Teatro

Un Woyzeck luso

El Teatro Nacional de Oporto actúa en La Abadía

19 enero, 2006 01:00

Ribeiro firma la bella y limpia escenografía

Woyzeck, de George Böchner, se compone de 27 escenas inconexas. Un texto que proclama una especie de sociologismo político de la patología y con el que se presenta por primera vez en Madrid el Teatro Nacional de Oporto.

El Teatro Nacional Sao Joao, de Oporto, dirigido por Ricardo Pais, trae a la Abadía el día 25 un texto inquietante, un hito de la dramaturgia universal; una pesadilla y un enigma: Woyzeck, de George Böchner. La obra esta dirigida por Nuno Cardoso, joven figura de la escena lusa que dirige la segunda sala del citado Teatro, el Teatro Carlos Alberto, dedicada al teatro contemporáneo portugués.

Muerto a los 23 años, Böchner, rompió con Woyzeck, con La muerte de Danton y con Leonce y Lena los esquemas del teatro. Woyzeck es apenas un apunte, un bosquejo incompleto. Pero un apunte germinal, una semilla de la que ha brotado una revolución y muchas revoluciones. Los escritos de Böchner caben en muy pocas páginas y las de Woyzeck apenas llegan a una veintena. Fue estrenado en 1913, 75 años después de la muerte de su autor. Y desde entonces se ha convertido en un mito, en una pieza de culto: 27 escenas inconexas que ha sido necesario reconstruir y dar forma. De ahí la denominación de "obra abierta"; más que abierta, inexistente como tal: una pesadilla, la fulguración sombría de una alucinación. George Böchner se inspiró en un hecho real: "el caso Woyzeck", una víctima de sus fracasos, un marginado. Y un asesino; Woyzeck mató a su amante y fue decapitado en Leipzig en 1824. El Woyzeck que nos ha llegado, el soldado cobaya, es una obra inconclusa y fragmentada, una macabra ensoñación, informe y sin articular. Pero tiene la coherencia de un trallazo, la desazón de una quemadura. Puede que obras como Yo, Pierre Riviere, otro asesino, basada en textos de Michel Foucault (Deliciosa Royala y Vicente Díez) deban mucho a Woyzeck; y Roberto Zucco, de Bernard-Marie Koltés, también: el fondo desgarrado de un asesino, la amarga savia que, de una manera u otra, alimenta los abismos de un teatro social sin concesiones. Woyzeck no es sólo una confrontación entre fatalismo y azar, entre consciencia e instinto; es la turbadora representación de la tragedia del ser humano que no puede escapar a las fuerzas, sociales o patológicas, que lo aniquilan: una especie de sociologismo político de la patología. El ideario de estos apuntes inconexos es cómo todo crimen pasional es, en realidad, una tragedia social: el hombre como resultado de las condiciones en que su vida se desarrolla.

Woyzeck es una especie de apocalipsis alucinógeno. El personaje real fue ejecutado, pero en el drama no queda claro el desenlace. Las distintas ediciones, la imposible sistematización de un pensamiento y de un lenguaje escénico -sencillo en su formulación, pero complejísimo en el fondo- ofrecen distintas variantes: suicidio, detención y ajusticiamiento, o muerte por accidente, ahogado al tratar de ocultar el arma del crimen.

Desenlace abierto
Suicidio o detención responderían a una especie de "justicia poética", entre el castigo y la autopunición, improbables en Böchner. Y parecida consideración merece la muerte por accidente. Al menos, eso es lo que piensan, entre otros, Knut Forssmann y Jordi Jané, basándose en un texto de Werner R. Lehman, considerado canónico y definitivo.

El desenlace más comúnmente aceptado es un final abierto, más propio de Böchner: la soledad sin paliativos, la amargura, el abismo insondable de los hombres sin asideros. Es significativa la afirmación del propio George Böchner, referida a Lenz, su obra narrativa, tan inconclusa y fragmentada como Woyzeck: "nada, sino la oscuridad, nada; él mismo era un sueño". Aparte de un sueño maldito, y genialmente germinal, nadie sabe lo que hubiera sido Woyzeck de no mediar la prematura muerte de Böchner.