El Holocausto empezó en Ucrania dos décadas antes de la "solución final" nazi
El historiador Jeffrey Veidlinger publica una rigurosa investigación sobre los pogromos que entre 1918 y 1921 normalizaron una "violencia genocida" contra los judíos.
27 octubre, 2022 03:24La ciudad de Lviv, en la actual Ucrania, presenció a principios de julio de 1941 una de las primeras matanzas en la retaguardia inauguradas por la Operación Barbarroja, la invasión nazi de la Unión Soviética. Un pogromo masivo contra la población judía se saldó con más de dos millares de muertos. Se les culpaba de una masacre de prisioneros perpetrada por los bolcheviques antes de abandonar la plaza. Los judíos fueron obligados a exponer públicamente los cadáveres en descomposición para ser identificados por sus familiares. Ciudadanos de a pie y campesinos recorrieron el macabro escenario y dirigieron su furia contra los que hasta ese momento habían sido sus vecinos, apaleándolos, burlándose de ellos, agrediéndolos sexualmente y obligándolos a cantar canciones comunistas.
"Vi a miles de judíos mutilados, golpeados de la manera más brutal; mujeres desvestidas hasta quedar completamente desnudas y niños cubiertos de sangre", recordaría el testigo Jakub Dentel. El 26 de julio, los Einsatzkommando alemanes, en colaboración con la policía auxiliar y la milicia ucranianas, mataron a otro millar de judíos. Aquellos hechos, no obstante, resultaban familiares para muchos miembros de la comunidad: los primeros asesinatos en masa del Holocausto fueron un aumento significativo de un fenómeno ya conocido en la zona dos décadas antes.
En 1918, al término de la Gran Guerra, Lviv, emplazada en la Galitzia oriental, quedó bajo dominio polaco tras tres semanas de conflicto con las tropas ucranianas. El sábado 22 de noviembre, y en los días posteriores, los refuerzos llegados de Cracovia atacaron a los civiles judíos con una virulencia que escandalizó a la comunidad internacional: los soldados les agredieron deliberadamente en sus lugares de trabajo y casas, a las que prendieron fuego, rompieron los rollos de la Torá y las antigüedades de las sinagogas, humillaron a las mujeres tratándolas como prostitutas...
73 judíos murieron —aunque un informe habla de 108 cuerpos hallados en una fosa común— en un pogromo de una brutalidad inédita y al que se sumó la población local expoliando los hogares de los judíos. Se les atacaba con el pretexto de que habían disparado a los militares polacos, habían importado el bolchevismo, ocultaban armas, especulaban con la moneda y el azúcar o explotaban a los inocentes polacos. "Vosotros, los judíos, ya nos habéis robado bastante, ya era hora de saquearos a vosotros", dijo un comandante militar. Disturbios y pillajes antisemitas se registrarían a continuación en más de un centenar de localidades de una región gobernada entonces por Polonia.
Entre noviembre de 1918 y marzo de 1921, durante la guerra civil rusa, se documentaron más de un millar de pogromos antisemitas en quinientas localidades de lo que hoy es Ucrania, en un territorio que se disputaban los ucranianos, los polacos y los rusos blancos y rojos. El número total de judíos asesinados superó con creces los 100.000. Cerca de 600.000 huyeron a otros países —el artista Marc Chagall definiría a los niños refugiados en Moscú como "los huérfanos más desdichados"—. Fue un "exterminio" que para Jeffrey Veidlinger, catedrático de Historia y Estudios Judaicos en la Universidad de Michigan, rememora a "un holocausto distinto" o, más bien, al "auténtico comienzo del Holocausto".
En el corazon de la Europa civilizada (Galaxia Gutenberg), el investigador reconstruye con sumo detalle y usando numerosas fuentes de archivo y testimonios recogidos por trabajadores humanitarios, abogados y activistas comunitarios cuando los cuerpos todavía estaban calientes, la oleada de ataques que normalizó la "violencia genocida" contra los judíos y allanó el terreno para una idea a priori inconcebible: su eliminación total. El resultado es una narración estremecedora, extenuante de tanta atrocidad. Cuando todo lo relativo al Holocausto parece estar requetecontado, este libro provoca una nueva conmoción al recuperar la historia de un derramamiento de sangre que fue catalizado por los nazis para impulsar su "solución final".
Sorprende, por lo tanto, la escasa presencia en la memoria colectiva sobre la Shoah de esta suerte de prólogo. Más todavía al comprobar la reacción y oposición de las democracias tras salir a la luz los pogromos masivos en Ucrania. El Literary Digest, por ejemplo, se preguntaba en portada: "¿Será una masacre de judíos el próximo horror europeo?". Para entonces, Hitler todavía era un donnadie y el contexto no lo dominaba la II Guerra Mundial. La pregunta se fecha en 1919 y el extermino ya se concebía como una posibilidad.
[La ola masiva de suicidios del pueblo alemán que emuló a Hitler]
El desconocimiento de los pogromos —palabra que deriva del ruso gromit, "aplastar" o "destruir", y tan familiar que hasta dio nombre a un triunfante caballo de carreras británico de principios de 1920— no resulta casual. "El genocidio nazi alemán, con su escala sin precedentes y su pavoroso número de muertes, ofreció la oportunidad de una suerte de absolución, la ocasión para borrar las pruebas de atrocidades pasadas y para relativizar los pecados de las generaciones anteriores, permitiendo que los pogromos fueran olvidados al compararse con afrentas mayores", escribe Veidlinger.
¿Porque quiénes fueron los instigadores? Principalmente militares armados que arrancaron las barbas a los varones judíos, destrozaron pergaminos, violaron a las niñas y mujeres y torturaron a ciudadanos antes de fusilarlos en las afueras de las ciudades. Pero un detalle relevante: contaron con el beneplácito y el apoyo de grandes segmentos de la población, que culpaba a los judíos de acaparar el pan, importar ideas hostiles, simpatizar con el enemigo y conspirar contra la nación.
Los pogromos fueron "públicos, participativos y rituales". "A menudo ocurrían en una atmósfera carnavalesca de borrachos cantando y bailando; la masificación permitía disolver las responsabilidades, atrayendo a gente corriente y a ciudadanos honrados que en otras circunstancias no se hubieran sumado a estos procesos", destaca el historiador. "La frecuente participación de vecinos y conocidos, clientes de confianza y amigos de la familia era lo que más irritaba a las víctimas, provocando en ellas un sentimiento de impotencia y extrañamiento, un trauma que duró más que sus heridas físicas".
El colaboracionismo fue un fenómeno que se repetiría durante la ocupación nazi: los informes de operaciones enviados a Berlín celebraban el entusiasmo con que los vecinos de Galitzia y el oeste de la provincia de Volinia, zonas que presenciaron el asesinato de entre 12.000 y 35.000 judíos entre 1918 y 1921, atacaban a la población judía por iniciativa propia. Incluso algunas de las ejecuciones fueron realizadas por habitantes locales, como miembros de la policía ucraniana. La retórica era la misma de dos décadas atrás: equipara al enemigo racial con los bolcheviques, como habían hecho las milicias campesinas o los cosacos.
"Cuando llegaron los alemanes —concluye Veidlinger—, cargados de odio antibolchevique e ideología antisemita, se encontraron con un territorio en donde se habían cometido matanzas durante décadas y donde el asesinato en masa de judíos inocentes formaba parte de la memoria colectiva, es decir, un territorio en el cual lo inimaginable ya se había convertido en realidad".