Teatro

Salam, Bagdad

Portulanos

17 noviembre, 2005 01:00
Salam, effendi! Bienvenido a Bagdad. Aquí, en todos los tejados hay un francotirador dispuesto a coserte la piel a balazos. Si te mueves, porque te mueves, y si no, por quedarte quieto. Y cuando se acaben las balas, sidi, te tirará el rifle a la cabeza, o un ladrillo. Lo que sea, con tal de joder. A quien sea. Como sea. Es la regla en Bagdad. Mira el caso del premio a Hamelin. Acusaciones, descalificaciones, desprecios: cualquier cosa menos reflexión serena. Yo no soy admirador de Animalario, sobre todo desde que en La boda de Alejandro y Ana se burlaron de la derecha pero no tuvieron valor para hacer lo mismo con los polanquistas que también participaron en aquel sarao. Pero, con todo, son una compañía de teatro, y no la banda de John Dillinger; Mayorga es, indiscutiblemente, uno de los dramaturgos mayores del teatro español contemporáneo; y en el jurado había simpatizantes de este gobierno (lo cual, por cierto, tampoco les convierte en forajidos) pero también personas tan furiosamente independientes como Paloma Pedrero. La politización en este país llega a un extremo tan enfermizo que ya ni es posible saber si un espectáculo merece la pena o no: sólo interesa si lo han hecho los nuestros o los otros, sean quienes sean esos otros.

Es cierto que en nuestra bella profesión hay golfos que venderían a su madre por una subvención, y que se pasean por la vida disfrazados de Ché Guevara como los americanos de Elvis en los hoteles de Las Vegas. ¿Y en cual no? Lo que de ningún modo resulta aceptable es que algunos aprovechen sistemáticamente estas cosas para acusarnos a toda la profesión teatral de rastreros, de vendidos, de corruptos. Es una generalización injusta e idiota, banal, como si yo escribiera aquí que todos los políticos son unos ladrones, todos los periodistas unos sobornados, todos los médicos unos incapaces, llevándome por delante a los profesionales honestos y eficaces. Por lo demás, ¿qué aporta ese tipo de reflexión? Pero esto es Bagdad, sidi. Cadáveres en todas las calles y francotiradores en todos los tejados. Ser francotirador es fácil. Lo difícil, effendi, es siempre la reconstrucción. Porque es lo que menos le importa a nadie.