Teatro

La Cuadra estrena casa en Sevilla

'Carmen' inaugura el Teatro Salvador Távora

8 marzo, 2007 01:00

Un momento de la obra de la cuadra, Carmen

El despojamiento de elementos superfluos del andalucismo ha sido, y es, la línea medular del teatro de Salvador Távora. En tiempos en que lo folclórico era la imagen de una España de charanga y pandereta, Távora fue a lo telúrico y primigenio, a la raíz pura y dramática de Federico García Lorca. Así surgió La Cuadra, un grupo que unió al barroquismo de la imaginería andaluza, la audacia de un planteamiento insurgente. Decir La Cuadra era oponer la savia popular de ese cultura de siglos a los vergonzosos oropeles de una estética degenerada.

El 14 de marzo La Cuadra tendrá casa propia, una sede extramuros, donde se encarnará el espíritu de los cómicos de la legua, los que no podían ser enterrados en sagrado ni acampar intramuros de las villas. La sala está en el Cerro del águila, una zona industrial, lejos de las luces de neón donde Távora pasó su infancia proletaria y menestral. La barriada deviene a ser así una especie de microcosmos en el que ha ido creciendo una poética teatral muy específica. Una idea que empezó a manifestarse cuando en el cerro había águilas y olía a campo, por un lado y sumidero y charcos, por el otro. Ahí se gestaron leyendas decisivas para la formación de Távora, las que van desde el mítico cantaor el Bizco de Amate hasta una épica de la supervivencia, en la durísima posguerra. El Cerro era otra Sevilla, que separaba radicalmente por la frontera del arroyo Tamarguillo, a parias de poderosos.

Távora y La Cuadra llevaron a su teatro este inmenso latido. Y, volcados en la dignificación de símbolos y sonidos, incorporaron el embrujo totémico de los toros como manifestaciones de una conciencia popular, más la estética religiosa y procesional de una manera muy respetuosa con sus raíces. La Cuadra aunó un soberbio instinto de la plasticidad con la unción del rito y la ceremonia. Y cargó de reivindicaciones los signos usurpados al pueblo.

Carmen, ópera andaluza de cornetas y tambores inaugurará el teatro. La obra, con sus viejas estructuras de fábrica y sus escenográficos módulos industriales, concuerda con la savia vital de La Cuadra. La programación se enriquecerá con nuevos títulos y con los viejos. Quejío, que marcó para siempre la poética de la Cuadra y de sus seguidores; Los palos definió una conciencia histórica emergente; Herramientas fue la exaltación de los instrumentos laborales, la humanidad que les trasmite su roce con el trabajo y el sudor. Y Andalucía amarga o Nanas de espinas, sobre el dramatismo de la emigración y las oscuridades de la tragedia lorquiana, respectivamente. Luego, la ritualización de Pasionaria, de Ignacio Amestoy ... La Cuadra fue y sigue siendo fiel a su compromiso con la vida y con la voz autónoma del teatro, sobre la base de una poética, intensa, plástica y ritual.