Mathias Lanhoff
La salud del teatro occidental es mala y peligrosa
25 octubre, 2007 02:00Mathias Lanhoff. Foto: Archivo
Quarttet, de Heiner Möller, llega el 27 de octubre al Valle Inclán de Madrid, dirigida por quien fuera antiguo colaborador del autor alemán en el Berliner Ensemble, Mathias Lanhoff. Tiene el aliciente, además, de estar interpretada por dos grandes astros de la escena francesa: Muriel Mayette y François Chattot. En esta entrevista con El Cultural, el director revela las claves para leer a Möller.
La conoce bien porque la tuvo en sus manos cuando era un manuscrito. Langhoff y Möller eran los "dioscuros" de la escena germana. Trabajaban con el "incentivo" de la vigilancia. Cruzaban la frontera para respirar en el Oeste y toreaban con ingenio la censura. Heiner Möller (1929-1995) no quiso abandonar el país ni cobrarse las humillaciones institucionales. Matthias Langhoff lo hizo en 1972, aunque gozaba de un visado internacional que le permitía regresar a la República Democrática Alemana (RDA) para darle forma escénica a los trabajos señeros del dramaturgo. Ahora forman parte de su repertorio fundamental y de sus giras itinerantes. Tanto como le ocurre con el teatro de Strindberg, de Böchner y de Lorca, puesto que a Langhoff, ya vemos, le interesa la posición del ser humano en el abismo.
También le atraía darle una vuelta a Quartett porque la obra de Möller se ha convertido en un clásico pendiente de revisión y en la razón del abuso despiadado de sus colegas. La tarea interpretativa recae en dos colosos del teatro francés: Muriel Mayette y François Chaillot, llamados a convertirse en la marquesa de Marteuil y el vizconde de Valmont. No como los pinta Milos Forman en su versión cinematográfica, sino como los concibió Möller: perturbadores, perversos, ajados, destructivos y, en cierto modo, superiores. La obra se representa en francés porque el autor estaba muy contento con la traducción. La razón nos la explica el propio Matthias Lanhgoff tomando un café en una ruidosísima cafetería de París, donde reside desde 1995. "Sí, en efecto, le gustaba mucho porque no entendía una palabra", ironiza el director de escena germano.
-¿Es difícil reencontrarse con Quartett después de haber asistido a su nacimiento?
- Sí. Difícil y arriesgado. La obra de Möller se ha convertido en una obra consolidada del repertorio contemporáneo. Se estudia en los colegios y en las universidades. Incluso ha degenerado como capricho dramatúrgico de algunos directores. Tratan de distanciarse del texto. Encuentran artificios para eludir el compromiso literario. Es necesario redescubrir la obra. Despojarle de esa pátina llamémosle corrupta. Y el camino no puede ser otro que atenerse a la vitalidad de una pieza salvaje, despiadada, pero también cómica e inquietante, muy inquietante.
Teatro de miradas, de contactos
-¿En qué sentido inquietante?
-Los personajes de Möller no tienen una naturaleza monolítica, sino fragmentaria. De ahí que llegue a producirse, incluso, un cambio de papeles. Otras veces, en cambio, no se hablan entre sí. Lo hacen en voz alta como si se miraran al espejo. Hay una guerra entre ellos. Porque la certeza de cada uno proviene de la negación del otro. Llegan a su verdad por contraposición, aunque hay de por medio toda clase de matices y de contradicciones. Se percibe con fuerza el motor del deseo. Es un teatro de miradas, de palabras, de contactos. El drama se proyecta sobre la piel misma de la pareja.
-Usted sostiene un paralelismo específico con el teatro de Strindberg. Concretamente menciona La señorita Julia como antecedente.
-Sí. Creo que los textos coinciden en que estudian sin tapujos las relaciones entre los dos sexos. Ambos protagonistas se proponen destruir sus recíprocas ilusiones. Demuestran su poder con el subterfugio del amor. Hay una dialéctica hegeliana. Puesto que Valmont y la marquesa de Merteuil verifican sus autoconsciencias a través del combate sobre la vida y la muerte. Se multiplican las pulsiones negativas. Hay una conciencia malvada. Pero toda verdad es en cierto modo malvada.
-La obra comienza con una precisión dramatúrgica: debe acontecer en un salón antes de la Revolución Francesa o en un búnker de la III Guerra Mundial. ¿Cómo se resuelve el desafío? ¿Qué tiene de abstracto y de concreto Quartett?
