Teatro

Vanessa Redgrave

“El buen teatro cuida la salud social”

22 junio, 2006 02:00

VanessaRedgrave. Foto: John McConico

El 23 de junio comienza el 29 Festival de Teatro Clásico de Almagro, que en esta edición ha otorgado el VI Premio Corral de Comedias a Vanessa Redgrave. En contra de lo previsto, mañana no podrá celebrarse el acto de entrega del premio que inaugura el certamen y que tiene lugar en el histórico Corral de Comedias; por razones de trabajo la actriz no puede estar presente, pero se ha comprometido a viajar a Almagro durante el Festival para recoger el galardón. Matriarca reinante de la más famosa dinastía de la escena británica, veterana de las tablas y de la pantalla y una troskista radical, siempre ha manifestado que su primer amor es la política revolucionaria. En esta entrevista que el Cultural publica con la intérprete muestra su universo más personal.

He tratado de entrevistar a Vanessa Redgrave durante años, pero ella es una criatura elusiva. Solía exigir una copia para su aprobación (algo que yo nunca le daba) e insistía en que las entrevistas debían versar bien sobre su actitud política o bien sobre su papel como actriz, pero nunca sobre ambas cosas, y, por supuesto, su vida privada estaba fuera de los límites. Pero ahora, en lo que imagino que es el crepúsculo de su carrera, está dispuesta a conceder una entrevista sin condiciones previas, ni siquiera la necesidad de publicitar una película, La condesa rusa, en la que tiene un pequeño papel.

Los periodistas generalmente describen el apartamento de Vanesa Redgrave en Chiswick, al oeste de Londres, como "modesto", lo que hizo imaginarme una triste caja de zapatos. Pero es un apartamento bastante amplio y decorado con antigöedades y, cuando yo fui, docenas de ramos de flores enviados por su 69 cumpleaños. Tiene una cocina grande, casi de campo, al fondo de la vivienda, obviamente equipada para cocina seria. Todo el apartamento es más alegre de lo que imaginaba. Pero sí es modesto en términos de precios de la propiedad londinense, y por lo tanto una prueba, si es que hacía falta, de que pone el dinero donde pone sus palabras, esto es, en las causas políticas.

En este artículo voy a tener que referirme a ella como Vanesa, aunque suene horriblemente amistoso, justo porque hay muchos Redgraves. ¿Tengo que recordarlos todos? Probablemente no, pero sólo por si acaso: Michael Redgrave, famoso caballero del teatro y un ídolo sexual en su juventud, tras cuya muerte se reveló que era bisexual y aficionado a lo cambios drásticos, se casó con la famosa actriz Rachel Kempson y tuvieron tres hijos, Vanesa, Corin y Lynn (en este orden), todos ellos también actores. Vanessa, a cambio, también produjo otro par de actores -Joel y Natasha Richardson, de su matrimonio con Tony Richardson, director de cine, también bisexual, que murió de Sida-, así como un director de teatro, Carlo Nero, fruto de su fugaz relación con el actor italiano Franco Nero. Natasha Ricardson está casada con otro actor famoso, Liam Neeson, así que no hay dudas de que más actores dramáticos están por llegar. Corin también tiene un hija actriz, Jemma. El único que no aparentemente no ha hecho ningún esfuerzo por prolongar la dinastía es Lynn Redgrave, cuyos hijos son una profesora, un fotógrafo y un piloto. Pero claramente llegará el día en que todos los actores tendrán que ser necesariamente descendientes de Michael Redgrave.

Vanessa es la matriarca reinante, pues su madre murió hace tres años, y siento la tentación de hacer una reverencia cuando nos conocemos. Es una presencia tan enorme, tan intimidante -no está gorda, sólo que es grande, más de 1,80 de altura y hombros anchos, con ese rostro largo y famoso, y su voz ronca. John Osborne (que la admira) solía llamarla Big Van. Se mueve con una cojera apenas perceptible porque está esperando una segunda prótesis de cadera, y pasamos algún tiempo figurando dónde vamos a sentarnos y encendiendo nuestros cigarrillos (fuma casi tanto como yo).

