Teatro

Ex machina

por Ignacio García May

14 junio, 2007 02:00

Portulanos

La crítica y los profesionales del cine están empeñados en afirmar que la técnica digital ha abierto nuevos, extraordinarios y nunca antes imaginados caminos, y ponen como ejemplo de su hiperbólica afirmación títulos como 300 o Sin City. Sin embargo ni un sólo comentarista, ni uno sólo, repito, ha caído en la cuenta de lo evidente: y es que estas películas tan apabullantemente tecnológicas lo que han hecho es teatralizar, y, por cierto, no siempre bien, su narrativa. El planteamiento de los espacios, de la luz, incluso de la interpretación, ha abandonado el tradicional verismo cinematográfico para instalarse en una forma de contar claramente hiperdramatizada. Dicho de otro modo: todo cuanto se criticaba al cine de los pioneros (precisamente porque resultaba demasiado teatral sin ser esa su naturaleza) es lo que esta gente ha recuperado, disfrazándolo de invención. Que la herramienta empleada sea digital es lo de menos: es el resultado lo que cuenta, y, en ese sentido, no sólo no estamos ante ninguna novedad, sino ante algo francamente antiguo, lo cual, por otra parte, no está ni bien ni mal mientras uno sea consciente de ello. Pero el mito del tecnologismo, coletazo de uno previo, el del cientifismo, lo ha impregnado todo. Se habla del teatro informático, del teatro en internet, del tecnológico, que no sé qué son, porque se trata de etiquetas que pueden significar todo o nada. Incluso algún genio pretende revender a estas alturas el cuento de los libros electrónicos, quizá porque desconoce aquel artículo legendario de Asimov llamado Lo antiguo y lo definitivo que evidenciaba, en 1973, lo absurdo de ese tipo de inventos. Seguimos confundiendo la tecnología disponible con la obra resultante. Parafraseando a Asimov, puede que el teatro sea un invento antiguo, pero también es definitivo. Lo cual significa que podemos ponerle alrededor todos los adornos y etiquetas que queramos, pero que, en esencia, no ha cambiado nada en los últimos veinticinco siglos. Para tecnología fascinante la de El Cristo de los Gascones, que, en su poética sencillez, es prácticamente magia.