Teatro

El nuevo Olimpia entra en escena

16 febrero, 2006 01:00

Antonio Heredia

Valle Inclán se ha convertido en un auténtico inaugurador de teatros. Una adaptación operística de Divinas Palabras reabrió el Real de Madrid y el mismo título sirve para estrenar el teatro -la previsión es hacerlo el próximo día 23- que hoy se erige sobre las cenizas de la que fue sala Olimpia y que ha sido rebautizada con el nombre del autor gallego. Gran responsabilidad para la actriz Elisabet Gelabert, cuarta Mari-Gaila que muestran los escenarios madrileños después de que Nati Mistral (1961 y 1986), Nuria Espert (1977) y Kiti Manver (1998) la encarnaran en el pasado. Pero sobre todo para Gerardo Vera, director del Centro Dramático Nacional, pues hereda dos sedes completamente renovadas (el María Guerrero y el, ahora, Valle-Inclán) que le dan la oportunidad de armar un repertorio que concilie teatro universal y vanguardia.

Con un María Guerrero totalmente restaurado y un teatro de nueva planta como el Valle Inclán, el Centro Dramático Nacional (CDN) dispone ya de un precioso escenario a la italiana y otro moderno adecuado a las técnicas de representación contemporáneas, además de dos salas para acoger espectáculos de pequeño formato. Es de justicia reconocer que tanto la restauración del María Guerrero, -cuya construcción de 1885 nunca fue rehabilitada de forma integral por ningún equipo de los que lo dirigió antes de 1996-, como la edificación del nuevo Teatro ahora bautizado Valle-Inclán se deben al empeño de Andrés Amorós y de Juan Carlos Pérez de la Fuente, el anterior director del Inaem y del CDN, respectivamente. Fue este equipo, en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid que dirigía entonces álvarez del Manzano, quienes firmaron un convenio en 1999 para que el municipio se hiciera cargo de la construcción del teatro Olimpia dentro del programa de rehabilitación que lleva a cabo en la zona de Lavapiés; el proyecto tenía especial interés por su proximidad al nuevo Centro Reina Sofía y al área museística Recoletos-Prado; el programa municipal incluyó también la edificación del Circo Estable de Madrid, entre otros edificios. Seis años después de haber comenzado las obras, que realmente fueron proyectadas hace diez, el Ayuntamiento hace balance: 12 millones de euros invertidos en la construcción, incluyendo el realojo de los locales comerciales que había anejos al antiguo edificio. Por su parte, el Inaem ha invertido cerca de ocho millones de euros para adquisición de equipamiento.

Tras la demolición de la sala Olimpia, la operación fue entonces pasto de rumores (se llegó a decir que el solar se iba a dedicar a un centro comercial o a un aparcamiento). Algunas voces tampoco aceptaron que la sala, abierta en 1926 y diseñada por el arquitecto Secundino Zuazo (autor también de la Casa de las Flores de Madrid), fuera derruida. Pero adolecía de espacios auxilares, no cumplía normas de seguridad y durante las representaciones lo habitual era oír los ruidos de la calle. Y es que la Olimpia fue inicialmente un cine que se transformó en teatro en 1979, a instancias de la Asociación Cultural La Corrala. En 1985 se convirtió en escenario de referencia del teatro de vanguardia, al ser sede del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas.

El doble de espacio. Sobre sus cenizas se levanta hoy un sobrio y geométrico edificio, obra de los arquitectos Ignacio García Pedrosa y Angela García de Paredes (discípulos de José María García de Paredes, impulsor de los nuevos auditorios en España), que dobla el espacio disponible de la sala antigua. A la luz del día destaca la combinación de hormigón, cristal y pizarra del edificio, que en la noche se transforma, gracias a su fachada de cristal, en una gran linterna sobre la plaza de Lavapiés. Su interior es un ejercicio de racionalidad. El vestíbulo, revestido de madera, tiene acceso por tres puertas a la sala grande, una enorme caja negra con un aforo de 515 plazas distribuidas en gradas retráctiles. El escenario, de 16 por 11 metros, tiene un sistema hidraúlico que permite modificar su disposición, variar su pendiente o incorporar el suelo de la sala a él; además, que tenga acceso directo a la calle abre muchas posibilidades a los escenógrafos porque permite entrar grandes volúmenes. En el piso superior se encuentran la segunda sala, llamada Francisco Nieva, que reproduce las condiciones del escenario grande aunque su aforo es de 150 espectadores, y un tercer espacio concebido para conferencias, talleres o presentaciones. Camerinos y duchas, así como locales auxiliares y almacenes se sitúan en el sótano. El teatro no es sólo un lugar de exhibición, había una necesidad imperiosa por ganar espacio para ubicar a los equipos de producción concentrados en el María Guerrero; tras la inauguración, se trasladarán a él. El destino que Gerardo Vera, actual director del CDN, dará a esta sede es,al cierre de esta edición, una auténtica incógnita (no ha querido contestar a El Cultural). Lo único claro es su decisión de bautizarlo de nuevo; y da pena sustraerle su antiguo y bonito nombre (con el que los griegos de la Antigöedad designaban el santuario de Zeus) y, de paso, cambiarle de sexo.

