Teatro

Tres premios con lustre

12 abril, 2007 02:00

José María Pou, en La cabra

Por el momento ya tenemos tres premios que dan lustre a esta edición de los Max, bajo progresiva sospecha de pasteleo: El de Honor, el de la Crítica y el de Nuevas Tendencias. El primero, a Fernando Arrabal, está del todo justificado; pocas trayectorias hay tan polémicas y brillantes como la suya. Transterrado en Francia hace medio siglo, Arrabal es el autor español más universal. En España labró su gloria y desdicha en el antifranquismo resistente; en el extranjero asentó su fama en un anticomunismo radical y a contraestilo. A finales de los 60 lo procesaron por escribir una dedicatoria blasfema a alguien que se presentó como admirador y, parece, era un señuelo. Al rescate acudió la farándula internacional, con el escuadrón del Teatro del Absurdo en primera línea. En España se movilizó el batallón intelectual, que ya tomaba posiciones para la democracia, con Cela y Aleixandre entre los más señalados.

Avatares de cruel posguerra y de franquismo crepuscular, a Fernando Arrabal lo dignifica, sobre todo, su talento de dramaturgo y su inteligencia. Su obra está marcada por sus vinculaciones con el Absurdo y con el Movimiento Pánico del que ha sido uno de sus máximos impulsores. La vida de este iconoclasta está marcada por una España inhóspita, que le empujó a escapar a París, un padre desaparecido de un penal, un enigma; y una madre, fámula de los vencedores y de contradictorios sentimientos en la valoración moral y política del esposo y del hijo. Carta de amor (como un suplicio chino), trataba de clarificar, como una dolorosa purificación, estos sentimientos de amor y de rechazo. Este monólogo es, por el momento, el último gran éxito de María Jesús Valdés y uno de los montajes claves en la trayectoria de Pérez de la Fuente. En estos momentos, salvo los premiados en años anteriores, Buero, Nieva, Sastre, Gala, etc... nadie con más méritos teatrales que Fernando Arrabal. O sea que, por este lado, los Max, muy bien.

El premio de la Crítica ha recaído en Vicente León, un director humilde y arriesgado, artífice en la sala Pradillo del llamado Ciclo de Autor, que es ya un clásico de la modernidad y la vanguardia. Este galardón, que dentro del planetario Max va por libre, algunos colegas de Barcelona lo pretendían convertir este año en un premio específicamente catalán, desgajado del resto, aunque en la órbita de la SGAE. El consenso se restableció a favor del unitarismo, pero es posible que el acuerdo haya sido coyuntural. A León se le ha premiado por el ciclo dedicado a Elfriede Jelineck, la beligerante Nobel, y por su dirección de La pared, que ha puesto en castellano, al parecer con mucho mérito, Ela Fernández Palacios. Por el ciclo han pasado Möller, Pinter, Michel Azama, Karil Churchil, Sara Kane y otras luminarias de la insumisión y el malditismo. El premio a lo alternativo ha recaído en la Fundición, de Bilbao, que se dedica a la búsqueda de nuevos lenguajes y distintas emociones. O sea que hasta ahora todo en orden. Lo malo -la incertidumbre si no queremos jugar a profetas del desacuerdo- no se sabrá hasta la noche del lunes. El musical infantil Antígona tiene un plan parte con diez candidaturas, lo cual, con todos los respetos para los niños y los musicales, en una competencia como los Max, parece excesivo. Por la obra, Javier Muñoz opta al Premio al mejor autor en castellano, en competición con las excelentes Nina, de José Ramón Fernández, y Barcelona mapa de sombras, de Lluisa Cunillé.

El soporte principal de Nina es Laia Marull candidata a la Mejor Actriz, mientras que uno de los del mapa de sombras es la indiscutible Monserrat Carulla, que no es candidata a nada. A Peer Gynt, dirigida por Bieito, la respaldan siete candidaturas; lo cual es menos llamativo que las de Antígona que responden, en su mayoría, al apartado de intérpretes de reparto. El formidable elenco del Romea se merece eso y más. Incluso Canut, Ruiz y Ràfols , podrían estar por Plataforma, superior a Peer Gynt. Pero entonces entraría en juego Juan Echanove, que pondría las cosas difíciles a Eduard Fernández, un Hamlet tan insuperable como discutido en el montaje de Pascual, que opta también a la mejor dirección; a Pou, el atribulado amante de La cabra y a Muñoz, por Antígona. En fin, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Y Dios ya debe de tener sus designios.