Teatro

Amar después de la muerte

Autor: Calderón. Director: Eduardo Vasco

17 noviembre, 2005 01:00

Actores: Joaquín Notario, Pepa Pedroche, Jordi Dauder, Toni Misó, Miguel Cubero. Pavón. Madrid.

Parece imposible que con los nombres del pintor José Hernández , -uno de los grandes de la actual pintura española-, con la iluminación de Camacho, la dirección de Eduardo Vasco, y de actores como Joaquín Notario y otros compañeros mártires, el resultado no sea una obra excelsa; la aventura tiene además el apoyo logístico de todo el aparato de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el prestigio dorado e incólume de don Pedro Calderón de la Barca. Y lo que estos días se ve en el Pavón no es, precisamente, una obra excelsa. A lo peor, con perdón, es cosa de Calderón; a lo peor esta tremenda historia de amor y de muerte, de moros y cristianos, no da para más, salvo para constatar que la confrontación de civilizaciones y su deseable hermandad viene de lejos. A lo peor, y esto me temo, la sensibilidad de Eduardo Vasco no ha calado en las profundas simas de los personajes calderonianos.

Llega esta ética sangrienta y guerrera del Tuzaní de la Alpujarra, cuando arde el mundo y la morería se apresta a la lucha contra la cristiandad; o a la inversa, que es lo que ha ocurrido casi siempre. Y arde también, en este cruento texto, las cimas y los valles de la Alpujarra; la montaña granadí es un bastión inexpugnable representado aquí por un juego de paneles que suben y se abaten y semejan el campo de batalla. Lo mejor de este laberinto, cuyos recovecos inducen a la confusión de los ejércitos en el combate, son las delicadas y cálidas tonalidades de la pintura de Hernández y el vestuario de Rosa García Andújar; más como espacio escénico resulta en exceso laberíntico. Y lo más sólido de esta función sobre honores agraviados, cristianos altaneros y moros en armas, Joaquín Notario, el Tuzaní vengador. Un marido enamorado, como Dios manda, perdonado tras el crimen porque las venganzas de amor no son pecaso sino virtud; éstas rinden homenaje a la amante y restauran el deteriorado honor, a la vez que exaltan la generosidad de los cristianos vencedores.