Image: Santiago García y Arístides Vargas

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Teatro

Santiago García y Arístides Vargas

La experiencia de crear en colectivo, según los directores de La Candelaria y Malayerba

7 julio, 2005 02:00

Arístides Vargas (con camisa azul) y Santiago García, en la Casa de América de Madrid

Santiago García (Bogotá, 1928) y Arístides Vargas (Córdoba, 1954) comparten el triple oficio de autor, actor y director de teatro. El primero dirige La Candelaria, el grupo más conocido dentro y fuera de Colombia. Malayerba se llama el que Vargas fundó hace 24 años en Ecuador. Ambas compañías poseen una sala en su país y muchas de sus obras llevan la firma del colectivo, pues así entienden la creación escénica. Esta semana presentan en Madrid El Quijote (del día 8 al 10) y en Almagro La razón blindada (día 12).

La muestra "El Quijote en Iberoamérica", organizada en Madrid por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, ha traído a nuestro país a nueve de las compañías más relevantes de Iberoamérica. El próximo año será la sede de La Candelaria en Bogotá donde se reúnan algunas de éstas, ya que el grupo celebra sus 40 años de existencia con 40 días de teatro.

-¿Con qué intenciones nació La Candelaria ?
-Santiago García: En junio de 1966 nuestra idea era tener un grupo de teatro más o menos estable. Teníamos una sala alquilada que se prestaba a que hiciéramos variaciones, que era nuestro objetivo: hacer un teatro experimental, buscar un lenguaje propio. También conectar con un público popular, para lo que nos valimos de gremios y sindicatos. Nos llamábamos Casa de la Cultura pero dos años después compramos una vieja casa en el barrio La Candelaria de Bogotá y cambiamos el nombre.

Creación colectiva e individual
-En relación con el repertorio, han atravesado por varias etapas...
-S.G: Al principio nos interesó el gran repertorio universal, -Chejov, Esquilo, Shakespeare, Valle...-, montamos Marat-Sade de Peter Weiss antes que Brook la hiciera en cine, pero a los seis años, cuando ya teníamos nuestra sede y un grupo más o menos estable, resolvimos meternos por el azaroso camino de crear nuestras propias obras con el método de la creación colectiva. Así surgió Nosotros, los comunes, que llegamos a representar 400 veces. Y luego vino nuestro gran éxito, Guadalupe años sin cuenta, que estrenamos en 1975, inspirada en la guerrilla de los Llanos Orientales de los años 50; la representamos en multitud de países y dimos 1.500 funciones. Así nos dijimos que ése era el camino: montar nuestras obras con nuestros argumentos. En total hemos producido diez obras colectivas y doce de creación individual.

-¿Fue un proceso natural acabar creando en colectivo?
-S.G: Fue por deficiencia de una dramaturgia colombiana o iberoamericana, que era lo que nosotros queríamos montar y que no encontrábamos; es decir, por lo que llamaríamos sustracción de materia.
-Malayerba se crea en los 80. ¿Se encuentran con el mismo problema de falta de textos dramáticos?
-Arístides Vargas: Nuestro grupo se creó en Quito, muy influenciado por los trabajos de La Candelaria y el Teatro Experimental de Cali y por otros grupos que si bien no trabajaban en creación colectiva seguían una línea de colectivización ideológica que a mí me interesaban, como Galpón de Argentina. Hoy la situación es diferente, hay una dramaturgia importante que en los años tempranos de La Candelaria no había, quizá con la excepción del Río de la Plata, donde sí existía la figura jerárquica del autor.

