Image: Miguel Mihura

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Teatro

Miguel Mihura

Cátedra edita todo su obra

15 julio, 2004 02:00

Miguel Mihura. Foto: Alfredo

Adelantándose al centenario del autor, que se celebrará el próximo año, Cátedra ha editado un volumen que reúne por primera vez todo el teatro de Mihura y al que le seguirá un segundo con toda su obra en prosa. Por otro lado, la editorial Algaba acaba de publicar la biografía Mihura, humor y melancolía, de Julián Moreiro.

El teatro de Mihura es singular y digno de estudio; no digo con esto que los demás no lo sean, pero el de Mihura lo es más. La editorial Cátedra ha publicado un volumen con todas sus obras, 25, cifra nada desdeñable en un perezoso crónico según cuentan sus biógrafos y atestiguan sus propios testimonios. El autor de la edición de Cátedra, introducción y notas, es Arturo Ramoneda, cuyo estudio tiene la perspicacia de situar a Mihura ante las varias contradicciones de su vida y, por lo tanto, de su teatro. La primera, el antagonismo entre la naturaleza radicalmente vanguardista de su primer texto, Tres sombreos de copa, y el posterior asentamiento conformista del resto de su producción. De aquí nace todo lo demás; en especial el piadoso escepticismo, el descreimiento amable de sus personajes. Su indudable ingenio, su talento de dialoguista y su facilidad para visualizar la deriva dramática de una idea, apuntalan su humor que, en época de teatralidades mostrencas, resultaba refinado e innovador.

Una pluma de perdiz
Con todo, nunca tuvo Mihura una idea agitadora del humor al que definía de la siguiente manera: "Es un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone en el sombrero (...), es darse cuenta de que todas las cosas pueden ser de otra manera sin querer por ello que dejen de ser tal como son, porque esto es pecado y pedantería". Constatado por otra parte, que las estructuras sociales pueden anular al individuo, no trata Mihura de cambiar esas estructuras sino de blindar al individuo mediante la alienación, la sonrisa y el escepticismo pasivo. El individualismo de sus personajes no busca la confrontación, sino la huida. Así se explica que una sociedad pacata, ñoña y profundamente reaccionaria, en la que nunca logró Mihura sentirse cómodo y a gusto, aceptara sus obras e incluso se sintiera halagada por ellas. Mihura triunfó aunque fuera a costa de enterrar lo más personal y libre de sí mismo; es decir, la línea arriesgada de Tres sombreros de copa, texto escrito en 1932 y que nadie quiso estrenar hasta que, 20 años después, lo hizo Gustavo Pérez Puig con el Teatro Español Universitario (TEU).

Tres sombreros de copa es la cumbre y el abismo de Mihura; su gloria y su calvario. ¿Qué hubiera pasado de haber sido estrenada en el punto y hora en que fue escrito? Puede que, entre tanta crispación, no hubiera tenido éxito, aunque nunca se sabe. De la naturaleza e intenciones de esta obra da testimonio el propio autor: "Lo inverosímil, lo desorbitado, lo incongruente, lo absurdo, lo arbitrario, la guerra al lugar común y al tópico, el inconformismo, estaban patentes en mi primera obra". Hay una palabra clave en esta definición y defensa de Tres sombreros de copa: Inconformismo. Palabra que es tanto un concepto moral como un concepto estético. A ella se aferraba como un naúfrago Mihura. Tras el estreno con éxito de Pérez Puig y la reposición de Luis Prendes, poco después y con menos éxito, en el circuito comercial, Tres sombreros de copa se convierte en una referencia de los grupos universitarios; ello halaga al autor que vuelve a invocar el sagrado valor del inconformismo al hablar de este fenómeno juvenil: "Una bandera de inconformismo contra la rutina que (los jóvenes) tremolaban con entusiasmo".

Autor frustrado
Pero en el resto de su creación dramática, Mihura se conformó aunque sin grandes entusiasmos ni proselitismos. Ramoneda confirma esta actitud si bien aporta un matiz de comprensión exculpatoria: "El fracaso comercial de la primeras obras llevó a Mihura a ceñirse a un teatro en consonancia con los gustos de un público conservador, aunque sin halagarlo servilmente". Es inevitable amar a muchos de los personajes de Mihura, su desvalimiento y su esperanza engañosa. Es inevitable en la misma medida en la que este cascarrabias lúcido y acomodaticio inspira una piedad inefable: Mihura, un buen autor frustrado. Lo frustró una sociedad y un ambiente cultural cuyos fundamentos, ni en teatro ni en ninguna otra cosa, cuestionó nunca; una sociedad que, paradójicamente, nunca lo aceptó del todo. En sus escala de signos y valores, Mihura era poco más que un capricho, una pluma de perdiz que se pone en el sombrero.