Francis Drake, un pirata contra un imperio
David Salomoni relata en un libro la historia del célebre corsario, personaje principal en la lucha de la Inglaterra de Isabel I contra el poderío imperial de la España de Felipe II
En el origen de este libro hay un hallazgo. En una mañana de mayo de 2021, David Salomoni encontró en la biblioteca del palacio real de Ajuda, en el oeste de Lisboa, un documento que contenía la declaración que en 1583 el piloto portugués Nuno da Silva prestó en Madrid ante el Consejo de Indias.
Nuno da Silva había sido secuestrado en enero de 1578, en el archipiélago de Cabo Verde, por el corsario inglés Francis Drake para que lo guiase a través del océano Pacífico. El investigador comprendió que estaba ante "el primer documento nuevo sobre Drake que había aparecido en los últimos 60 años". De ese logro, de esa revelación nació Francis Drake. El corsario que desafió a un imperio (Crítica).
El pirata (Satanás en persona, según Lope de Vega) había asestado en el Pacífico un duro golpe al corazón del imperio hispánico. A Da Silva, que había salido en 1577 de la Península Ibérica desde Oporto, rumbo a las costas de Brasil, "se le acusaba de haber navegado con él hasta los confines más remotos del mundo y de haberle revelado en ese trayecto algunos de los secretos más importantes de la monarquía católica".
La unión de las dos coronas ibéricas bajo Felipe II no había anulado la antigua alianza entre el reino lusitano e Inglaterra, que compartían sentimientos antiespañoles. Más aún, al timonel se le acusaba de haber asistido a ritos y sermones luteranos a bordo de la nave inglesa (y también de cometer actos contra natura).
En el Virreinato de la Nueva España fue sometido a un proceso de herejía que incluyó interrogatorios, torturas y un auto de fe. A Madrid llegó como prisionero político y hereje condenado. El rey se interesó por su caso. Y el testimonio que ofreció el piloto de sus aventuras con Drake ("un personaje complejo, fascinante y contradictorio: explorador, aventurero, pirata, político, intelectual y científico", según Salomoni) fue asombroso.
Europa es en la segunda mitad del siglo XVI un continente desgarrado por las guerras. La reforma protestante ha destruido los cimientos comunes de la cristiandad occidental. Numerosos monarcas, sobre todo del norte, cansados de someterse al yugo apostólico romano (a un papado marcado por la corrupción y la decadencia), se suman a las nuevas doctrinas, que son combatidas por las grandes potencias católicas, que también combaten entre sí.
Al frente de ellas, la España de Felipe II (en el trono entre 1556 y 1598), cuyo poder se extendía "desde los desiertos de los Andes hasta las selvas tropicales de Angola y Mozambique", y que por lo tanto tenía el reto de ganar a "ingentes masas de personas" para la fe verdadera.
Pero entre él y el dominio del mundo se interponía un reino dirigido por una mujer, la Inglaterra de Isabel I, lastrado por profundas heridas y contradicciones y de economía atrasada respecto a otras regiones europeas (las manufacturas textiles flamencas e italianas, las naves repletas de oro, plata y especias que llegaban a España y Portugal desde las colonias americanas y asiáticas…).
A la altura de 1559, Isabel, protestante convencida, tenía numerosos enemigos tanto en su país como fuera, entre ellos su prima María Estuardo, reina de Escocia. Con una Francia destrozada por las guerras religiosas y deprimida por las derrotas frente a España por el dominio de la Península Itálica, Inglaterra se afirmaba como el gran enemigo de Felipe II. Inglaterra se asomaba a los mares del mundo con la intención de hacerse con un puesto en la mesa de las grandes potencias.
Guerra de guerrillas
Isabel I sabía que no tenía posibilidades de ganar a España en una guerra europea. Así que decidió trasladar el enfrentamiento "al terreno en el que su enemigo era más débil: le atacaría lejos de la atormentada Europa, más allá de los océanos, en el Nuevo Mundo, salvaje y aún sin domesticar". Porque el gran imperio español, inmenso, era en el fondo "un gigante con pies de barro", y debilitar una parte de su sistema de transportes y comunicaciones podría resultar fundamental.
Inglaterra y España libran una guerra entre potencias modernas por la supremacía sobre el mundo. Y una guerra religiosa y cultural. Para llevarla a los océanos del Nuevo Mundo, la reina necesitaba una marina militar bien organizada. Y en el choque contra la potente Armada española, consciente de su inferioridad, optó por "una especie de guerrilla de los mares", una táctica de incursiones contra los puertos y los barcos españoles que regresaban a Europa, cargados de oro y plata, a través del Atlántico.
En este contexto aparecen personajes sedientos de riqueza y aventuras que apoyaron el proyecto de la reina y enriquecieron la marina inglesa: los Sea Dogs, los corsarios isabelinos. Entre ellos, Francis Drake. Eran mercenarios pero también "se movían por un elevado sentido cívico y moral". Y de servicio al Estado.
