Teatro

Maya Plisétskaya

“En mi ya larga vida, casi no he conocido a artistas auténticos en ballet”

6 septiembre, 2007 02:00

Maya Plisétskaya, en Madrid durante una clase magistral. Foto: Antonio Heredia

Como cisnes en fila india, los interrogantes son abatidos por Maya Plisétskaya uno tras otro como en una caseta de tiro al blanco. El ritmo lo marca la matrioshka pelirroja de todas las bailarinas, a la que convirtieron en icono de un régimen, el comunista, con el que nunca comulgó. Plisétskaya, que reside en Múnich, tiene previsto llegar estos días a Madrid para recibir el lunes el homenaje del público en el Teatro Real.

-Hace más de quince años, una bruja le predijo el futuro con precisión y le dijo que regresaría a España. ¿Le vaticinó también que volvería para quedarse?
-Yo siempre vuelvo. Desde aquel entonces lo he hecho unas diez veces, así que sus predicciones se han cumplido.

-¿Sigue oliendo Madrid a almendros?
-Sí, todavía (risas).

-¿Cómo recuerda su paso por el Ballet Clásico Nacional?
-Hubo cosas buenas y malas. Muchas cosas que yo no sabía y que supe después. Y si las hubiera sabido antes, habría organizado las cosas de otra manera. Mi ambiente no fue el mejor del todos. Había intrigas inconcebibles. Y era posible intrigar porque yo no conocía el idioma. Era posible incluso decir cualquier cosa en mi presencia. ¿Comprende? Y eso lo utilizaron... tanto mi círculo español como no español. Por eso fue muy difícil trabajar. Si yo en aquella época hubiera sabido eso, todo habría sido de otra manera. También hicimos muchas cosas.

-¿Sigue usando la expresión ‘taini madritskovo dvora’ (frase rusa que significa ‘misterios de la corte madrileña para referirse a cualquier intriga o manejo oscuro)?
- Así fue. Hubo misterios madrileños y rusos. Rusos que llegaron sin que yo lo supiera, sin mi acuerdo, y que intrigaban. Se aprovechaban de que no hablaba español.

-¿No trabajaba con intérprete?
-La intérprete no era una persona honesta. Ella era medio española, medio rusa. Y todos los que llegaban de Rusia eran perversos.

-Suele decirse que los rusos y españoles se parecen por temperamento. ¿Existen puntos en común entre estos dos pueblos?
-No. La mentalidad es absolutamente distinta. Como distinta es la concepción de lo bueno y de lo malo. Son distintos.. Lo único que los une es el arte. Y si el arte es muy bueno, es comprensible para todos.

-Usted entró en el Teatro Bolshoi en 1924 gracias a una reverencia en la prueba de selección...
-No fue en el teatro. Fue en la escuela, ¿sabe? Simplemente aquella comisión [de selección] sintió el sentido de la danza, de la música y del arte, que es lo principal.

-¿Cree que en el mundo de hoy hay sitio para el ballet?
-Siempre lo hay. La gente no cambia. Especialmente para la gente capacitada. Otra cosa es que algo luego no resulte en la vida, pero que hay lugar para el ballet, sin duda.

-En sus memorias late la impresión de que usted como bailarina era, ante todo, pura sensibilidad y mucha intuición. ¿Hay sitio para artistas así en una época en la que incluso las bailarinas que no son buenas tienen una condición técnica impresionante, pero les falta la capacidad de transmitírselo al público?
-La expresividad la concede Dios o no la concede. Enseñarla es imposible. Si una persona no tiene sentido musical, de la danza o no es artística hay que tacharla con una cruz. La gente progresa de otra manera, por medio de la técnica o de su apariencia. Ocurre lo mismo que en otras artes: a un artista, si es genial, el talento se le ve. ¿Se puede enseñar? Es poco probable. ¿Y se puede enseñar la profesionalidad? Sí, se puede y es necesario. Obligatorio. Y en el deporte, ¡fíjese qué récords [hay ahora] Hace diez o quince años eso no nos podía ni entrar en la cabeza. Era completamente impensable. Y con el ballet pasa lo mismo. Ahora es mejor que antes.

-¿Pero no está ‘robotizado’ como otras artes?
-Técnicamente, ya no existen dificultades. Ahora los deportistas pasan el listón primero por la espalda y a qué altura. Isinbayeva salta [con pértiga] cinco metros. Antes eso era imposible, pero han descubierto algunas nuevas posibilidades técnicas del cuerpo humano. Y claro que también ocurre así en el ballet. Hace 30 años no podíamos ni soñar con lo que ahora hacen. Y lo que usted dice, capacidad artística o expresiva, o la hay o no la hay. Eso siempre es así. Lo mismo pasa con el salto en ballet. No se puede fabricar. Eso lo da la naturaleza.