-Es un error dejarse llevar por la abstracción y por la intemporalidad. Está claro que Heiner Möller cita periodos históricos. Uno sabemos que ha ocurrido. Y el otro, aunque no haya sido real, también sirve de contexto. Los personajes se desenvuelven en unas coordenadas concretas. Quartett vive de la historia. Y de la historia como lucha contra el discurrir del tiempo.
-Textualmente, "el ejercicio sublime de matar el tiempo". ¿Qué queda, entonces, de Chordelos de Laclos, en la obra de de Heiner Möller? ¿Hasta qué punto es gratuita cualquier comparación con la novela?
-La relación epistolar de la novela es una referencia accesoria. Un boceto, una vaga inspiración. Shakespeare escribía muchas de sus obras partiendo de un argumento heredado al que otorgaba una nueva forma y un nuevo fondo. Con Möller ocurre lo mismo respecto a Laclos. De hecho, Las amistades peligrosas contienen una carga ideológica y un moralismo que desaparecen del todo en el caso de Quartett. Valmont y la condesa se nos presentan como dos personajes que están fuera de la sociedad. Y por eso son los únicos que tienen la capacidad y la libertad de juzgarla, analizarla, demonizarla, de descoyuntarla. Con las peores consecuencias y con los más abyectos de los métodos.
-La ha definido, en cierto modo, de autobiográfica.
-No voy a entrar en particulares sobre la vida de Heiner Möller, pero es curioso el modo en que la obra refleja algunas cuestiones personales, reflexiones, experiencias vitales. Casi todos los escritores se exponen en sus obras. Y el caso de Möller no es una excepción. Que me plantea, en cierto modo, la obligación de distanciarme. Me explico: tuve en mis manos el original antes de estrenarse. Conocía muy bien al autor. Sabía de dónde provenían algunas de sus impresiones. Sin embargo, y al mismo tiempo, debía hacer un ejercicio de abstracción. Leer la obra en cuanto tal. Desentenderme de las claves de lectura que yo conocía con ventaja biográfica, porque Quartett no es una historia personal. Su lenguaje y su mensaje alojan una universalidad que explica por sí misma el recorrido internacional que ha tenido y su vigencia. No ha envejecido. Nada. El paso del tiempo me ha ayudado a relacionarme con ella. Creo que ahora la planteo con madurez y con frescura. De un modo u otro deben también notarse mis experiencias en tantos años de teatro y de viajes.
Occidente elude el riesgo
-Viene de Suecia. Y ha estado recientemente en áfrica. ¿Es verdad que la experiencia africana ha sido un gran estímulo personal?
-Personal y artístico. Sobre todo porque he descubierto una vitalidad artística y un entusiasmo que nos falta en el llamado Occidente. El teatro occidental elude el camino del riesgo. Se ha acomodado. Y suele ocurrir que la recesión estética se acompaña de la recesión económica. Nos quejamos mucho de la falta de dinero. Reprochamos el desamparo institucional. No niego que la cultura merezca mayor atención, pero la salud del teatro es mala, peligrosa, por una crisis estética.
-Nada que ver con la audacia que ustedes tuvieron bajo las siglas de la RDA. ¿Se consideraba usted un privilegiado?
-Conseguía hacer mi trabajo. Y disponía de un visado internacional que me permitía viajar. Terminé marchándome. Pero se me respetaba porque yo venía de una familia antifascista que hubo de escapar. Y porque mi padre desempeñó la dirección del Deutsche Theatre. Fue pionero en atraerse a Brecht. Y fue el culpable de que a mí me interesara el mundo de la escena.
-Curiosamente, en medio de estas afinidades centroeuropeas, usted ha mostrado particular devoción hacia Lorca. Incluso ha realizado montajes muy aplaudidos de Doña Rosita la soltera.
-Lorca, Böchner, Möller. Esta es el trío de dramaturgos que más me interesan. Tienen en común la capacidad de escrutar al hombre. Y de asomarse a los abismos que tanto miedo nos producen a los mortales.
-En cambio, no se ha significado en el repertorio de Thomas Bernhard.
-Me interesa como escritor, como novelista. Y mucho menos como dramaturgo. Claro que no discuto su importancia ni su envergadura. Pero me siento poco afín.