Henry Kissinger durante una conferencia en Beijing. Año 1973.

Henry Kissinger durante una conferencia en Beijing. Año 1973. Getty Images

Historia

'La Transición según los espías': los hombres que susurraban a Henry Kissinger desde España

Jorge Urdánoz publica un ensayo donde contrapone los cables del embajador estadounidense en España con los discursos oficiales de la época.

2 septiembre, 2024 01:52

Durante años no sucedía nada en el planeta Tierra sin que Henry Kissinger (Fürth, 1923-Kent, 2023) estuviera al tanto de ello. Secretario de Estado de los Estados Unidos desde 1973 hasta 1977 y muy influyente en los asuntos internacionales posteriormente, por sus manos pasaban los cables que le mandaban desde cada rincón del mundo. Por sus ojos, imágenes que estremecerían a la humanidad. Por sus oídos, los susurros que explicaban al detalle lo que realmente sucedía más allá de la pantomima que la política acostumbra a ofrecer a su público. 

Gracias a toda aquella información privilegiada, Kissinger fue, en buena medida, uno de los arquitectos de la sociedad contemporánea tal y como la conocemos. Los datos le llegaban al Secretario de Estado incluso con la brisa y, en base a ellos, decidía, construía, maquinaba y pergeñaba. Para muchos, es uno de los principales artífices de la victoria posterior del bloque occidental sobre la URSS, gracias a su aplicación de la realpolitik.

Uno de aquellos hombres que susurraban al oído del Secretario de Estado tenía su base de operaciones en el número 75 de la calle Serrano de Madrid. Allí, al amparo de la bandera de las barras y estrellas, Wells Stabler, el embajador de los Estados Unidos en suelo español desde 1975 hasta 1978, escuchaba no solo los secretos que sus agentes desplegados en el país recababan, sino, también, lo que otros individuos que no tenía bajo nómina deseaban que llegara a oídos americanos.

Portada de 'La Transición según los espías' (Akal), de Jorge Urdánoz

Portada de 'La Transición según los espías' (Akal), de Jorge Urdánoz

Aquellos murmullos no provenían de bocas cualquiera. Una era la de Adolfo Suárez. Otra, de Felipe González. A un tercero de los confidentes, Juan Carlos, lo acababan de coronar. Los líderes del país que se estaba construyendo se acercaban al embajador para contrastar opiniones, lograr su beneplácito o buscar su apoyo con respecto a su postura en uno u otro asunto. Stabler escuchaba toda aquella información, la sintetizaba, transcribía y, finalmente, se la mandaba a Kissinger, que, en base a ello, componía una estrategia de acción para España y el bloque del sur europeo occidental. 

Jorge Urdánoz Ganuza, filósofo y ensayista, realza en La transición según los espías (Akal) la importancia de la figura de Stabler para entender el proceso de la Transición Española más allá del discurso oficial. Para ello, recurre a los cables, recientemente desclasificados y de libre consulta, que el embajador mandó a Henry Kissinger a lo largo de los años que se mantuvo en el cargo. 

La información que ofrece Stabler es fundamental e inequívoca para comprender la verdadera causalidad de lo que sucedió y las decisiones que se tomaron durante aquellos años. Gracias a ello, afirma Urdánoz en la introducción de su libro recientemente publicado, se puede alcanzar un conocimiento sobre esta época alejado de las clásicas posturas polarizadas que, o bien demonizan el proceso, o bien lo mitifican. 

La razón principal por el que estos cables cumplen la función de piedra de Rosetta a la hora de descifrar la verdad que hay detrás de los discursos oficiales es su naturaleza confidencial, apunta Urdánoz. Mientras que las declaraciones oficiales de las figuras políticas de aquel momento pretenden construir una imagen coherente con los valores de cada partido, las reuniones privadas permiten ver las auténticas posturas que hay más allá del perfil público, cuando la "política", se convierte en "Política", como le apuntara Santiago Carrillo a Suárez en su célebre reunión.