El filme sobre el que teóricamente debemos hablar, La condesa rusa, es la última producción Merchant-Ivory. Su productor, Ismail Merchant, murió antes de que estuviera terminado. (Los ojos de Vanessa se llenan de lágrimas cuando le menciona). La historia se sitúa en el Shanghai pre-bélico y está protagonizada por Natasha Richardson y Ralph Fiennes, con Vanessa y su hermana Lynn en pequeños roles. Por suerte, puedo decir con cierta sinceridad que Natasha Richardson está brillante en su papel, y Vanessa se muestra agradecida: "Es agradable que pienses eso porque entonces puedo decir lo que realmente siento. Me siento algo cohibida por decir lo maravillosa que creo que está en la película, y es que realmente pienso que su interpretación es extraordinaria". Esto me ahorra el mal trago de tener que decirle lo que pienso de su actuación (encorsetada) pero, en todo caso, sólo tiene un par de escenas.

Aceptó el pequeño papel en la película porque significaba trabajar con su hija y su hermana, y además le ofrecía la oportunidad de viajar a China por primera vez: "Como resultado de un intercambio cultural, me invitaron en 1967, pero cambié de idea en Moscú. Pensé que podría salvar mi matrimonio si volvía a Italia, donde estaba mi marido. Así que me perdí China y no salvé mi matrimonio. Pero estuvo bien, porque nos amamos el uno al otro hasta el final". Esto es un relato muy pobre de lo que, según se desprende de su autobiografía, debió ser el momento más desdichado de su vida. Tony Richardson se había enamorado de Jeanne Moreau y no estaba muy entusiasmado con el regreso de Vanessa.

"En todo caso", dice, "ha sido maravilloso trabajar con Natasha y con Lynn. Tuvieron algunos altercados en el pasado, pero eso está ya lejos. Además, las familias tienen derecho a tener sus rencillas. Nos amamos inmensamente".

Debe resultar terriblemente desalentador para otras personas, en todo caso, entrar a formar parte de este gran clan.

"Bueno, nunca se sabe, ¿no? Quiero decir, desde mi punto de vista siempre pienso lo agradable que debe ser conocernos". Al ver cómo mis cejas se levantan, continúa desafiante: "Porque es divertido".

¿Lo son? Debo confesar que ni en un millón de años se me hubiera ocurrido pensar que los Redgraves pueden ser divertidos. Siempre me los he imaginado llorando o enfurecidos o discutiendo y haciéndose señas, pero Vanessa en carne y hueso parece de alguna manera más cálida y menos estirada de lo que esperaba, aunque siga estando muy lejos de mi idea de la diversión.

Sigo intentando hacerla sonreír porque parece agradable cuando sonríe, pero no es un trabajo fácil: parece pensar que es su deber estar seria. El único momento en el que de hecho consigo hacerla reír es cuando está rumiando sobre los idiotas que ven programas como Gran Hermano y le digo: "Estás hablando con uno de ellos". Entonces echa su cabeza hacia atrás y se ríe con un goce genuino. De otra forma, la cadencia de su risa parece un estentóreo rebuzno que poco tiene que ver con el humor.

El problema es que se toma las entrevistas demasiado en serio. Tiene un gran desconfianza hacia los periodistas (probablemente merecida) y busca las trampas de cada pregunta antes de contestarlas de un modo tediosamente lento y cauteloso. Parece como empujada a poner el acento más grave en cada cuestión. Cuando le pregunto si disfrutó haciendo Nip/Tuck con su hija Joely, me da una conferencia sobre cómo hay dos lados de la cirugía estética, y cómo la cirugía plástica puede hacer un gran trabajo de restauración en horribles desfiguraciones. Me cuenta esto como si fuera algo completamente nuevo para mí. Sólo después de cinco minutos mareando la perdiz consigo la respuesta a mi pregunta: "Sí, disfuté haciendo Nip/Tuck y lo haría otra vez si me ofrecieran".

Incluso la pregunta más anodina puede irritarla. Le digo que seguro que prefiere hacer teatro a películas (porque en algunas entrevistas se acotan declaraciones suyas diciendo eso mismo), pero responde indignada: "¡No, no es verdad! Nunca he dicho algo así en mi vida. Me gustan los dos y son muy distintos entre sí. No prefiero hacer teatro. ¡No! ¡No! Quiero decir, podría hablarme de mi padre, que tenía un concepto bastante snob sobre el tema de hacer películas al principio de su carrera, pero luego tuvo la suerte de trabajar con Hitchcock y otros grandes directores como David Lean o Karol Reisz, y se dio cuenta de que estaba equivocado. Así que cuando has trabajado con los maestros [extrañamente, pronuncia esto como my-estros] empiezas a aprender lo que es extraordinario, y yo he tenido la suerte de trabajar con algunos grandes my-estros... Karel Reisz, Antonioni, Zinnemann, Tony Richardson… así que sé la diferencia y amo la diferencia. Sé lo que el cine puede ofrecer".