Bailarines iguales
-¿Existe aún la escuela rusa del ballet o todo está ya globalizado?
-Continúa existiendo, pero ahora es igual en todas partes. Todo el mundo ya sabe bailar bien y ya no está claro de qué escuela es alguien. Yo, por ejemplo, no puedo saber donde estudiaba una bailarina.

-En la Gala de Homenaje de Madrid intervendrán Tamara Rojo, Carlos Acosta, Diana Vishneva, Ilia Kuznetsov... ¿Qué piensa de ellos?
-Pienso bien de todos ellos. Para quien eso le interese, sería muy aleccionador mirar las viejas cintas. Hay grabaciones antiguas en los archivos de los artistas que bailaban cuando llegué al Teatro. Para contestar a su pregunta sería bueno verlas y comprender la evolución. Es enorme. Hace dos años hicieron una película de aquellos artistas que bailaban cuando yo llegué al teatro. Habría sido mejor si no existieran esas películas. Habrían quedado en este caso los nombres, las leyendas...

-¿Qué piensa de Rojo, con quien compartió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes hace dos años?
-Es una buena bailarina, sobre todo, en clásico. Baila de forma muy técnica y absolutamente correcta ¿quién le enseñó? Cómo puede bailar así si no la enseñó Vagánova...

-Es discípula de Víctor Ullate.
-Sí, sí, sí. Usted tiene razón. Claro, Ullate trabajaba con Béjart.

-¿A quién incluiría hoy en su olimpo de bailarinas, formado por Ulánova, Seminonova y la casi desconocida Alla Shelt?
-Me abstendré [de contestar], ya que no conozco a todas.

-¿Se incluye usted en esa lista?
-Yo prefiero que eso lo haga la gente.

-¿Cuál es su obra preferida de las que ha bailado y por qué?
-Es sencillo contestarle: nunca bailé algo que no me gustara. No puedo destacar una.

-¿Y se arrepiente de no haber bailado Giselle?
-No. No me arrepiento. Podría arrepentirme, por ejemplo, de no haber ido a la escuela de Vagánova. Ella era supergenial. Cómo enseñaba a bailar, cómo entrenaba el cuerpo... Podía convertir a cualquiera en una bailarina. Durante las pruebas podría estar sentada una chica con mala figura, pero después salía y bailaba de forma genial porque le enseñaba Vagánova. No ha existido otra como ella.

-¿Qué hubiera ocurrido de haber grabado a Jákobson cuando empezó a improvisar al conocer la música de Anna Karenina?
-Jákobson estaba dotado de un talento genial. A él y a Goleizovski les tocó vivir el tiempo más terrible, donde no fue posible hacer nada. Hacía el primer acto de una obra, empezaba el segundo y le decían que el segundo ya no era necesario, que no lo necesitaban. En esas condiciones, la gente con talento no trabaja en ninguna parte del mundo. Claro, quedaba la danza contemporánea, que si no podías bailar clásico, podías interpretar contemporáneo. Ahora hay algunas obras maravillosas, aunque el bailarín clásico no las puede interpretar. Por ejemplo, el coreógrafo Taylor me sorprende con su talento, pero hoy está sin trabajo. ¿Entiende lo que pasa?

La escuela de Béjart
-De todas las personas que ha conocido en el mundo del ballet, ¿cuál ha sido el mayor prodigio que ha conocido y por qué?
-¿Prodigios? No sé por qué, pero ahora no hay prodigios, no sé. Puede ser que todavía no haya nacido este prodigio. Hay bailarines destacados, de primera clase, que antes no había. De esta clase como los hay ahora se pueden nombrar a veinte o treinta... Yo fui presidenta del jurado en Roma en un concurso semi-infantil, y allí una rusa bailó el pas de deux del Lago de los cisnes tan bien que se me salieron los ojos de las órbitas. Y es una desconocida para todos que no ha encontrado lugar en ningún sitio. Probablemente, va a trabajar en Berlín. Se llama Ludimila Konovalova. Me conmovió cómo bailó la variante más difícil de El lago. Ligera, sin ningún esfuerzo. Antes, había bailarinas muy interesantes en la compañía de Béjart, pero pasaba lo siguiente: Béjart apostaba por ellas, pero luego todo era Béjart, Béjart y Béjart... él les mostraba sus capacidades, especialmente las suyas [de Béjart], por lo que poco a poco fueron saliendo, mientras Béjart se quedó. Hay muchos bailarines destacados que no han dejado huella. Antes no había tantos, sólo uno, dos o tres. Puede ser que por eso eran más conocidos y se escribía sobre ellos y los promocionaban. Si en una compañía trabaja un bailarín maravilloso, pero de él no se habla ni se escribe, nadie sabe nada de él.