Aquellos telegramas escritos en letra mayúscula son verdades sin mácula que no tienen la intencionalidad de convencer a nadie, sino de informar a una instancia superior para que ésta decida la forma de actuar a continuación en base a ello. No necesitan dar una imagen maquillada para conservar las formas: ofrecen la verdad desnuda del pragmatismo político que rige las dinámicas de un país en cuyo proceso de construcción participan distintas partes con intereses propios y enfrentados

En esta situación, nos encontramos a líderes de partido que ofrecen una postura a su nación y, por el contrario, al embajador le muestran otra. También asistimos a los cambios de parecer en uno u otro asunto. Los cables de Stabler se convierten así en una suerte de electrocardiograma con el que se puede analizar los cambios de ritmo de la alta política de todo un país. 

Un país al que se le olvidó cómo votar

El primer asunto clave de la transición que aborda Urdánoz a través de los cables que Stabler mandaba a su superior en Washington es la composición del sistema electoral. Cuarenta años después de la últimas elecciones, el cuerpo de gobierno, compuesto por el rey Juan Carlos I y presidido por Arias Navarro en primer lugar y Suárez a partir de julio de 1976, se enfrentó a la tarea de definir un modelo por el que la población eligiera a sus representantes.

Era el primer paso para que España pasara de ser un régimen autoritario obsoleto a una democracia moderna afín al resto de Europa occidental. Para ello, por las particularidades de un sistema que se inmolaba para dar paso al siguiente, se dio la situación en la que un gobierno no elegido por las urnas se encargaría de diseñar el mecanismo electoral a partir del cual se compondría el nuevo parlamento. 

En este sentido, frente al discurso oficial que ha llegado hasta nuestros días, en el que se afirma que el sistema electoral proporcional corregido por provincias fue una concesión de Suárez a la oposición democrática, los cables de Stabler ofrecen un argumento alternativo.

Como suele suceder, la explicación a este cambio de modelo con respecto al histórico sistema mayoritario viene dada por una serie de grises que tan solo afloran cuando se toma distancia de los discursos polarizados y se contrasta los datos disponibles al detalle.

La legalización del Partido Comunista

Entre bambalinas también se trató el sensible asunto de la legalización del Partido Comunista Español (PCE). La información desclasificada de Stabler ofrece una nueva perspectiva del que quizás fuera el tema más sensible durante la Transición, período que, como bien es sabido, se encuadra en el contexto de la Guerra Fría. Suárez, que en más de una ocasión había asegurado a las altas esferas del cuerpo militar que el PCE no sería legalizado, anunciaba el 9 de abril de 1977 la vuelta a la legalidad del partido liderado por Santiago Carrillo.   

El conocido discurso oficial es que, tras la templanza que mostró el Partido Comunista llamando a la calma a raíz del asesinato de los abogados laboralistas de Atocha el 24 de enero de 1977, meses después, como recompensa, Suárez les concedió la legalización para que pudieran presentarse a las elecciones del 15 de junio. 

Sin embargo, lo que encuentra Urdánoz en los cables de Stabler es una versión de la historia que, de nuevo, desmiente este discurso mitificado de concordia y recompensa cívica. Tanto Suárez como la embajada americana mudan de opinión con el paso de los meses. Si bien en un principio asumían que la legalización del PCE vendría dada por el nuevo gobierno formado tras las elecciones, un tiempo después entienden que el organismo comunista es más peligroso en la clandestinidad. 

Tanto la embajada americana como Suárez y el rey preveen el descalabro del Partido Comunista en las elecciones nacionales, por lo que el presidente del gobierno toma la decisión final de legalizarlo en abril. 

Como suele suceder en los juegos de poder de un país, la verdad rehuye aquellas explicaciones simplistas y suele estar compuesta, en su lugar, por una confluencia de factores e intereses. Los cables que Stabler enviara aquel rey del realismo político que era Kissinger ofrecen una luz más clara que ninguna otra para entender el pragmatismo sin paliativos que late en el fondo de aquella "P" mayúscula en la política de la que hablara Carrillo.