Teatro

Matamoros

Portulanos

3 julio, 2008 02:00

Hace unas semanas, a los firmantes de un manifiesto que denunciaba la dejadez del Ayuntamiento de Madrid hacia los profesionales del teatro de dicha ciudad nos cayó una lluvia de cuchillos por decir lo que decíamos. Incluso ciertas figuras de las que, quizá ingenuamente, esperábamos que entendieran mejor que nadie nuestra crítica, se desmarcaron como si fuéramos leprosos a través de excusas nebulosas o incluso de rechazos explícitos. Ahora se hace público otro manifiesto, éste para defender la lengua española, y hay cola para firmar. Y naturalmente, algunos de los que nos criticaban se encuentran entre los que han aportado su rúbrica, sin pestañear, a este nuevo documento. Supongo que creerán que no hay relación alguna entre un tema y otro; que la defensa del idioma, si eso es lo que están haciendo, es infinitamente más relevante que los problemas de unos cuantos teatreros gemebundos. Pero si es así es que no han entendido absolutamente nada, ni de esto, ni de ninguna otra cosa. Porque de lo que se trata, en cualquier caso, es de plantarle cara a esta cancerización de la vida política y de la sociedad civil de nuestro país que consiste en hablar de democracia allí donde sistemáticamente se aplica el caciquismo más vil; de negarse a aceptar un modelo social gangrenado en el que una piara de cerdos con poder imponen sus deseos y sus caprichos en todas las circunstancias haciéndolos pasar por bien común y con la desfachatez añadida de creerse representantes únicos del progreso, e incuestionables por ello. En la Comedia del Arte se caricaturizaba a los españoles a través de la figura del Capitán, apellidado, según las circunstancias, Matamoros, o Matachín, o Aspavientos, o Sangre y Fuego. Un perdonavidas que se llena la boca de amenazas y de bravatas cuando se siente seguro pero se echa a temblar en cuanto se queda sólo ante el peligro. Firmar entre varios miles de personas es, desde luego, más seguro que hacerlo sólo junto a unos pocos colegas. Pero, que yo sepa, la razón no es cuestión de números.