-En sus memorias decía que no se sentía coreógrafa porque entendía que no podía mejorar las obras ya existentes, pero, sin embargo, luego hizo coreografías. ¿Por qué ? ¿Cree que como coreógrafa llegó a una altura similar a la de bailarina?
-Yo sigo afirmando que no soy coreógrafa. El coreógrafo tiene que inventar bailes. Yo soy una intérprete. La buena cantante no puede escribir una ópera. Coreógrafa lo soy a mi pesar, porque el coreógrafo del Bolshoi Grigorovich no daba paso a nadie. No permitía que entraran buenos coreógrafos, sólo dejaba entrar a los mediocres.

-Por el ballet usted ha sufrido lo indecible. ¿Le ha merecido la pena tanto esfuerzo y sacrificio?
-¿Sacrificios? Ninguno. Si uno cree que hace sacrificios, lo mejor sería recomendarle que no los haga y se dedique a otra cosa. Un poeta preguntó a Bella Ajmadulina si debía componer versos. Y Bella le contestó que si pudiera no escribirlos, sería mejor: Eso es exacto. Pero si van diciendo: "Ay, qué sacrificio..." ¿quién necesita tus sacrificios?

-¿Quiere decir que hay que disfrutar en el proceso?
-No, en ese caso no hay que disfrutar, sino cambiar de profesión. Si uno lo que quiere es disfrutar, que se siente a tomar una cerveza.

-Solía decir que bailaría hasta los 107 años. ¿Cumplirá su palabra?
-Si vivo hasta entonces, sí. ¿Pero eso lo dije yo?, ¿no lo dijo Liyepa?

-¿Cómo ve ahora su casa, el teatro Bolshoi, con los cambios que ha introducido Alexei Ratmanski?
-Estoy completamente a favor de Ratmanski porque a lo largo de toda mi vida, aprecio y respeto el talento. A veces de forma intuitiva, otras conscientemente... él fue un bailarín muy talentoso y, lo principal, un actor. Y para mí eso es algo muy importante. Porque artistas auténticos en ballet aún casi no he conocido en mi ya larga vida. Puedo contar con los dedos de la mano a los bailarines que fueran realmente artistas y supieran para qué están en la escena. Ratmanski pertenece a este grupo reducido. Siente cualquier estilo. Como Jákobson fue un estilista. Casi no hay estilistas en el ballet. Me apena que haya dejado de bailar en el Bolshoi.

-En 1961, cuando Yuri Gagarin voló al cosmos, usted ‘volaba’ en la escena del Bolshoi... Ambos desafiaban a la gravedad terrestre ...
-(Risas) Sí, se puede decir así...

-Quienes conocieron a Gagarin dicen que era una persona afable y amistosa que fue utilizado como icono del régimen. ¿Se sintió usted utilizada como símbolo de la URSS?
-Tengo fotos donde estoy con Gagarin. él llegó a felicitarme. Estaba en mi espectáculo. En aquel periodo eso fue de verdad un milagro. Nadie en aquel momento esperaba nada parecido. Y de Rusia... ¿Pero sabe? él fue de verdad el primero que fue al cosmos. Rusia estaba bajo la presión y que, de repente, un ruso volase al cosmos resultó extraño. En mi caso, puede ser [que me usaran como icono]. Ellos hacían lo que les era preciso. Conmigo agasajaban a los que llegaban de la otra parte del Telón de Acero. Llegaban a Moscú y les obsequiaban con El lago de los cisnes que bailaba yo. Los obsequiaban conmigo, pero no me permitían salir.

-¿Usted creyó alguna vez en el comunismo?
-No, nunca.

-¿Y no siente nostalgia, aunque sea sólo estética, de la URSS?
-Por la URSS no. Yo cuento en mi libro qué relación me une a la palabra comunismo y comunista. Siempre he pensado, casi desde niña, que el comunista o es tonto o vil. No hay una tercera posibilidad.

-¿Cree que el arte debe contentar a un público masivo?
-Si es muy bueno, sí; pero si es el efecto de una moda, entonces no.

-Por lo tanto, ¿Cree que la cultura debe ir dirigida a una élite?
-No. A mí me gusta el público que llega por primera vez en su vida al ballet. Yo desprecio a los especialistas cerrados. Ninguno de ellos dice la verdad. Y el público asimila lo que ve o no. El corazón o el alma lo percibe o no lo percibe.