Alternaban la acción heroica con el comportamiento infame. Amigo de la reina, John Hawkins fue espía y traficante de esclavos. Eran patriotas y mayormente protestantes. En el siglo XIX se escribió que el poderío inglés sobre los mares "fue el hijo legítimo de la reforma protestante".
Hawkins también fue primo y mentor de Drake, personaje que "encarnó perfectamente el espíritu de su época" contradictoria y sangrienta. Nació en la localidad de Tavistock en torno a 1540, el mayor de los 12 hijos que tuvieron sus padres, campesinos pudientes. Su padre era protestante e impulsivo, con gusto por las tropelías. El joven Drake hereda rasgos paternos y manifiesta afición por la exploración y lo desconocido.
Tras una fuga (seguramente, por tensiones religiosas), la familia se asienta a orillas del río Medway, no lejos de Londres. Allí viven en el casco de un buque de guerra abandonado. Y en Drake crece el deseo de hacerse a la mar. La familia se mueve luego a Chatham, una pequeña ciudad portuaria, y el adolescente Drake, de cuerpo robusto y ojos gélidos, comienza a navegar en las rutas comerciales entre el canal de la Mancha, el mar del Norte y las costas de la Europa continental.
Aprende las técnicas de la navegación oceánica, y también el arte de la guerra y la piratería. Cuando empiezan a trabajar juntos (principios de la década de los 60), Hawkins ya ha interiorizado la pavorosa evidencia de que el comercio más lucrativo para un inglés de su tiempo es el de esclavos. Y se lanzó al Atlántico, en la fe de que "el pastel era lo bastante grande para que todos comieran de él".
Con dos expediciones se hizo rico. En la siguiente (Hawkins se quedó en tierra y mandó un capitán a su servicio) participó Drake, que se inicia en la piratería asaltando varias naves cargadas de esclavos que se dirigían a Lisboa. En el Caribe comprueba que los colonos españoles cada vez sentían más reparos ante el contrabando de los ingleses.
Piratería en familia
En 1567, los dos primos navegan al fin juntos. Hawkins, el más buscado del Atlántico, pone a Drake al mando de la nave Judith, mientras Felipe II hace saber que no aceptará ni una sola injerencia más en su monopolio comercial sobre las Américas. Fue un viaje desventurado que hizo que prendiera en Drake, por la masacre de San Juan de Ulúa, "un odio personal hacia España". Ahí "nació el Dragón que unos años más tarde plantaría cara al poderío hispánico en América y en el Pacífico".
Con Hawkins centrado en asuntos de Estado más elevados, Drake y su hermano John realizaron algunas incursiones en el Caribe entre 1569 y 1571, desvalijando con gusto navíos comerciales. La monarca, encantada, le concedió la anhelada patente de corso: "A todos los efectos, Drake era ya un corsario de la reina. En adelante, podría atacar legalmente los buques en los que ondease la bandera de los Habsburgo, saquearlos y quedarse con una parte del botín. Comenzaba así, de manera oficial, su guerra privada contra la España de Felipe II".
En 1572 prepara una nueva incursión para apoderarse del tesoro español de Nombre de Dios, una ciudad portuaria situada en la costa este del istmo de Panamá. Un golpe a la médula del sistema imperial. El corsario "combinaba la ambición personal con una gran lucidez política". Pero en esta expedición estuvo a punto de morir. Y en realidad el palacio del tesoro estaba vacío: todo el dinero había partido hacia España unas semanas antes.
En la convalecencia pensaba en la venganza, y en cuanto se recuperó dio orden de poner rumbo al sur, hacia las actuales Colombia y Venezuela. Comenzó entonces su guerra sin cuartel y estableció una base en el archipiélago de San Bernardo, encontró aliados en antiguos esclavos africanos que odiaban a España y se propuso interceptar el tesoro español durante su traslado por tierra desde la costa pacífica hasta la atlántica.
La fiebre amarilla lo frenó. Y los españoles fueron alertados, por lo que modificaron el trayecto del tesoro. Otra derrota para el inglés, que, perseverante, organizó, con ayuda francesa, una nueva emboscada (31 de marzo de 1573), que sí triunfó y le permitió apoderarse de enormes cantidades de oro y piedras preciosas y más de 15 toneladas de plata. Esta acción aportó al corsario el prestigio de convertirse en "el principal peligro para los intereses fundamentales del imperio hispánico".
Hay pocas noticias de la vida de Drake entre 1573 y 1577. Participó en la vigilancia de las costas irlandesas, fue felicitado y recomendado en la corte y "su nombre estaba en boca de todos". Una invasión del territorio de Inglaterra por parte de España era cuestión de tiempo. El consejero de la reina Walsingham lo convocó en secreto para planificar un ataque contra los españoles. Por supuesto, en el Pacífico. "Fue así como empezó el viaje que llevaría por primera vez en la Historia a un inglés a dar la vuelta al mundo y que cuestionó el dominio global del imperio en el que nunca se ponía el sol".