Aún hay más, mucho más, en este discurso. Está determinada a establecer que ama el cine. Sospecho que, como muchos actores, aprovecha las entrevistas para publicitar sus necesidades profesionales y que en estos tiempos, con su cadera mala, probablemente tiene la esperanza de hacer más películas y menos trabajo en escena. Su última intervención teatral, como Hecuba con la Royal Shakespeare Company el año pasado, le proporcionó críticas totalmente adversas: una la describió interpretando la gran tragedia de Eurípides como si fiera "una triste enfermera de distrito". En todo caso he prometido "hacer constar claramente" en mi artículo que ama el cine tanto como ama el teatro. Que paren las rotativas.

Casi todos los retratos escritos sobre Vanessa Redgrave la describen como una mujer temeraria. Me pregunto si ella diría eso de sí misma. "No, no lo haría. ¿Y tú? No creo que exista una sola persona que pueda decir de sí misma que es temeraria. Me asustan muchas cosas, que las catástrofes caigan sobre personas que quiero, o incluso sobre personas que no conozco, y siento miedo por los terribles errores que los gobiernos cometen porque puedo ver claramente las consecuencias que traerán. Me asustan extremadamente los gobiernos que pasan por encima de las Naciones Unidas, de ver cómo las convenciones internacionales que han sido la inspiración de mi vida, y de mi generación, el sueño que hemos pisado, están siendo destruidas. Eso me asusta por las enormes implicaciones que tiene. Soy embajadora de UNICEF y lo considero el máximo honor que pueda tener. Pero me doy cuenta de que Financial Times la ha tomado con las celebridades que juegan este papel y pienso, vale, ¿cuál es el propósito detrás de todo esto? ¿Por qué un gran periódico como el Financial Times ataca embajadores como Angeline Jolie? Debe haber alguna otra razón".

Puede ser, pienso silenciosamente, que el Financial Times encuentre intrínsicamente risible toda esta idea de los embajadores famosos, como yo misma. Pero no tiene sentido tratar de explicarle esto a ella porque carece de sentido del humor. En todo caso, es una repuesta típica de Vanessa. Primero, por sus movimientos de cabeza, segundo, por su ligero tamiz de paranoia (¿el Financial Times pone en marcha una trama capitalista para desprestigiar a Angelina Jolie?), pero sobre todo porque, como siempre hace, ha partido de lo personal para hablar de lo político. Me hace echar de menos aquellos días en los que sus entrevistas tenían que versar sobre "política" o sobre "trabajo", porque haría casi cualquier cosa por no tener que escucharla hablar de política. Pero la política parece ser su conversación por defecto, puedes preguntarle algo sobre cualquier asunto que pronto empezará a desentrañar las claves del conflicto chechenio, bosnio, iraquí... tantas personas y tantos conflictos que pierdo el hilo, y me pregunto si ella también.

Es como si se encontrara más a salvo hablando de política que hablando de sí misma. Le explico mi teoría bien llevada (debo reconocer que empiezo a aburrirme de ella, en todo caso) de que preocuparse sobre los acontecimientos universales es realmente una forma de desviar la actividad que produce preocuparse de uno mismo. Me abofetea verbalmente con firmeza: "Bueno, Lynn, eso aparece con frecuencia en los periódicos. Pero está en la mano de cada ciudadano hacer lo que puedan para construir una sociedad mejor. Yo fui criada durante la Segunda Guerra Mundial, así que naturalmente ese es mi punto de vista".

