Herbert Cukurs,  el carnicero  de Riga

Herbert Cukurs, el carnicero de Riga

Historia

La caza de Herbert Cukurs, el carnicero de Riga: la justicia y la memoria del Holocausto en el siglo XXI

En 'Ven a este tribunal y llora' Linda Kinstler reflexiona sobre los desafíos legales y morales que presentan los crímenes del nazismo actualmente.

11 marzo, 2024 03:52

El agente del Mosad Yaakov Meidad se trabajó cinco meses a su objetivo. Le había propuesto empresas, había hecho que el criminal de guerra Herbert Cukurs volviera a sentirse importante. En octubre de 1964, un mes después de conocerlo, Meidad lo acompaña por Montevideo a visitar posibles inversiones.

Quedan en verse el 28 de enero en el aeropuerto de São Paulo, donde Cukurs vive desde hace años. Desde ahí viajarán juntos a Uruguay. “Todos éramos conscientes de que íbamos a acabar con la vida de un hombre, pero ninguno tenía dudas de que ese era el castigo para el sádico criminal Herbert Cukurs”, escribe Meidad en sus memorias.

Cukurs llega puntual a su cita. Lleva una cámara. Filma escenas borrosas: una pista de aterrizaje, un autobús de Lufthansa, unos pasajeros que van hacia él. La cámara se acerca y enfoca a tres hombres. Meidad levanta la mano. ¿Está saludando o tapándose la cara? Los cuatro cogen un avión a Montevideo, luego van a la costa. Allí sigue la ficción, llevan a Cukurs a ver casas. Y un día lo encierran en una.

Ven a este tribunal y llora

Linda Kinstler 
Traducción de Magdalena Palmer Gatopardo. 2024. 348 páginas. 23,95€

El plan, según Meidad, no era matarlo de inmediato. Querían hacerle un consejo de guerra por el asesinato de treinta mil judíos letones veinte años antes. Pero Cukurs saca un arma y los agentes tienen que darse prisa. “Uno de nosotros le puso la pistola en la cabeza y apretó el gatillo dos veces”, diría Meidad.

Era el 23 de febrero de 1965. Cukurs ha sido, que sepamos, el único criminal nazi ejecutado por Israel sin juicio previo. Según Andrew Nagorski, autor de Cazadores de nazis (Turner), no hay una explicación satisfactoria a la decisión del gobierno israelí, que cuatro años antes había capturado y juzgado a Eichmann.

¿Les preocupaba la prescripción de los delitos? ¿Querían aterrorizar a los nazis que vivían en Sudamérica, muchos sin ocultarse? Está la teoría de la venganza personal: uno de los agentes era letón y Cukurs y los suyos habían matado a toda su familia. Quizá la intención no era asesinarlo, pero a este soldado se le fue el gatillo.

Sea como sea, hoy muchos letones consideran a Cukurs inocente. La ausencia de un juicio los reafirma aún más en su postura. En este impulso revisionista —hace poco un tribunal letón rehabilitaba a Cukurs, devolviéndole la gloria previa a la guerra como héroe nacional y aviador— está el origen de Ven a este tribunal y llora, de Linda Kinstler (California, 1991).

La periodista está personalmente involucrada en la historia: su abuelo paterno, Boris, formó parte, como Cukurs, del Kommando Arajs, un escuadrón de la muerte que operó en el país durante el llamado “Holocausto por las balas”, es decir, durante las ejecuciones masivas de judíos previas a la industrialización del exterminio en los campos.

El Kommando Arajs tiene para los letones un significado comparable al del Velódromo de Invierno para los franceses o al de Babi Yar para los ucranianos. En Baby Yar, por cierto, fue asesinada parte de la familia materna de Linda Kinstler. Sus padres emigraron a Estados Unidos en 1988, tres años antes de que ella naciera.

Lo que al principio parece una investigación del incierto pasado de su abuelo nazi —que tras la guerra, al parecer, formó parte del KGB y luego desapareció misteriosamente, tal vez ejecutado por colaboracionista— va convirtiéndose en una rigurosa reflexión sobre el alcance y los límites de la ley para juzgar el Holocausto, que como todos los genocidios “destruye las pruebas de los crímenes a medida que los comete”.

En la línea de otros autores como Philippe Sands, Kinstler explora los retos jurídicos a que obliga la singularidad del crimen. El genocida, nos recuerda, a menudo no apretó el gatillo, no hay cuerpo del delito ni apenas testigos, y las acusaciones suelen ser vagas (“participó en…”, “estuvo presente en…”).

Kintsler documenta la creación de conceptos jurídicos como el de “estructura criminal”, impulsado en los años cincuenta. Permitía juzgar a franjas enteras de la administración como miembros de una organización con fines delictivos. Pero el problema vino al establecer la responsabilidad de cada miembro, lo que exigía años, incluso décadas de investigación.

El subtítulo del libro —Cómo acaba el Holocausto— enmarca la reflexión general acerca de “cómo las historias que nos contamos sobre nosotros, sobre nuestras familias y nuestras naciones, se transmiten, se conservan y se alteran a lo largo del proceso”.

Hoy muchos letones consideran a Cukurs inocente, la ausencia de un juicio los reafirma aún más en su postura

Que los crímenes nazis no prescriban —una reivindicación que, cuando se ejecutó a Cukurs, aún se debatía— tiene un reverso negativo, nos dice Kinstler: hace que los crímenes estén en constante revisión, que los testigos puedan ser interrogados una y otra vez a lo largo de décadas (e incurran en inevitables contradicciones) y que, por tanto, se pueda rehabilitar a los criminales incluso muertos.

La sensación, sin embargo, es que el Holocausto se enfrenta ahora a una especie de conclusión. Los últimos supervivientes mueren. De vez en cuando se juzga a algún criminal nonagenario, pero este asiste más bien impávido al circo mediático que se forma a su alrededor.

En 2025 cerrará la principal oficina gubernamental alemana para la investigación de crímenes nazis. Algunos gobiernos del Este, cuyo compromiso con la memoria parecía genuino hasta hace poco, impulsan perspectivas revisionistas de su historia e incluso establecen, como en Polonia, penas de cárcel para quienes pongan en duda los relatos oficiales. En Letonia ya han rehabilitado a Cukurs. Libros como el de Kinstler ayudan a que el Holocausto no terminé así.