Teatro

Pleamar

Portulanos

30 marzo, 2006 02:00

La Royal Shakespeare Company (RSC) anuncia en su programación de 2006 sendas producciones de La Tempestad y Antonio y Cleopatra, protagonizadas por Patrick Stewart. Seguramente este nombre no dirá mucho a los aficionados al teatro españoles; pero si recordamos que se trata del capitán Piccard, de Star Trek, y del estoico Profesor Xavier de X-Men, entonces dirán: ¡Ah, caramba, ese tipo calvo! Y entonces vendrá la segunda parte: ¿qué hace un actor del cine comercial americano en tan venerable institución? La respuesta es que se trata de lo contrario: Stewart fue uno de los actores que, en los setenta, convirtieron a la RSC en una compañía legendaria, y sólo después se ha hecho famoso con estas películas. Sucede algo parecido con Ian McKellen, intérprete internacionalmente popularizado como el mago Gandalf del Señor de los anillos, o Maggie Smith, que enseña magia a Harry Potter, o Judi Dench, la mejor actriz del teatro clásico inglés, a la que todos conocemos como M, jefa de James Bond, o incluso el grandísimo Alec Guinness, que ya es para siempre el viejo y sabio Obi Wan Kenobi, maestro de Jedis. Los actores británicos, como los franceses, (Auteil, Adjani, Vincent Pérez, Huppert, Noiret) transitan del Gran Teatro al cine comercial con tranquilidad y exquisita profesionalidad. Siguen al pie de la letra el adagio de Stanislavsky sobre la inexistencia de papeles pequeños: no importa si uno hace de Hamlet, de gangster o de supervillano, lo que importa es hacerlo bien.

Aquí tendemos a separar con una profunda zanja lo "cultural" y lo "comercial", convirtiéndolos en territorios incompatibles. Pero Flotats estuvo espléndido en Boca a Boca, y la intensidad de Pou y Casablanc convertía a Policías en un auténtico noir. ¡Qué gratificante es ese libre flujo de las mareas! Me gustaría ver a Pepa Pedroche haciendo de espía internacional, a La Valdés de jefe de laboratorio en una de ciencia ficción, o a Nuria Espert en una producción para niños, saltando por encima de los prejuicios que nos ahogan. Talento actoral tenemos. Falta imaginación a la hora de construir los argumentos, y, desde luego, sobra rutina en la forma de hacer los repartos.