Teatro

José Martínez

“No puedo expresarme artísticamente en España”

15 febrero, 2007 01:00

La estrella del ballet de la ópera de París, José Martínez, en el Templo de Debod de Madrid

Considerado uno de los mejores bailarines del mundo, José Martínez es el único español que ha alcanzado la categoría de ‘étoile’ en la legendaria y exigente Ballet de la ópera de París. Recientemente galardonado con el premio de las Artes y de la Ciencia Murcianos del Mundo (concedido por el diario El Mundo y el gobierno de su región), Martínez actuará junto a algunos miembros de la institución gala el sábado en Torre Pacheco y el 25 en Málaga.

Considerado uno de los mejores bailarines del mundo, José Martínez sólo regresa a España en breves ocasiones, casi siempre en rápidos viajes para bailar en galas que ha de organizarse el propio artista de Cartagena.
-Cuando vuelve, ¿encuentra cambios en el panorama del ballet en España?
-Hay cambios, empieza a haber nuevas iniciativas pero sigue sin haber compañías y espectáculos para bailar a pesar de que Víctor Ullate ha montado Coppelia, María Giménez, Cascanueces, Goyo Montero con el Centro Coreográfico de Valencia La Bella Durmiente…Pero a mí me coge tarde. Cuando yo empecé no había una escuela con la que llegar a profesional, por lo que no tuve elección y me fui a Francia. Ahora regreso de manera esporádica, vengo, bailo y vuelvo a irme. No tengo otra posibilidad. No puedo expresarme artísticamente en España.
-Usted se formó en Francia, ¿cómo es la enseñanza en ese país?
-Yo he estado en dos escuelas. Primero en Cannes, con Rosella Hightower, donde profesores de varios países enseñan estilos diferentes. Fue de una gran riqueza formarme viendo muchas cosas. Luego, al llegar a la ópera, descubrí la verdadera escuela francesa. Me dijeron "esto es así" y tuve que aprenderlo. Pero como yo ya tenía un bagaje, si se analiza bien, lo cierto es que bailo al estilo de la ópera de París, pero de forma más personal e internacional que mis compañeros. No soy un puro producto de la ópera de París.
-¿Es cierta la leyenda de dureza extrema de la ópera de París?
-Sí. La diferencia fundamental es que en Cannes trabajé con unos profesores, que te enseñaban a bailar con tu cuerpo y tus posibilidades. En la ópera hay unos cánones sobre cómo hay que hacer las cosas y hacia los que modulan a las personas. Si la pierna hay que ponerla de tal lado, te machacan hasta que la pierna se pone así, como en las fotos de los libros. Quizás es un poco antinatural, aunque la danza clásica sea un poco antinatural porque fuerzas tu cuerpo a hacer cosas que no quiere hacer. Tienes una lucha constante contra el cuerpo. Son muy exigentes, las cosas hay que hacerlas de una manera y no de otra, aunque ha evolucionado. Ya no se baila como cuando entré en la compañía, hay más libertad, porque ya no hacemos sólo clásico. Al trabajar con coreógrafos contemporáneos, no lo puedes hacer así. Forsythe, Bausch quieren bailarines a los que poder modular, y tu cuerpo tiene que amoldarse a lo que te piden.

