Image: Angélica Lidell

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Teatro

Angélica Lidell

“En esta obra, día tras día, he trabajado con ganas de morir”

8 noviembre, 2007 01:00

Angélica Lidell. Foto: Juan Antonio Díaz

Escribe, dirige y actúa y se diría que vive el teatro a la manera de los accionistas vieneses, que somatizaban sus creaciones artísticas llegando incluso a usar sus propios fluidos humanos. Angélica Liddell no llega a esos extremos; con fama de chica díscola, persigue un teatro radical pegado a su tiempo. Eso es Perro muerto en tintorería: Los fuertes, que hoy estrena en el Valle Inclán de Madrid.

Angélica Liddell habla como una nihilista y los nihilistas gustan bastante en el Centro Dramático Nacional de estos tiempos (léase Koltès, por ejemplo). Ella puede decir en su defensa que le ha costado lo suyo aterrizar en el CDN, casi cinco años, pues la obra "sufrió" el cambio de gobierno; fue seleccionada por el equipo de dirección anterior, aunque no ha sido hasta ahora cuando ha podido estrenarla. Nacida en Figueras y residente en Madrid desde hace años, Liddell es lo que se dice "una mujer de teatro" que escribe con fuerza, sufre malas digestiones cuando dirige y actúa como una guerrillera. Hasta ahora las alternativas han sido su campo de batalla.

-No es muy educado empezar una obra llamando "hijos de puta" a todos ¿espera que el público le aplauda o que se levanten airados?
-Elegí el insulto a modo de pre-ámbulo para exponerme por completo, para convertirme en algo extremadamente frágil y quedarme indefensa frente al público, paradójicamente utilizo el insulto para volverme vulnerable, como si llevara una letra escarlata cosida al pecho y me ataran a una picota. No tiene que ver con la prepotencia sino con la autodestrucción, lo que quiero hacer evidente mediante el insulto es precisamente la prepotencia del público. No hay que olvidar que El Perro (el personaje que ella interpreta) es "el sobrino de Rameau", personaje de Diderot que llega a decir que autodegradarse es ser excelente en algo. Al menos, busco la excelencia en la autodestrucción.

-Hay muchas lecturas filosóficas detrás de esta obra. ¿Cuáles, además de Rousseu?
-De la filosofía me interesa que se plantean cuestiones amorales para alcanzar conclusiones morales. Ese ha sido uno de mis principales objetivos y he intentado ser muy radical para generar un auténtico conflicto en el espectador. Planteo la posibilidad de que los sometidos y los excluidos nos hagan guerra justa. Esta idea la tomé de una formidable denuncia que realizó Fray Bartolomé de Las Casas en el siglo XVI cuando vio las atroces consecuencias de la colonización en América. Por otra parte, Dostoievski no cesa de plantearnos este tipo de encrucijadas morales. En Crimen y castigo nos deja indefensos, nos dice, bueno, Raskolnikov es un buen hombre, simplemente ha matado a una vieja usurera. Dostoievski nos hace una pregunta indecente: ¿hay gente que merece morir más que otra? Me he dejado influir por este gran pocero de la conciencia.

El objetivo de las democracias
-Su pretensión es reflexionar sobre los experimentos totalitarios ¿Eligió a Rousseau por ser el padre del totalitarismo democrático?
-Elegí a Rousseau porque como dice Foucault, curiosamente, los principios del Contrato (social) han servido, en la Historia reciente, para apoyar la correspondencia de atrocidad entre crimen y castigo, es decir, para legitimar por ejemplo la invasión de Iraq o de campos de concentración como Guantánamo. "La conservación del Estado es incompatible con la conservación del enemigo", propone Rousseau. El derecho a castigar se traslada a la defensa de la sociedad. La justicia se une de nuevo a la defensa y a la venganza, es un sobrepoder. Por eso, el principal objetivo de las democracias modernas debe ser encontrar los mecanismos de control de las posibles dictaduras presidenciales, como en la actualidad la norteamericana.