Lógica rota
Respecto al uso de las dos sedes del CDN, parece razonable que se destine al María Guerrero aquellas obras del repertorio universal ideadas para un escenario a la italiana, mientras en el Valle se exhiban aquellas otras más experimentales y que exijan de artificios escénicos. Pero la programación que anuncia hasta finales de esta temporada no cumple esa lógica. Tras Divinas Palabras, la sala grande exhibirá Cruel y tierno, de Martin Crimp, y la pequeña Barcelona mapa de sobras, de Cunillé, y De repente, el últimos verano, de Tenesse Williams. Vera ha dicho que este teatro será el lugar natural para los autores contemporáneos, con los que ha querido experimentar en la sala de la Princesa del María Guerrero (el futuro de esta pequeña sala, que el anterior equipo abrió en lo que había sido la cafetería, también es un misterio pues se ha rumoreado que iba a ser cerrada). Los cuatro nuevos escenarios van a exigir al CDN aumentar sus producciones, más todavía cuando Vera es partidario de que las compañías invitadas estén presentes excepcionalmente. Sin embargo, esta temporada ha tenido que recurrir a ellas tras la inexplicable suspensión de Decadencia.


Calidad funcional, urbana y espacial
Todos aquellos que vivimos en una ciudad que parece que se está haciendo bajo el suelo por las numerosas obras destinadas a los coches, dando la impresión de que todo el dinero público se entierra, deberíamos mostrar una enorme satisfacción cuando se finaliza un edificio público. Y si el edificio es un espacio destinado a albergar un teatro, el nuevo Olimpia, y si además se ha realizado con medios económicos mínimos para lo que este tipo de infraestructuras culturales requieren y el resultado obtenido nos ofrece una calidad funcional, urbana y espacial fuera de lo normal, por buena, la satisfacción debería ser doble.

ángela García de Paredes e Ignacio García Pedrosa consolidan un espacio urbano en pleno barrio de Lavapiés en el que se ubicaba la antigua sala Olimpia. Construyendo allí donde hay que hacerlo e insertando espacios vacíos en el resto: los grandes volúmenes de la nueva sala y peine del escenario se adosan a las medianeras descarnadas existentes para reconstruir la manzana, el nuevo edificio se descompone en distintas piezas para adaptarse mejor a la difícil geometría triangular del solar y se libera parte del mismo para crear un espacio público previo, que se convierte en una prolongación natural de la Plaza de Lavapiés.

De este modo encontramos un pequeño y ajustado vestíbulo de bienvenida, vertical y luminoso, comprimido y austero, muy distinto por su tamaño a lo que cualquier persona podría asociar con este tipo de edificios. En su interior, uno es consciente de que el verdadero vestíbulo es el espacio exterior vacío creado delante, un espacio necesario en un barrio que no cuenta con demasiados, y según va recorriendo el edificio, es consciente también de la habilidad e inteligencia con la que trabajan estos arquitectos al observar sus detalles constructivos y los materiales empleados: la flexibilidad de la sala principal, que como ellos mismos dicen se trata de un "amplio contenedor con el único límite de la imaginación", y que permitirá reproducir desde el más convencional hasta el más sugerente montaje escénico; las aberturas visuales que desde el interior se producen hacia el barrio, con una fachada que se viste durante el día con los reflejos de alrededor y que en la noche parece desnudarse dejando ver los espacios interiores envueltos en pizarra y madera.

Y podríamos seguir enumerando pequeños detalles y operaciones, como la ajustada separación de las medianeras colindantes para ser respetuosos con los huecos abiertos aleatoriamente en ellas, la elección de las carpinterías, la escala urbana del edificio, la generosidad en las zonas de camerinos, o las relaciones visuales producidas en el mencionado vestíbulo. Quizás lo mejor sea acercarse, verlo y disfrutarlo, para una vez allí ser verdaderamente consciente de que en esta nueva Olimpia, fruto del trabajo y dedicación, se ha producido un milagro. Raúl DEL VALLE GONZáLEZ


Valle, el inaugurador. Divinas palabras abre el buevo Olimpia