Le digo: "Sé que es muy frívolo y malvado por mi parte, pero...", y exclama: "¡Adelante, sé frívola y malvada si quieres!". "Pero", continúo, "tienes que darte cuenta de que hay gente egoísta como yo a las que simplemente no les importa el resto del mundo". Se ha quedado estupefacta: "Tú no eres uno de ellos. ¿Eres uno de ellos? No me lo creo". "Sí lo soy", insisto. "No me importa lo que pasa en Kosovo, de verdad que no. Me preocupa mucho lo que pasa con mi familia y mis amigos, así que no soy del todo egoísta. Pero a veces pienso que es más fácil preocuparse sobre gente en el otro lado del mundo que preocuparse por la gente que conoces". Obviamente esto le ha herido, y dice, casi en lágrimas: "Bueno, es lo que piensas. A mí no me parece fácil ninguna de las dos cosas". Parece tan afectada que me disculpo, pero se apresura a decir: "No pasa nada. Todo está bien. No te preocupes", incluso cuando se frota los ojos.

Ahora es cuando cito un párrafo de su autobiografía en el que Natasha, con seis años de edad, le suplica que se quede en casa y pase más tiempo con ella. (Su autobiografía casi podría llevar por subtítulo: "El desesperado abandono de una madre de sus hijos"). Ella escribe: "Traté de explicarle que nuestra lucha política era para su futuro y para los niños de su generación. Me miró con una mirada dulce, seria. 'Pero te necesito ahora. No te necesitaré tanto entonces'".

Mi simpatía era toda hacia Natasha. Vanessa me sorprende diciendo: "Estoy completamente de acuerdo contigo". ¿Entonces admite que estaba equivocada? "Sí, pero hice lo que pensé que era lo correcto en aquellos tiempos. Acabé dándome cuenta de que fue un gran error, que ambas luchas están totalmente interconectadas y que si las separas, escoges entre una y otra, estarás cometiendo un grave error con tus hijos y con los hijos de otras personas".

Esto nos lleva a la gran pregunta: ¿por qué se inmiscuyó tanto en política, incluso en detrimento de sus hijos, su marido, su carrera? Le gusta decir que es porque creció durante la Segunda Guerra Mundial y que "escuchábamos las noticias todas las noches y eran noticias mundiales, no eran sobre las ballenas en el Támesis, ¿entiendes?". Esto suena bastante plausible, hasta que pienso en mis padres y en todos sus amigos que tienen recuerdos bastante claros de la guerra, pero que nunca han mostrado la más ligera inclinación por unirse al Partido Revolucionario de los Trabajadores. Creo que una explicación más realista sería el comentario de Lynn Redgrave de que "Vanessa siempre se ha visto a sí misma como Juana de Arco. Con un toque de mártir". Y quizá su actividad política fue una forma de impresionar a su padre. él era socialista en su juventud, pero se quemó los dedos durante la guerra al unirse al frente comunista y fue censurado por la BBC. Después de aquello guardó silencio político por el bien de su carrera.

Vanessa siempre ha estado en la izquierda, pero el momento en el que desapareció en la extrema izquierda fue cuando se sumó al partido Partido Revolucionario de los Trabajadores de Gerry Healy. Corin se había unido dos años antes, pero resistió hasta que una ola de coches-bomba en Londres la convencieron de que "la dictadura militar británica" estaba realizando actos de provocación. Estaba aturdida (admite en su autobiografía que entonces bebía mucho, "abriendo una botella de vino barato cada mañana para olfatear el aroma destructivo del alcohol"). Recuerda su decisión de ingresar en el partido en los mismos términos que una conversión religiosa: "Me di cuenta en ese momento de que no tenía otra forma de vivir más que en una lucha política con un partido que sabía que era necesario un estudio serio de la historia para ganar comprensión y prevenir la represión. Llamé a Corin y le dije que viniera a mi casa. Le dije que quería solicitar inmediatamente mi ingreso como miembro trotskista de la Liga Socialista del Trabajo".

Conoció a Gerry Healy (un hombre como un sapo) y viajó con él a mítines: "Los días siguientes fueron los más excitantes de mi vida. Tenía la sensación de haber aprendido más en ese corto periodo de tiempo que en el resto de mi existencia previa". Healy estaba encantado con su nueva conversa y consiguió que comprar una casa en Peak District para convertido en un "colegio de marxismo". Según algunos desertores, la Casa Roja era dirigida casi como una prisión. Había vigilantes patrullando por los perímetros y a los estudiantes no se les permitía entrar en contacto con sus familias o el mundo exterior por miedo a una infiltración del MI5. Naturalmente, la prensa sospechaba y en 1978 una redada policial asaltó el colegio cuando "The Observer" publicó que ocultaban un almacén de armas. No se encontró ningún arma y Vanessa y Corin demandaron a "The Observer" por libelo pero perdieron y tuvieron que pagar una enorme cantidad de dinero. Luego, en 1985, los tabloides denunciaron abiertamente a Gerry Healy basándose en testimonios de desertores. Había abusado sexualmente de docenas de mujeres y robado de las donaciones al partido. Casi todos los miembros del partido abandonaron, excepto los Redgraves, que permanecieron fiel a Healy hasta su muerte en 1989.

