Teatro

Kali-yuga

Portulanos

11 mayo, 2006 02:00

Conozco a bastantes personas que se presentan como actores aunque nunca se han ganado la vida con esa profesión, y, presumiblemente, nunca lo harán. También a unos cuantos directores que, cuando hablan de sí mismos, se ponen en el mismo nivel que Strehler o Brook, pese a que lo único que han hecho es montar una lectura dramatizada en una escuela o en un centro cultural. ¿Y qué decir de esos dramaturgos que hablan pomposamente de "su Obra", pero nunca han estrenado (afortunadamente, diría yo) ninguno de los cincuenta y dos textos que guardan celosamente en un cajón? Toda esta gente tiene varias cosas en común: para empezar, un enfermizo y terco rencor hacia los colegas que sí trabajan de verdad y habitualmente. También están convencidos de que ellos lo harían mejor si no fuera porque el mundo entero, incluyendo al fantasma de José Bódalo, la sombra de Benavente, y el monje albino de Dan Brown, conspira contra ellos para que no perseveren sus animosas carreras, así que exigen su "espacio propio", un ghetto donde vivir al margen de las crueldades del mundo practicando su arte no intoxicado por la pérfida comercialidad. Es obvio que no saben mucho de ghettos, porque si no, digo yo que no lo pedirían. Naturalmente, la idea de que alguien tenga más talento o más capacidad de trabajo que ellos no se les ha ocurrido. Por lo demás, esa pobre gente es la consecuencia triste y lógica de este kali-yuga en el que a diario se le prometen duros a pesetas a todos los ciudadanos. En un país que airea los chanchullos de la mujer del torero para esconder otros conflictos más graves no es extraño que hasta el más tonto se considere ingeniero en botijos. Lo racional sería que los ministerios de Educación, Cultura y Trabajo se sentaran con las asociaciones profesionales para elaborar una ley de regulación de la incorporación profesional en el mundo del espectáculo que pusiera a cada cual en su lugar. Pero ni el PSOE ni el PP lo han hecho jamás. Ahora, para los derechos humanos de los simios sí que hay tiempo. La metáfora es tan axiomática, tan atroz, que no hay ficción capaz de superarla.