-Se equivoca al llamar dictadura al gobierno de Estados Unidos, pero sigamos con su obra y sus personajes rescatados ¿de dónde?
-Combeferre aparece en Los Miserables, de Victor Hugo. También ha sido una obra de referencia junto a El sobrino de Rameau, de Diderot, escrita en la clandestinidad. En Diderot y Victor Hugo está ya la simiente de la utopía marxista. Y ese prolegómeno me resulta verdaderamente hermoso, cuando todo era posible. Hadewijch de Amberes era una monja beguina de la Edad Media. A las beguinas las mataban sólo porque eran mujeres que pensaban y escribían lo que pensaban.

-Por cierto, ¿qué le debe Lidell a los premios?
-Poder pagar el alquiler.

-En la obra habla el personaje de El perro y dice que una de las peores lacras del trabajo del puto actor es el entretenimiento. ¿No cree precisamente que el problema del teatro hoy es que se ha olvidado de la dulce y edificante labor de entretener al público?
- Al revés, pienso que jamás se le ha hado tanta importancia al entretenimiento. Los grandes profesionales de este medio, es decir, los mejor pagados, los que reciben más y mejores encargos, valoran el entretenimiento por encima de todo. Y esto vale tanto para las salas alternativas, teatros privados y teatros públicos. Ya es suficiente dilema intentar que la estética no desvirtúe el objetivo ético, que la estética esté a la altura del sufrimiento real, como para estar pendientes de si el teatro debe o no debe ser entretenimiento. Es un concepto que no me interesa.

-¿Ha tenido maestros? ¿Quiénes han sido?
- La última lección la recibí de Eto’o, el jugador del Barça, le oí decir que cuando le daban patadas en el campo metía un gol sólo para joder.

-Hablo de sus influencias, de poetas, pintores... ¿qué le interesa?
-En febrero de este año me fui hasta el Museo del Prado con cuatro libros, El viaje al fin de la noche de Celine, Jakob von Gunten de Robert Walser, El gran cuaderno de Agota Kristoff y Miss Lonelyhearts de Nathanael West. Llevar esos libros ha sido lo más peligroso que he hecho en mi vida.

-En esta obra cuenta con Marquerie y con Miguel Angel Altet, iluminador y actor habitual, respectivamente, en espectáculos de Rodrigo García, ¿tiene algo más en común?
-A mí me gustaría tener un hijo en común, sobre todo porque no nos han presentado, no nos conocemos de nada, ¿se imagina?, un hijo de Rodrigo García y Angélica Liddell, sería bonito ver de qué manera el pequeño cabrón nos mandaba a los dos a freír espárragos y se dedicaba a la astrología. Ahora que lo pienso, los camerinos del teatro Valle Inclán serían un buen lugar para engendrarlo. Sería una gran aportación del CDN al teatro español.

Pornografía del espíritu
-Hay una foto suya de los ensayos en la que parece una heroína de la Revolución Francesa ¿Se siente así construyendo espectáculos?
-El día 12 de agosto, un día antes de empezar los ensayos, estaba pasando por uno de los momentos más dolorosos de mi vida, apenas tenía fuerzas para desayunar, todavía hoy me sigue costando tragar comida. Tuve que empezar los ensayos así, arrastrando unas ganas de morir insoportables. Día tras día he trabajado con esas ganas de morir. A medida que arraigaba mi angustia la obra se iba volviendo más colérica, más demoníaca. Creo que he hecho pornografía del espíritu. Encontré una afinidad fundamental, identifiqué la derrota interior con la derrota de la humanidad. Sentía que el sufrimiento privado era tan fuerte como una alambrada, como un naufragio. He utilizado la angustia para alcanzar algo bello, algún tipo de justicia social relacionada con lo bello, algún tipo de redención. Seguramente he fracasado. En uno de los últimos ensayos, inconscientemente, me hice cortes en una pierna con una taza rota. Empecé a sangrar y nadie paró el ensayo hasta que el fluir de la sangre se hizo intolerable. La cicatriz que me ha quedado después de ese ensayo es Perro muerto.... El misterio de lo vivo y la encarnación de lo vivo.