Expedición al patio trasero del imperio
Cinco barcos con 164 hombres de diferentes oficios y clases sociales: fugitivos, artesanos, sacerdotes, abogados, mercaderes… Drake se despidió en persona de la reina, que le hizo regalos. A finales de enero de 1578 llegan al archipiélago de Cabo Verde, antigua colonia lusitana.
Drake captura allí la nave de Nuno da Silva, un profesional del mar que podía proporcionarle conocimiento y experiencia. Y Nuno se muestra dispuesto a colaborar. Meses después atraviesan el estrecho de Magallanes y penetran en la inmensidad del océano Pacífico para declararle la guerra al imperio español, no sin luchar antes contra tempestades y corrientes marinas.En Valparaíso atacan la nave Capitana, que les proporciona vino y oro, además de las cartas náuticas del piloto Juan Greco. A estas alturas, entre Nuno da Silva y su carcelero "había surgido una relación de amistad y de mutua admiración".
Se dirigen a las costas peruanas, donde gran parte del tesoro que se extraía de las minas de Potosí era embarcado en galeones para trasladarlo hacia el norte, hacia el istmo de Panamá, desde donde partía hacia Sevilla. Otra parte era enviada a Filipinas. "En definitiva, por aquel trozo de mar pasaba la vena yugular del sistema de poder global dirigido desde Madrid". Callao era una presa ideal, pero los galeones abordados por Drake y sus hombres estaban casi vacíos.
Siguen hacia el norte, con la obsesión de dar caza a una nave cargada de barras de oro y plata cuyo nombre era Nuestra Señora de la Concepción. La alcanzan y la desvalijan. Y empiezan a buscar una ruta para volver a Inglaterra.
Cerca de Panamá asaltan, sin sangre, un buque mercante español repleto de mercancías de Oriente, seda y porcelana china, y en el que viajaba Francisco de Zárate, primo del duque de Medina Sidonia y miembro de la Orden de Santiago. Drake daba por cumplida su misión: "Ahora todos los virreyes de las colonias españolas sabían que el imperio americano no estaba a salvo, ni siquiera en el Pacífico".
De camino a casa atacaron Huatulco (donde el pirata dejó partir a Nuno da Silva), una acción que provocó que las autoridades de México y Madrid "comenzaran a intercambiar una abundante correspondencia para dirimir cómo detener al hombre más buscado de todos los océanos".
El martirio de Nuno da Silva
Nuno da Silva poseía información valiosa que podría conducir hasta el Dragón. Empieza su calvario: interrogatorio bajo tortura y cautiverio. Los españoles querían saber muchas cosas, entre ellas la ruta de Drake para salir del océano Pacífico y regresar a Inglaterra (desde el Viernes Santo de 1579, el día en que, al despuntar el alba, salió del puerto de Huatulco, no se tenían noticias de él).
No obstante, Nuno dijo que no lo sabía y fue sometido a nuevas vejaciones. A la Inquisición le contó con minuciosidad cómo lo había secuestrado el pirata inglés y se lo había llevado consigo hasta los confines extremos del litoral americano. Era evidente que admiraba a Drake. El juicio no se celebró hasta 1582, por lo que pasó casi dos años en la cárcel inquisitorial de Ciudad de México.
Fue declarado culpable y condenado a abjurar públicamente de vehementi en un auto de fe. También se le prohibió a Nuno volver a las Indias. Fue embarcado en una nave rumbo a Sevilla y Felipe II dio la orden a los responsables de la Casa de la Contratación de que lo enviasen a Madrid para interrogarlo. El rey acabó reconociendo la inocencia del portugués, que ansiaba regresar a Oporto con su familia. Pero poco más se sabe de él. Una sugerente hipótesis formula que se convirtió a la religión protestante y sirvió a Drake como espía en tierras hispánicas.
Drake siguió la estela de Magallanes y, después de una travesía llena de aventuras (y según su primo John), llegó en octubre de 1580 a las costas de Devon, donde le recibió la peste. Envió un mensajero a la reina para informarle de su llegada. Pero otras personalidades de la corte le avisaron de que había caído en desgracia ante Su Majestad por los crímenes cometidos durante el viaje, por lo que el pirata decidió refugiarse en una isla desconocida, tal vez francesa.
Finamente fue convocado por la reina, que recompensó sus esfuerzos y lo nombró caballero. En septiembre de 1581 se convirtió en alcalde de Tavistock y posteriormente fue elegido miembro del Parlamento. Y redactó notas sobre sus gestas que permitirían elaborar el libro The World Encompassed by Sir Francis Drake. Pero "no se dejó domesticar por la vida política". Y es que "por sus venas corría la sangre de Ulises".
Salomoni afirma que "la pasión por el mar, por la violencia y por la aventura jamás lo abandonaría. Nuevos viajes y desafíos empezaban a dibujarse en el horizonte". En los años 80 emprendió incursiones en las colonias españolas de América, al tiempo que la Armada Invencible de Felipe II se preparaba para invadir Inglaterra.