Marisa Paredes
Abre la temporada del Teatro Bellas Artes con Sonata de Otoño
4 septiembre, 2008 02:00Marisa Paredes. Foto: Iñigo Ibáñez
La temporada madrileña comienza fuerte. El Teatrro Bellas Artes de Madrid estrena mañana, día 5, Sonata de Otoño, la versión teatral de la película de Ingmar Bergman que dirige José Carlos Plaza. La actriz Marisa Paredes figura como cabecera de cartel de esta obra en la que actúan veteranos intérpretes como Nuria Gallardo, Pilar Gil y Chema Muñoz.A Marisa Paredes (Madrid, 1946) le gustaría hacer comedia. Confiesa que si fuera una comedia musical, mejor aún. Pero no, Paredes no recibe llamadas para interpretar papeles cómicos: "¡Qué le voy a hacer! Los directores me ven como una mujer con temperamento, atormentada, también dulce. Yo intento que me vean de otra forma, pero lo tengo difícil", reconoce la actriz, encasillada no se sabe hasta cuándo en dramas y tragedias, pero sin duda una de las actrices con más reclamo del panorama escénico actual.
Ahí, en esos registros, vive casi desde que empezó su carrera como meritoria en la compañía de Conchita Montes, en 1961, con una ¡comedia! de José López Rubio, a la que siguieron otras como El apagón, con Juanjo Menéndez y que interpretó siete años después. Desde entonces ha dicho adiós a las risas teatrales para encarnar a mujeres de armas tomar, caso de la frustrada Margaret de La gata sobre el tejado de zinc caliente o la reina Gertrudis de Hamlet que dirigió Lluís Pasqual hace dos temporadas. También lo es la Charlotte de Sonata de Otoño.
La obra -una adaptación de José Carlos Plaza, también director del montaje, y Manuel Calzada de la película homónima que Ingmar Bergman estrenó en 1978- cuenta la vuelta a casa de una madre que la había abandonado años antes dejando solos a su marido y a sus dos hijas. Una de ellas, la mayor (Nuria Gallardo), no le perdona la marcha y entabla una lucha con ella sin que sus intentos de explicar las razones de su huida conmuevan a una hija desgraciada.
El personaje de Paredes, Charlotte, lo han interpretado grandes actrices. Ingrid Bergman dijo adiós al cine con esta película que también supuso el regreso cinematográfico a su país de origen. Pero la vuelta de la actriz, aquejada ya del cáncer que acabaría con su vida cuatro años después, no fue feliz según la intérprete madrileña.
"El año pasado, cuando le entregué el Premio Donosti en San Sebastián, hablé un poco con Liv Ullman (la primogénita en la cinta) sobre Sonata de Otoño y me dijo que ni Ingrid ni Ingmar congeniaron, que se llevaron fatal desde la primera lectura del guión. Ella estaba como fuera del mundo, y todo aquello que Ingmar quería contarle le sonaba lejano. Tampoco quería aparecer como una madre desnaturalizada, no quería ser la mala, cuando la película no toma partido por ninguna, ni por la una ni por la otra, presenta una situación que ocurre por determinadas circunstancias". Quizás el argumento le recordara algún capítulo de su biografía, cuando la actriz sueca dejó a su marido y a su hijo en Estados Unidos para irse a Italia con Roberto Rossellini, aunque por otros motivos.
Un mariposa que escapa por la ventana
El de Charlotte es huir del infierno en el que estaba. "Ella es un espíritu libre, una mariposa que sale por la ventana porque no soporta la atmósfera de encierro que inunda la casa, un rigor luterano que Bergman traza muy bien pues lo conocía de primera mano", explica Paredes, ya que el director sueco era hijo de un severo pastor protestante. A esa situación se añade, además, la necesidad de escapar para emprender una carrera de pianista, por lo que "entre la opresión de la familia y la gloria del arte elige ésta para poder sobrevivir".
La hija, en cambio, escoge el camino opuesto. Joven escritora, renuncia a sus sueños y decide quedarse cerca de los suyos. Se casa con un riguroso y aburrido párroco intentando encontrar en esa forma de vida "la redención y la expiación por el abandono de su madre". Y, claro, no encuentra ni la una ni la otra. Al revés, se produce un choque que Bergman convierte en "una biopsia de almas", en palabras de Plaza que Paredes suscribe, que el director español conduce por un escenario "muy minimal, con dos sillas, dos sillones, el piano, un fondo de hojas que empiezan a hacerse rojas, una música estupenda, y punto", matiza la actriz, que no cree necesario ningún tipo de parafernalia extra para hacer teatro.
"Es suficiente si tenemos un buen texto que procure la comunicación entre los actores con el público, ¿para qué necesitamos más? Con eso nos tiene que bastar, para que el público vea que esos conflictos no son ajenos a su vida por muy duros que parezcan. Y de hecho, a lo largo de la representación, uno va dándose cuenta hasta qué punto esa historia le cala, e incluso a veces le deja como noqueado en un primer momento. Luego, afortunadamente, su corazón encogido se suelta para aplaudir a los personajes que le han conmovido. Porque el ser humano es igual en todas partes. Cada persona es distinta, cada uno tiene una educación, o una mala educación, y unas vivencias diferentes, pero los problemas son comunes. Y la solución también: tener valentía suficiente para enfrentarse a ellos, aunque muchas veces no seamos capaces de emprender ese camino". Aunque hay quien lo hace. "Ingmar Bergman se desnuda del todo, habla, como decimos aquí, a calzón quitado", asegura la antigua presidenta de la Academia de Cinematografía, que mira hacia adentro y concluye: "Quien más quien menos, todos encontramos justificaciones sobre lo que hemos hecho, buscamos excusas que nos reafirmen en nuestros actos. Porque todos estamos convencidos de tener razón".