. La última adquisición ha sido precisamente Joyas, creado en 1967 y estrenado por el Ballet de la ópera de París en 2000.

Este año en que se celebra el centenario del nacimiento de Balanchine (1904-1983) hay de todo: proyecciones, festivales, monográficos, publicaciones, testimonios... pero el mejor legado del emblemático coreógrafo ruso, nacionalizado estadounidense, es su obra: 425 piezas, incluyendo coreografías para teatro musical, reposiciones, cine y, en una ocasión, circo.

Joyas destaca primero por su calidad de ballet en tres actos sin narrativa. La música, siempre en primerísimo plano en las creaciones de Balanchine como referencia, marca el carácter de cada sección. Se cuenta que el coreógrafo se inspiró para la creación de Joyas (Joyaux, en francés) en el escaparate de la gran joyería Van Cleef & Arpels, donde un día, camino del teatro, se paró para admirar las vitrinas, cada una dedicada a una gema preciosa distinta: esmeraldas, rubíes y diamantes. Según la anécdota, la intensa curiosidad del señor que se quedaba mirando con tanta insistencia a las vitrinas a pesar de la lluvia empezaba a inquietar a las dependientas. Cuando un joven apuesto (acompañado discretamente por dos guardias de seguridad) le abrió la puerta y le invitó a entrar preguntándole por su interés en las joyas, Balanchine se presentó. El joven resultó ser Van Cleef hijo que, cuando se enteró de la identidad del curioso, se confesó gran admirador de todos los ballets del coreógrafo georgiano.

En 1967, cuando se preparaba el estreno, se anunció que el nuevo ballet del maestro tenía tres actos pero ningún argumento. Cada cuadro evocaba, sin intentar imitar, uno de los países que había acogido al coreógrafo a lo largo de su trayectoria.

Para el primer acto, "Esmeraldas", Balanchine utiliza la música de Gabriel Fauré de su Péleas et Mélisande y Shylock, para plasmar la esencia de la Francia elegante que se refleja en la moda y los perfumes de los grandes coutouriers. Lo creó pensando en la gran bailarina francesa Violette Verdy. Dividido en ocho secciones, está estructurado alrededor de dos parejas de solistas (Verdy, Conrad Ludlow, Mimi Paul, y Francisco Monción en el elenco original), un trío y un cuerpo de baile de diez intérpretes. Los tonos verdes del vestuario y de la iluminación, y el delicado carácter lírico de la coreografía sugieren un mundo onírico que recuerda a las grandes obras del repertorio del ballet romántico.

Coreografías vigorosas
El Capricho para Piano y Orquesta de Stravinski marca el tono de "Rubíes". Aunque según el coreógrafo no había ninguna intención de retratar aspectos específicos de la cultura estadounidense, la misma música lo sugiere. Balanchine señaló la pulsación insistente, llena de vigor y energía aún en los momentos de reposo de esta coreografía en tres movimientos según la partitura del compositor ruso. La sincopación, el brío, la energía rebosante del jazz, la seducción, el humor y un guiño a ciertos elementos formales del lenguaje del coreógrafo caracterizan esta pieza para una pareja, un solista y un cuerpo de ballet de doce. Balanchine lo creó para Patricia McBride, cuya intensidad le convertía en el perfecto rubí para el coreógrafo, con Edward Villela y Patricia Neary.

Con "Diamantes", creado para su gran musa Suzanne Farell, remonta al esplendor del clasicismo de la Escuela Imperial de ballet en Rusia, donde Balanchine recibió su formación, y el Teatro Maryinsky en San Petersburgo, donde gran parte del repertorio incondicional del ballet clásico fue estrenado. La blancura, las proporciones, la luminosidad y el gusto por la composición escénica grandiosa lucen en "Diamantes", una obra que, según los críticos ingleses Mary Clarke y Clement Crisp, podría definir la esencia del estilo del Ballet Ruso.

El Ballet de la ópera Nacional de París, actualmente bajo la dirección de Brigitte Lefèvre, encargó los figurines -el vestuario original fue creado por Karinska, fiel colaboradora y compatriota de Balanchine- y los telones al destacado modista Christian Lacroix para esta nueva producción de Joyas. Lacroix comenta que su labor ha estado "a medio camino entre la reconstrucción y la evocación".

Esta coreografía incorpora, como toda joya que se precie, facetas múltiples. El día 30 es una ocasión excelente para conocer a Balanchine a través de sus vivencias, sus musas, y su relación con la música, con el fin de, en sus propias palabras, "ver la música y escuchar la danza".