Teatro

Robert Lepage

Con todo vendido, actúa en el Teatro Madrid en "The Andersen Project"

2 noviembre, 2006 01:00

Después de dirigir La Celestina, Lepage vuelve a la escena en solitario. Erick Labbé

En un Festival de Otoño plagado de estrellas, Robert Lepage se ha revelado como la de mayor resplandor: las primeras entradas en agotarse han sido las de su espectáculo The Andersen Project. Hace ocho años se presentó por primera vez en Madrid y, desde entonces, ha pasado de ser un perfecto desconocido a la figura más fascinante de la escena internacional. El Cultural desvela las claves de su arte.

En un año en el que se recuerda el centenario de Hans Christian Andersen, Lepage ha levantado un one show man en su honor ambientado en París. En él da vida a tres personajes: protagoniza a un solitario escritor de Montreal que viaja hasta la capital francesa para crear el libreto de una ópera infantil basada en el cuento del danés La dríada. Allí conoce al gerente de la Opera, tan solitario como él y adicto a las cabinas pornográficas; la historia se confronta con la aparición del escritor Andersen, otro solitario que en 1867 viajó a París descubriendo allí la sexualidad plena. De esta manera, el canadiense incurre en algo habitual en sus obras, el contraste entre personajes históricos con otros actuales.

La crítica ha señalado de The Andersen Project que más que lo que cuenta, -los temas recurrentes en sus obras son la soledad, la identidad sexual, la dialéctica entre el arte tradicional y las nuevas formas ...- importa cómo lo cuenta: con un humor satírico y su acostumbrada brillantez visual. Pero también, demostrando que es un actor sensible, sutil y capaz de ofrecer momentos de gran poesía.

Tratamiento visual
Si algo llama la atención del teatro de Lepage es el sorprendente tratamiento visual que muchos explican por la utilización de nuevas tecnologías. Cuando fundó La Caserne, sede en Montreal de su compañía, uno de los retos que se propuso era la aplicación de la informática al teatro. Además, Lepage es también director de cine, algunas de sus obras las ha adaptado al lenguaje fílmico, y es sorprendente cómo mezcla ambos lenguajes.

Sin embargo, muchos de los juegos escénicos que desarrolla son más propios de trucos escenográficos resueltos gracias a la intervención de maquinistas y ayudantes que de sofisticados sistemas tecnológicos; porque en sus espectáculos unipersonales lo habitual es que haya más gente trabajando detrás del escenario que delante. En The Andersen Project habrá ocasión de ver cómo recurre tanto a las formas más simples de teatro como a la tecnología.

Lepage actuó en Madrid por primera vez en 1997, invitado por el Festival de Otoño. Se presentó con Elsinor, sorprendente versión de Hamlet interpretada por un único y magnífico actor, Peter Darling, y que antes había interpretado el propio Lepage. El actor se movía con atrevidos malabarismos por una alucinante escenografía. Por arte de la tecnología, o de los dos o tres ayudantes que tenía detrás, el escenario adoptaba perpectivas inusuales, proyectaba imágenes de gran belleza, fundiendo al actor en ellas y sin que la palabra, o la poesía, perdiera un ápice de su fuerza. Qué decir de las virguerías que el actor hacía, transformándose con una rapidez al más puro estilo de Fregoli en varios personajes. Recuerdo el espectáculo como lo más sorprendente que haya visto sobre un escenario. Desde entonces, ha vuelto a Madrid con otros montajes, unos más acertados que otros: La geometría de los milagros, La cara oculta de la luna, Apasionada (que viva Frida) y La trilogía de los Dragones (de seis horas de duración pero que pasaron como un soplo).

La travesuras de un humanista

Cuando uno se encamina decidido al interior de un teatro para ver un nuevo espectáculo de Robert Lepage, experimenta una sensación parecida a la de aquél que, ya con los pies en el estribo, le entrega al revisor el billete que le llevará a un destino aún por descubrir. Sabe cuáles serán las vías por las que circulará el ferrocarril, pero, ¿a dónde lo transportará esta vez? ése es precisamente el juego que nos propone Lepage en cada una de sus creaciones teatrales.

Un pasatiempo de reglas conocidas que nos traslada a un ámbito ignoto. Y es que los viajes han sido una constante en la obra escénica del quebequense. Desplazamientos que, como en Vinci o Tectonic Plates, trasladaban a los personajes de Norteamérica a Europa, o como en The Seven Streams of the River Ota, conectaban Oriente y Occidente. Estos éxodos desesperados permitían que unos personajes tránsfugas, al entrar en contacto con lo otro, lo distinto, desenredaran la madeja de contradicciones que aprisionaba su propia conciencia. Pero lo ajeno no sólo es en el teatro de Lepage una cuestión espacial. También, como sucede en The Polygraph o The Far Side of the Moon, lo histórico se contrapone a lo personal. El canadiense dibuja, de este modo, una Historia reciente que es metáfora del hombre actual: un muro de Berlín que alude al cortafuego emocional que impide al individuo superar su propia biografía, o una carrera espacial que simboliza las discrepancias de dos hermanos que acaban por enfrentarse a la misma ausencia.

La necesidad de lo extraño para comprenderse a uno mismo, es tanto una constante temática como un compromiso estético. Su carácter polifacético como creador es fruto de una intensa necesidad de investigar el crisol de artes que componen el ámbito audiovisual para, a través de la confrontación dialéctica de sus disonancias, exprimir al máximo su esencia. Gracias a estas búsquedas, los privilegiados que contemplamos The Polygraph o The Geometry of Miracles, nos pudimos deleitar con soluciones genuinamente teatrales que transliteraban muchos de los recursos que algunos ingenuos habían intentado encerrar dentro del recinto de lo cinematográfico.

En lo formal, las propuestas escénicas de Lepage traducen este multiplicador entrelazamiento de opuestos de muy diversos modos. Suele recurrir a espacios únicos, compuestos de superficies móviles de aroma craigiano como en Elsinore o Needles and Opium o de carácter marcadamente referencial como el aparcamiento de The Dragons' Trilogy o la casa japonesa de The Seven Streams of the River Ota, que, merced al juego escénico, se transfiguran en localizaciones dispares. Esta transmutabilidad de lo objetual que comparte con otros herederos de Lecoq como Simon McBurney, también abona el terreno actoral. La construcción de espectáculos unipersonales, como The Andersen Project, permite al espectador afrontar un discurso escénico fruto de las interferencias entre los heterogéneos personajes que representa sobre las tablas el mismo Lepage.

Lepage quizás sea uno de los creadores escénicos que más adjetivos inapropiados acumula, fruto de una valoración superficial de sus aportaciones por parte de críticos apresurados. No espere ver una orgía tecnológica desplegada para gusto y disfrute de ciberpunkies, sino más bien el mimo con que un grupo de sabios artesanos, valiéndose de muchas de las técnicas escénicas ensayadas durante siglos, enriquecen el virtuosismo tramoyístico del nuevo siglo. Piense en Lepage como en un humanista travieso, que ha sabido reunir mágicamente los ricos frutos de la modernidad y la postmodernidad.

Pablo IGLESIAS SIMóN