Teatro

Comparativa

Portulanos

16 febrero, 2006 01:00

En París, en todas las tiendas de la FNAC hay una sección, y no pequeña, de grabaciones de espectáculos teatrales. En Madrid, ni en la FNAC, ni en el Corte Inglés, ni en el Sabeco, vaya. En París, cualquier librería generalista tiene un departamento de teatro y artes escénicas donde uno localiza con facilidad libros que, en Madrid, no se encuentran más que en un par de establecimientos extremadamente especializados, y eso si se encuentran. En París hay alrededor de 90 teatros, muchos de ellos con dos o incluso tres salas. En Madrid, ejem, ejem. En París hay teatros que programan teatro contemporáneo de forma habitual y no sólo no son salas alternativas sino que se encuentran entre los espacios mejores, más modernos, mejor dotados, e incluso más chic de la ciudad. En Madrid, jua, jua, jua. En París a nadie se le ocurre que un cambio de partido en el gobierno conlleve por obligación el cambio de los equipos de los teatros públicos, porque hay una cosita llamada Razón de Estado según la cual la imagen global de la cultura francesa está por encima de los intereses puntuales de partido. En Madrid, sin comentarios.

Porque aquí la derecha, que se ha creído todo lo que dicen de ella y tiene unos complejos monstruosos, o no hace nada, o, lo que es muchísimo peor, se pone a imitar las veleidades de la izquierda. Modelo Gallardón, que ya le vale, haciendo tantos agujeros en la cultura como en la M-30, o como Aguirre, que sigue sin explicar qué va a hacer con el Canal pero ahora tiene prisa por homenajear a la Movida, que fue la mayor estafa cultural vivida por este país en toda la democracia. En cuanto a la izquierda, como ya sabemos todos que la superioridad moral les produce jaqueca, y que tienen derechos (de autor) adquiridos sobre todo lo que tenga que ver con la cultura, pues, cuando gobiernan, se limitan a calentar el asiento, y, cuando no, mandan a figurantes con frase como el tal Simancas para prometer cualquier cosita que permita ir tirando. Vamos a tener que exiliarnos a París, pero esta vez no será Franco el que tenga la culpa. Oh, la, la!