Teatro

Canicular

Portulanos

27 julio, 2006 02:00

El siglo XX ha institucionalizado el victimismo como actitud vital productiva: si quieres algo basta con lloriquear y patalear el tiempo suficiente, como los niños consentidos, o como los nacionalistas. Pepe Estruch pertenecía a otra moral, anterior y mejor: la de aquellos que, cuando caen, se levantan y siguen, sin jeremiadas. Siendo un exiliado nunca hizo de esto mercancía de cambio; una tarde me confesó que contemplaba el exilio sin rencores y hasta con agradecimiento, porque le había permitido salir a un mundo que, de otro modo, quizá no hubiese conocido. Sobrevivió a uno de esos abominables campos de concentración donde los franceses metieron a los españoles que huían de la guerra y de los que tan poco se habla. Luego vivió la década de los cuarenta en Londres, enseñando español a chavales huérfanos. Su vida en este periodo daría para una película, o mejor, para uno de esos Grandes Relatos a los que nos acostumbró la tele cuando el nivel todavía no era el de la imbecilidad de Betty la Fea y sus clones. En Londres empezó su dedicación al teatro: porque, para que aquellos chavales no olvidaran el idioma, no se le ocurrió estrategia mejor que ponerles a hacer los clásicos del Siglo de Oro. Su estancia en la capital británica coincidió además con otra edad de oro, la del Old Vic, con los grandes éxitos de Olivier y Richardson de los que fue testigo privilegiado. Desde Londres, Pepe escribía a su madre con seudónimo para que no le interceptaran las cartas: Joe Stuck. Al principio de los cincuenta emigró a Montevideo, y, junto a la Xirgu, puso en pie todo el moderno teatro uruguayo. Todavía le quedó tiempo para volver a España y, ya anciano, enseñarnos el amor por el teatro a unos cuantos afortunados.

Pepe Estruch murió al principio de un verano, cuando ya habían empezado las vacaciones, como si hubiera esperado para irse sin llamar demasiado la atención. Cierto es que estaba enfermo, pero, como luego escribió Juan Antonio Vizcaíno en un bellísimo artículo elegíaco, su "mala salud de hierro" era demasiado familiar entre las personas cercanas a él como para tomarla en serio.

Empieza el verano. Y yo, hoy, quiero acordarme de Estruch.