Teatro

La estupidez

Portulanos

23 febrero, 2006 01:00

Intentando justificarse ante el Alto Tribunal de la Corrección Política, que les atribuye el haber hecho con Amparo Larrañaga un personaje sexista, los productores de la serie Fuera de control han respondido de un modo que me deja atónito: no es que el personaje protagonista en cuestión sea poca cosa, sino que todos los demás andan en la misma cuerda. Cito textualmente, del periódico, la descripción del reparto: "la jefa es despótica, (...) hay otro jefe por encima de ella que es aún más déspota (...) una trepa envidiosa (...), el presentador ególatra y estúpido, el productor chorizo y poco higiénico, un realizador pelota, el director dictatorial y un enchufado torpe y atontado". Toda una invitación a ver la serie, caray, que, por lo demás, tiene mucha audiencia.

En su libro canónico, Robert Abirached hace un repaso del concepto histórico de personaje; en otro volumen más reciente pero igualmente notable, Cesar Oliva insiste en este terreno. Leyendo ambos sacamos una conclusión: la historia del drama está llena de personajes canallas, asesinos, traidores, cobardes, sí. Pero, parafraseando al gran Jean Renoir, todos tienen sus razones; y eso es lo que les ha hecho inolvidables. Desde Esquilo hasta Beckett, los defectos y las carencias de los hombres han sido materia de profunda reflexión a partir de la cual tantear en el alma humana. Por eso Jean Pierre Miquel, soberbio director de escena, pudo decir que la historia del teatro es la historia de la inteligencia humana. Sin embargo, la escritura dramática actual (y uso este término en su sentido más amplio: teatro, cine, tv) parece engolfarse en la descripción del garbancerismo, de la banalidad y de la mediocridad. Hombres blandos y llorones, mujeres histéricas que no saben qué hacer con el aburrimiento de sus vidas, adolescentes mentecatos, viejos que jamás aprendieron nada, gente sin virtudes y con defectos tan insustanciales que ni siquiera pueden aspirar al título de auténticos villanos. El perfecto espejo de una sociedad de políticos chusqueros, artistas de tres por el precio de uno, famosos de alpargata. Hasta con la idiocia Shakespeare compuso sus bufones y Valle el Fuso Negro. Hoy, a lo más que llegamos es al nivel del Neng.