Teatro

La controversia

por Ignacio García-May

17 mayo, 2007 02:00

¡Pobre Ostermeier! Tanto trabajo para ser el Gran Super Mega Göay Moderno del teatro alemán (y por extensión, del europeo) y resulta que llega un suizo cualquiera que encima tiene nombre de cineasta independiente coreano, un tal Kaegi, y le llama burgués. ¡Toma directo a la mandíbula! Por mis informadores personales, antaño agentes de la Stasi, he sabido la continuación de este combate: Ostermeier, furioso como una Hedda Gabler cualquiera, le envió a Kaegi una copia de El tercer hombre para que se enterase de lo que opinaba Orson Welles sobre la incapacidad de los suizos para generar nada interesante a excepción del reloj de cuco (que además inventaron en Baviera y no en Suiza) Kaegi, que, como buen posmoderno conocía la filmografía íntegra de Ed Wood pero no sabía quién era Orson Welles, se dio cuenta, en cualquier caso, de que el envío iba con mala leche. Así pues le montó al alemán una performance de tres pares de narices a la puerta de la Schauböhne, regalando al público burgués caretas de cartón de políticos europeos importantes: Merkel, Sarkozy, etc. La oficina de Miguel Sebastián intentó que pusieran también la cara de éste, pero los alemanes, por muy modernos que salgan, son muy serios para estas cosas y recalcaron que habían dicho "políticos importantes", así que no hubo manera. El público burgués de marras, por cierto, se lo pasó bomba poniéndose las caretas. Kaegi, subido a una grúa y con un megáfono en la mano llamó a su colega "director imperialista sin posicionamiento político". Ostermeier, hasta el moño, quiso farfullar, a la española: "¡A este soplagaitas le voy a romper las narices!", pero le salió distanciado, a lo Brecht. La situación se había puesto tensa. Era el mayor combate desde que Alí zumbó a Foreman. ¡Qué digo! Desde que King-Kong y Godzilla se vieron las caras en Tokyo. Justo cuando iba a empezar la pelea de verdad llegó un coche oficial con un nombramiento para que Kaegi se encargara de la dirección general del Festival de Aviñón. Inmediatamente firmaron las paces y se fueron a cenar juntos. Un souflé deconstruido, por supuesto.