Escribe con orgullo en su autobiografía de 1999: "Puedo decir honestamente que sigo absolutamente convencida de la necesidad del marxismo y que ni un sólo día mi convencimiento se ha debilitado. Por el contrario, se ha hecho más sólido con la experiencia y el paso del tiempo. Y esto es así no para darle lógica a mi resolución y determinación (aunque creo que puedo dar muestra de estas cualidades cuando la ocasión lo pida), sino debido al entrenamiento y la educación que recibí del partido al que pertenecía, y del hombre que lo lideró durante casi todos aquellos años, Gerry Healy".

Y no. No piensa que la lavara el cerebro. Es muy firme en este sentido, pero mucho menos firme cuando le pregunto si se arrepiente de haberse involucrado con él: "Hmmm. ¿Estás hurgando en todos lados, eh? Nunca jamás me he arrepentido de lo que he aprendido, y he aprendido cosas de mucha gente. Con Gerry Healy he adquirido unos conocimientos históricos de tal profundidad y precisión que no los hubiera encontrado de ninguna otra forma. ¿Pero no cree, en retrospectiva, que creyó demasiado en Gerry Healy? "No hablaré más sobre este tema", dice con enfado. "Precisamente porque he tenido un caso judicial con 'The Observer' y eso también me ha enseñado mucho". ¿Sobre qué? "¡Mucho! ¡Mucho, Lynn!".

En todo caso, continúa, ya no está envuelta en asuntos políticos. "Hace mucho tiempo que ningún partido político es mi primera preocupación, sobre todo desde que me he convertido en una embajadora de Unicef". Pero esto no es totalmente cierto: ella y Corin fundaron el Partido de la Paz y el Progreso el año pasado para luchar por tres escaños en las pasadas elecciones. Presumiblemente perdieron todo lo invertido. Por toda su denodada lucha política a lo largo de los años, el único resultado tangible que parece haber logrado Vanessa es haber detenido la construcción de un supermercado Tesco en Hammersmith hace dos años.

Su carrera en la interpretación, en todo caso (supongo que esto tendría que haberlo dicho antes), rebosa de grandes triunfos. Su madre siguió actuando hasta más allá de los noventa años, ¿hará ella lo mismo?
"No. Preferiría no tener que hacerlo, pero sospecho que no tendré más remedio".
¿Por qué preferirías no hacerlo?
"No estoy segura por qué, Lynn. Hay un conflicto respecto a mi edad y me gustaría pasar más tiempo con mis nietos y creo que sería realmente maravilloso si en algún momento de mi vida tengo la capacidad de elegir. Pero no tengo otra elección porque, aparte de tener que trabajar para pagar la hipoteca, creo realmente que el buen teatro es esencial para salvaguardar el humanismo y la salud de la sociedad. Me di cuenta de ello en Sarajevo, de que las artes son fundamentales para la existencia y la resistencia humanas y para conservar la humanidad y salvar a los niños".

Oh, Dios, lo está haciendo otra vez. Estamos hablando de si piensa retirarse o no y al minuto siguiente estamos en Sarajevo. Es como si no pudiera permitirse a sí misma decir: "Hago esto porque me gusta, porque soy buena haciéndolo". Todo tiene que ser para el bien de la humanidad. Es irritante pero, supongo, a estas alturas incurable. Lo extraño es que cuando nos despedimos, me mira con sus bonitos ojos y dice, con sorpresa, "Me gustas", y yo me sorprendo a mí misma diciendo. "Tú también me gustas". Pero luego ella añade: "Y no me creo del todo que no te importen los campesinos de Kosovo". Se ha vuelto a equivocar. Está equivocado respecto a casi todo. Pero quizá eso forma parte de su encanto.

Lynn BARBER
(Guardian Newspapers Limited 2006)