Bailar con dolor
-¿Está de acuerdo con Julio Bocca, cuando dice que todo ese esfuerzo merece la pena?
-Estar en escena bailando merece todo el esfuerzo anterior. Ese placer que dura dos minutos en la escena compensa todo, los ensayos que pueden ser de un mes para un espectáculo, más la hora y media de barra diaria antes de empezar. Lo malo son los accidentes, de los que, por suerte, me he librado hasta hace poco. Y las tendinitis, pero si no bailaras cuando te duele algo, no bailarías nunca. Lo que pasa es que en la escena, con la adrenalina reaccionas, te transformas y no te das cuenta. Sólo si es algo gordo, si el dolor es persistente, lo notas. Y sufres mucho.
-¿Condiciona el público su forma de bailar?
-Depende de los días. Cuando entré a la ópera vi un reportaje sobre Nureyev en el que decía: "Yo no bailo para el público, bailo para mí". Yo pensé ¡qué egoísta!, yo bailo para el público. Con el tiempo he cambiado. Ahora bailo para mí, porque me he dado cuenta de que cuando bailo para enriquecerme yo, más le gusta al público. Cuanto más quiero vivir el momento de la escena y disfrutar yo, más disfruta también el público. Así que ya no pienso en el público, aunque me doy cuenta de sus reacciones, sus aplausos.
-Desde hace unos años también baila contemporáneo, ¿qué tal la nueva experiencia?
-Bailar el Gisèlle de Ek fue como una revelación. Me di cuenta de que había otra manera de expresarse, más natural, que el ballet clásico. Que podías contar cosas moviéndote de otra manera. Eso fue el principio de una experiencia enriquecedora que me ha descubierto cosas que yo no sabía que podía hacer y que hacen que si sólo bailara clásico, me aburriera. Ahora, tiene su dificultad, porque cuando un bailarín de clásico hace contemporáneo, ocurre como cuando llegué a la ópera y me dijeron: "Tienes que olvidarte de todo lo que has hecho hasta ahora, de que eres bailarín. Tienes que empezar de cero. A ver cómo te mueves". Pero bueno, consiguen meterte en su técnica.
-¿Volvería a España para quedarse?
-Encontrar el equivalente a la ópera es imposible, porque no existe. Por eso me tuve que ir y quedarme en París tantos años. Al principio yo no quería hacer mi carrera en la ópera de París, no era la ilusión de mi vida. Yo quería irme al American Ballet, pero llegó Nureyev y me dijo "vente a la ópera de París", y cómo no voy a ir. Pensé: voy, veo cómo son las cosas y si no me gusta, me marcho. Así lo hacía cada año. Luego estás a gusto, hay obras que no has bailado... Eso no lo podría hacer en España.

Crear varias compañías
-¿Qué se debería hacer en España para cambiar la situación del ballet?
-Crear no una compañía, sino varias, tal vez no de 80 bailarines, sino de 30, que se juntaran para hacer determinados programas. No costarían tanto, diez millones a repartir, por ejemplo, entre tres compañías como el Ballet de Zaragoza. En Alemania, cada autonomía o ciudad tiene una. Las hay contemporáneas, más clásicas, vanguardistas, de autor… Ahora, una que haga sólo clásico, creo que ya no existe. ¡Si hasta en San Petersburgo están bailando Forsythe! Está claro que España se merece tener una compañía de nivel como tienen Londres con el Royal Ballet y Francia con la ópera de París. Porque culturalmente es un país importante. La danza es un arte vivo y tiene que haber intercambios.
-¿Cómo ve la creación de la compañía Real Ballet de España que encabezará Tamara Rojo?
-A ver si es verdad. Como no hay casi nada, cualquier cosa que se haga será una buena idea. Lo que hay que hacer es tener paciencia. Dejar que se forme en los estilos, no juzgar la compañía a la primera producción e ir poco a poco. He hablado con Tamara y mi impresión es que quiere hacer las cosas bien.
-¿Qué le parece que la Compañía Nacional de Danza sólo baile contemporáneo?
-Es una compañía de autor, de lo que hablaba antes, donde se bailan coreografías del director. En su momento fue un error poner a Duato al frente de la CND, no por nombrarle a él, que es una referencia mundial -tiene razón en todo cuanto pide- y exporta el arte español por todo el mundo. El crimen fue, como con el Ballet de Zaragoza, acabar con la compañía clásica anterior.

Un futuro coreógrafo

José Martínez regresa a España para intervenir en las galas de Torre Pacheco (próximo sábado) y Málaga (25 de febrero). El programa de ambas, parecido pero no igual, conjuga piezas clásicas y tradicionales de la historia del ballet, como el paso a dos de Don Quijote, con otras contemporáneas, entre las que figuran títulos de William Forsythe. Aunque en la ciudad andaluza ofrecerá también la posibilidad de contemplar Mi favorita. La coreografía es una creación que Martínez estrenó en 2002. Con ella y con otras, como Scaramouche, el bailarín se ha adentrado en un nuevo mundo que quiere probar. "Aún no me siento coreógrafo", asegura, "lo sabré cuando estrene el ballet que preparo para la ópera de París para finales de 2008". Martínez ya ha escogido el tema, que no revela, pero sí deja claro que combinará danza clásica y contemporánea. "Quiero definir las personalidades de los personajes por sus movimientos, no sólo por su vestuario". Y de esta manera oteará el futuro que le espera cuando se retire, en 2011, al cumplir los 42 años y con cerca de 20 en la cúspide del ballet.