Teatro

En prosa o en verso

Portulanos

20 octubre, 2005 02:00

Cada vez que llegan a Madrid la Royal Shakespeare Company (RSC) o la Comedie Française se las recibe con entusiasmo, aunque no siempre traigan espectáculos a la altura de su prestigio. Ese entusiasmo es una forma de sincero agradecimiento hacia una forma de trabajar, una tradición, un amor por el teatro. Tan espontánea recepción se enturbia cuando sujetos que jamás van al teatro empiezan a matarse en público por conseguir entradas para estos espectáculos, frivolizando su sentido; se envilece cuando estos majaderos, que no hablan inglés ni francés, al escuchar a los actores ingleses y franceses se consideran autorizados para dictar lecciones de interpretación. Por fortuna nada de ello llega a anular lo esencial: el tributo genuino del público a tan modélicos profesionales. Por otra parte tenemos aquí una excelente Compañía Nacional de Teatro Clásico y resulta que no se dice nunca. Y si uno la celebra en público le llaman mafioso, como nos sucedió a Yolanda Pallín y a mí, en una mesa redonda, durante el último Festival de Almagro. Lo digo y lo defiendo, en prosa o en verso, y ante el Tribunal de Estrasburgo, si es preciso: la diferencia única, aunque definitiva, entre aquellas compañías y la nuestra no está en la calidad artística, sino en el apoyo social y político, y por tanto, también económico, que reciben de sus respectivos países. En Gran Bretaña, para cualquier institución pública o privada, desde los bancos a Downing Street, la RSC representa lo más sagrado del teatro británico, su orgullo nacional. Para cualquier francés, desde el ciudadano de a pie hasta el ministro Sarkozy, la Comedie es una bandera que les personifica a todos. En ambos casos se trata de política cultural de estado, no de partido, algo que aquí no hay manera de entender porque, para eso, antes hay que tener cierto orgullo por la identidad nacional, y recordar que España no es el tren eléctrico de los huevones a los que les toque gobernar, sino el epicentro de una de las culturas más hermosas y formidables de la historia. Si los políticos, los ciudadanos y el Corte Inglés creyeran en Calderón tanto como en Fernando Alonso, la mitad del planeta estaría hablando en octavas reales.