Chéjov o el abisal sonido del alma
El Jardín de los Cerezos, visto por Ángel Gutiérrez
Más de cien años contemplan El jardín de los cerezos, la inmortal obra de Chéjov que escribió poco antes de su muerte, con 44 años, y que retrata las vicisitudes de la decadente aristocracia rusa. Escrita en cuatro actos, los personajes creados por el autor de La gaviota y Tío Vania se divierten, hacen picnics, toman copas, cantan, bailan y se olvidan incluso de la naturaleza que les rodea... Nadie mejor que Ángel Gutiérrez -creador del Teatro de Cámara Chéjov e indiscutible autoridad en el teatro ruso- para subir al escenario del Teatro Valle-Inclán esta pieza central del genial dramaturgo. El montaje que veremos desde hoy en el escenario del Centro Dramático Nacional empezó a rodar el pasado año con cuatro funciones en el madrileño Nuevo Apolo pero en el año transcurrido ha sufrido algunas modificaciones. "Es la misma idea porque yo soy el mismo -señala a El Cultural-, pero hay algunas diferencias". Entre ellas, cambios en el reparto. Para esta nueva puesta en escena ha contado con Marta Belaustegui, Samuel Blanco, Alicia Cabrera, José Luis Checa, Jesús del Caso, Frasko Ferrer, David Izura, José Rubio, Laura Martínez y Germán Estebas, entre otros actores."Nadie sabe de qué trata", explica Gutiérrez. "Algunos recuerdan que la hacienda de la noble Ranievskaya se vende por deudas, y que un tal Lopajin intenta convencerla para poder recuperarla. Ella rechaza su consejo y, finalmente, en la subasta, el mismo Lopajin compra el Jardín de los Cerezos..." Ángel Gutiérrez evoca el final del Acto II, momento en el que todo el mundo permanecen en silencio, pensativo y en el que solo se oye suspirar al viejo mayordomo Firs. En ese momento se oye un sonido lejano, como si llegara del cielo, el sonido de una cuerda rota, triste y estremecedora: "¿Quién conoce lo qué significa ese sonido y de dónde procede? Es un sonido suave, triste, pero todos se asustan... A veces, algo semejante, una nota o una voz, de pronto penetran en nuestra alma y es como si el filo de una sierra atravesara nuestro corazón, nos martiriza y nos sumerge en un sentimiento de desesperación que tiene el poder de despertar en nosotros una inquietud dormida en lo más profundo de nuestro corazón".
El flechazo del director con la obra de Chéjov se reafirmó durante sus años de formación en la Academia Estatal de Teatro de Moscú, donde, además, fue catedrático de Interpretación y Dirección durante 18 años. "Me sorprendió ante todo la brevedad y la sencillez de la forma. No hay nada forzado ni artificial en la descripción de los personajes. Por otro lado, he descubierto a un tipo de personas idénticas a las de nuestro tiempo, con los mismos problemas éticos, morales, políticos y artísticos de hoy. Me conmueve la búsqueda constante de la verdad en toda su obra".
Gutiérrez nunca se enfrentó a sus personajes como creaciones literarias sino como seres humanos conocedores de la vida y muy cercanos en su manera de entenderla: "Me reconocí en casi todos. Entrañables, siempre dudando de todo, soñadores, buenos, desdichados, atolondrados, ociosos, absurdos... Junto con Goethe fue el único autor que se convirtió en el modelo a imitar".