-Cuando hablamos de creación colectiva ¿a qué nos referimos exactamente? ¿a un proceso de trabajo con ausencia de jerarquías?
-A.V: En nuestro caso es una especialización. Es asumir que la dramaturgia no vale más que la puesta en escena o la interpretación. El grupo Malayerba nace como grupo de creación colectiva y nuestras primeras obras se forman así. Pero la creación colectiva es como la ética: es la asunción individual de pautas de trabajo. Al principio, éramos jóvenes y queríamos hacer todo muy rápido, pero tardábamos dos años en montar una obra. Fue un largo aprendizaje que consolidó al grupo. En la actualidad, el trabajo de dramaturgia es personal, pero lo es entre comillas, ya que hay una colectivización permanente del proceso de trabajo. Y, además, seguimos con creaciones colectivas.
-S.M: La creación colectiva no es un método, sino una actitud, muy parecida a la que reinó durante la Edad Media. Es una estructura que va de abajo a arriba y que va sumando habilidades. Desconocemos quiénes son los arquitectos de las catedrales góticas, impresionantes construcciones que no tienen una individualidad. Yo creo mucho en la función del grupo en el arte, pero muchas artes como la literatura o la poesía no se prestan a ello. Inclusive en la música es muy difícil encontrar una composición de alta calidad compuesta colectivamente. En la danza y el teatro sí, y curiosamente se avecinan al concepto de invención de las ciencias, que organizan grupos de trabajo en torno a laboratorios. Y en este sentido lo entedemos en La Candelaria.

-En el caso de La Candelaria, acabaron refugiándose en textos de creación individual. ¿Por qué?
-S.G: Decidimos alternar los trabajos de creación colectiva con otros de creación individual para no quedar sometidos a un método, para no anquilosarnos y repertirnos. El arte es adverso a los métodos, el verdadero arte lleva a una permanente ruptura de normas y leyes, de actitud iconoclasta especialmente con lo que uno ha hecho. En nuestra última etapa hemos optado por montar obras a partir de textos clásicos, como Diálogo del rebusque, basado en textos de Quevedo. Esta experiencia de tomar un clásico y transformarlo en teatro moderno la repetimos en varias ocasiones hasta llegar a El Quijote.
-A.V: Después de una primera etapa en la que hicimos obras de Lorca, de Brecht, de Fo y adaptaciones de Robison Crusoe o del Retablo de las maravillas, estrené Jardín de pulpos, con la que tuvimos mucho éxito. Es una obra en la que hablo de la pérdida de la memoria. Luego llegó Pluma, La edad de la ciruela y Nuestra señora de las nubes, sobre el exilio, yo me fui de Argentina con 20 años y entonces, cuando debí hablar, no lo hice.

-¿Cómo se han enfrentado al Quijote?
-S.G: Tomar a Cervantes como si fuera colombiano y tratarlo como a una cosa propia, como se trata a los seres queridos, o sea, tratarlo mal. En nuestra experiencia con Quevedo descubrí que había numerosas palabras anacrónicas que siguen usando los campesinos del centro de Colombia, quienes hablan como en el s. XVI. Y en este espectáculo también aparecen campesinos hablando un idioma con una antigöedad verbal que el público de mi país reconoce. No sé cómo será en España.
-A.V: En La razón blindada he empleado varios materiales: un texto de Kafka sobre el Quijote que sostiene que el hidalgo fue una invención de Sancho; las narraciones de los presos políticos de la cárcel argentina de Rawson, quienes se valían de ellas para evadirse de la realidad y, por último, imaginamos a Cervantes que sigue el mismo ejercicio de los presos, ya que él comenzó a escribir la novela desde la cárcel.

Un caro sistema de trabajo
-Trabajar desde sus postulados exige un elenco estable. ¿Cuántos miembros forman sus grupos?
-S.G: Somos 18 personas, de los que uno es técnico, aunque todos hacemos un poco de todo, hasta vender boletos. La creación colectiva es imposible sin un grupo estable, es la única forma de matener la memoria colectiva que garantiza la creatividad. Pero nuestro sistema es caro: tenemos un repertorio de seis o siete obras, empleamos más de un año de ensayos y no tenemos subvenciones estatales ni queremos, porque no nos gustan las ataduras; tampoco queremos vínculo con empresas, que son peores. Preferimos ser pobres, pero honrados.
-A.V: Nosotros somos trece personas en total. Tenemos una sala en Quito y no tenemos ningún tipo de ayuda gubernamental. Recibimos ayudas de instituciones internacionales, pero vivimos de nuestro teatro, de talleres y publicaciones. En mi país hacer teatro se ha convertido en una responsabilidad moral porque el Estado, que debería hacerlo, no lo hace y tampoco nadie más.