A finales del siglo XXV, un arqueólogo de Marte un tanto jeta llamado Erich Von Danonen vino a la Tierra con la intención de demostrar que la cultura marciana era el producto de la antigua visita de una civilización terrestre más desarrollada que la propia, teoría que provocaba estruendosas carcajadas en los cenáculos intelectuales más serios del planeta rojo. Al llegar a las ruinas de Madrid se encontró con una tortuga viejísima, ligeramente parecida a Carmen Machi, y que además hablaba, lo cual la convertía en excelente testigo de la historia terrestre. Según ella, en torno a 2010, y siguiendo una costumbre que había puesto de moda un tal Kosovo, la República Democrática de Chamberí declaró su independencia. Carecía de ejército y de hospitales, pero presumía de tener, dentro de sus fronteras, dos teatros, el de Canal y La Abadía. El primero fue nombrado Gran Teatro Nacional de la República, pero los de La Abadía protestaron, y con razón, porque ellos llevaban más tiempo en el barrio (o sea, en el país) y además, a diferencia del Canal, abrían. Entonces el Principado de Moncloa se independizó también, y dijo que ambos teatros le pertenecían geográficamente, lo cual provocó una guerra espantosa entre ambas naciones. La guasa estaba en que ni una ni otra tenían actores para trabajar en los teatros, porque estos vivían en el Estado Libre Asociado de Puerta del Sol y no les dejaban salir de allí. La razón de esta hiperconcetración de población, explicó la tortuga, podía hallarse en el mítico Manuscrito Rajoy, según el cual los artistas eran todos unos golfos que jamás se levantaban a las siete de la mañana (excepto un tal García Mayo o Moya, pero éste, por lo visto, era funcionario y no contaba) y por eso preferían vivir en la nación con más bares de copas, o sea, el mencionado Estado Libre Asociado de Puerta del Sol. Von Danonen miró a la tortuga con desconfianza: "Miente usted más que habla", dijo, "pero me lo he pasado tan bien escuchándola que se lo perdono todo".