Idomeneo, Mozart con los refugiados
Anett Fritsch (Ilia) en Idomeneo. Foto: Javier Del Real
El Teatro Real estrena el próximo martes 19 Idomeneo, re di Creta, tragedia lírica en la que Mozart se aplicó estrictamente el modelo narrativo de Gluck. Robert Carsen, que sigue domiciliado en el coliseo madrileño tras dirigir El oro del Rin, conecta la reclusión de los troyanos con el drama de los refugiados. Bolton gobierna el foso.
No hay duda de que la gran novedad de esta ópera nace de la forma en la que el compositor amalgama los vectores que corrían por el espacio operístico de la época. La originalidad mozartiana se ve de continuo en este intento de dar un lustre desconocido a una sui generis tragedia lírica. Es milagroso, por ejemplo, el equilibrio resultante de la soldadura de escenas, que se alternan sin prácticas cesuras y que llevaban a sus últimas consecuencias por ese lado lo predicado por Gluck en Orfeo y Euridice. La sabia disposición del accompagnato es un elemento que denota también la destreza de la mano creadora. Los instantes de pasión, de duda, de turbación quedan reflejados con insólita profundidad y una turbulencia demoledora a base del manejo de una línea ondulante, provista en ocasiones de intervalos inesperados, y de una planificación soberana de la modulación. Las audacias armónicas son múltiples, como los encadenamientos de acordes a través de séptimas disminuidas, los brutales saltos a tonalidades lejanas y, atención, el muy expresivo diseño del bajo continuo, que usualmente no se percibe, pero que da color y expresión.
Si nos atenemos a las arias propiamente dichas, hay que hablar, pese al servicio a las reglas de lo serio, de enorme variedad. Encontramos arias bipartitas. De las 15 que alberga la obra, 12 se atienen, de un modo muy flexible, a lo que podríamos denominar estilo -más que forma- sonata. Todas alcanzan un alto grado expresivo y emocional y constituyen un corpus en el que está lo mejor y más profundo de una partitura que, como dijimos, flaquea sobre todo por la parte del secco, que usualmente lastra no poco el ritmo y la marcha de la acción.
Idomeneo sigue siendo una obra conflictiva de la que existen distintas versiones y arreglos. Mozart no tenía muy claro qué música poner y cuál no a la hora del estreno. Más tarde redactó una partitura con muchas modificaciones para Viena en 1786. La que se presenta en el Real está recortada en algunos tramos -especialmente en los diálogos entre Idamante y Elettra-, en busca de una dramaturgia más convincente. Carsen traslada el prolongado conflicto homérico entre troyanos y griegos a la época moderna y enfrenta a un gran ejército con refugiados, deportados y víctimas de la guerra. "Cuando comienza la ópera -dice el director de escena- los troyanos son un pueblo derrotado y expatriado: son refugiados prisioneros de los griegos en Creta. Idamante, hijo del victorioso general Idomeneo, libera a los reclusos vencidos e intenta unir las dos facciones enemigas. Pero mi impresión es que ninguno de los dos bandos lo desea: los griegos nacionalistas, vencedores, no quieren extraños en su tierra; los troyanos, derrotados y humillados, son incapaces de confiar en sus eternos enemigos"."'Idomeneo' es una obra maestra de la música coral por su fuerza. Las masas de gentes refuerzan los conflictos y pasiones individuales". Robert Carsen
Tensión paterno-filial
Como es lógico, a través de esta óptica se hace referencia a temas muy de hoy: guerra, exilio, destierro, nacionalismo y odio. "Idomeneo -apunta Carsen- es una obra maestra de la música coral de Mozart y las situaciones dramáticas que compuso para el coro se encuentran entre las más extraordinarias, por su fuerza y su emoción. Estas masas de gente, que actúan y reaccionan con una sola voz, refuerzan todavía más los conflictos y las pasiones individuales de los personajes". La aguda inteligencia del regista logra establecer un puente muy directo con el conflicto que se plantea entre Idomeneo y su hijo, dos generaciones y dos modos de comprender el mundo. Podemos pensar que la difícil relación de Mozart con su padre acaso tuvo influencia en la caracterización musical de los dos personajes, con una tremenda brecha ideológica y generacional.
Carsen se pregunta si el ser humano será capaz de dejar de cometer los mismo errores. "Yo creo firmemente -se contesta- que esta ópera es una de las más importantes jamás escritas, una advertencia, un desafío y un faro desde que se estrenó. Ojalá la escuchemos con esperanza, ojalá el amor pueda triunfar...". Y, siempre idealista y visionario, resume su credo lírico: "Lo interesante de la ópera estriba en la combinación que se produce entre las palabras concretas, que expresan el intelecto, y la música, que es lo abstracto, el corazón. Es esa reacción alquímica entre las palabras, portadoras del significado, y la música, que nadie sabe lo que significa, lo que constituye el núcleo de la experiencia operística".
Para dar vida a los distintos personajes se cuenta con dos repartos de cierta garantía. A los dos tenores que encarnan al monarca -Eric Cutler y Jeremy Ovenden- les falta quizá una entidad lírica de mayor aliento. El papel de Ilia estará bien vestido con las voces lírico-ligeras de Anett Fritsch y Sabina Puértolas, mientras el de Elettra, que pide sin duda una dramática de agilidad mozartiana, ligera en la coloratura pero amplia en la expresión, puede quedar algo desguarnecido con dos buenas cantantes como Eleonora Buratto y Hulkar Sabirova que son más bien líricas a secas. Dos tenores lírico-ligeros cantarán Idamante, parte escrita en origen para el castrado Vincenzo del Prato, pero que Mozart transcribió para la versión vienesa de 1786: David Portillo y Anicio Zorzi Giustiniani. Los bajos-barítonos Benjamin Hulett y Kystian Adam son Arbace, Oliver Johnston, el sacerdote de Neptuno y Alexander Tsymbalyuk -reciente Faffner en El oro- cumplirá como Voz del dios. En el foso, en una obra que en principio se ajusta a sus condiciones, Ivor Bolton.