László Krasznahorkai: "Orbán es una tragedia y sus subalternos son unos falsos profetas muy viles"
El escritor húngaro, eterno candidato al Nobel, acaba de publicar en España 'El barón Wenckheim vuelve a casa' y este jueves recibe el Premio Formentor.
26 septiembre, 2024 02:05"Maestro del apocalipsis" según Susan Sontag, László Krasznahorkai (Gyula, 1954) no es solo una de las máximas figuras de la literatura europea actual. Eterno candidato al Nobel, es testigo desgarrado de tiempos oscuros y violentos, y un genio del estilo que acaba de publicar en España El barón Wenckheim vuelve a casa y que este jueves recibe el Premio Formentor. Autor de culto en toda Europa, el narrador húngaro pasó gran parte de su juventud vagando por su país en compañía de borrachos y marginados.
"Sí –explica ahora a El Cultural–, fue una rebelión contra mi familia burguesa, de adolescente, que se alargó un poco... A los 19 años influyó en mí de manera considerable Dostoievski, y consideré que los sentimientos relativos a los más marginados eran los sentimientos correctos; lo cierto era que, bajo el régimen comunista, en la Hungría dominada por el ejército soviético y, en general, por el poder soviético, el Partido les decía a ellos, a los explotados, que había llegado su hora, que a partir de este momento el poder era suyo. Nunca se humilló tanto a las personas marginadas. Porque no, no llegó su hora, que de hecho nunca llegará.
Pregunta. ¿No pensó entonces en abandonar el país?
Respuesta. No, no había pasaporte para gente como yo, pero he de añadir que ni si quiera me planteé la idea, no era de las personas que confiaban en un pasaporte. Visto desde otra perspectiva: yo ni pensaba que estaba en Hungría, ni pensaba que vivía entre los marginados húngaros, no pensaba que estaba condenado a vivir despojado de la libertad, porque creía que vivía en el "mundo", entre los marginados sin pertenencias, y el estar despojado de la libertad no se producía por culpa de los soviéticos o de otro poder opresor, sino porque ese estado era algo dado en el “mundo” que sólo se podía afrontar de una manera: la compasión, la compasión con los otros y sobre todo con quienes estaban despojados incluso de esa nada de la que yo no.
P. ¿Era una experiencia común en los jóvenes literatos húngaros? ¿Cómo era escribir bajo un régimen que ahogaba las ansias de libertad?
R. No sabría responder a esta pregunta, porque realmente viví entre campesinos y obreros y no mantuve ni habría querido mantener ninguna relación con ningún entorno artístico de la época. Si aun así intentara una respuesta, sería algo así: la intelectualidad sufría por la falta de libertad, pero sobre todo por sus propias mentiras, por su propia represión del deseo de libertad, por su autoengaño, en una palabra, por la traición que casi todos cometieron, “ya que” querían vivir.
»Para mí, sin embargo, la traición era inaceptable. Fui adolescente hasta que en 1987 me dieron el primer pasaporte para viajar a occidente, a Berlín Occidental, al mundo de la libertad. Y me quedé asombrado. Porque también en el mundo “verdadero” todos eran traidores, esto es, se traicionaban a sí mismos, y se convertían o en cínicos o acababan agotados. Así y todo, percibo el sabor de la libertad política hasta el día de hoy, quedará eternamente dentro de mí.
P. Haber vivido tantos años de dictadura comunista ¿le permite comprender qué está ocurriendo en Ucrania y Rusia?
R. Sí, es aleccionadoramente terrible lo que pasa en Ucrania, y sí, permite sentir desde más cerca todo por lo que pasan esas desafortunadas personas. Pero ¿comprenderlo? El Mal no se puede comprender.
P. ¿ A qué se debe el auge de los populismos en todo el mundo, de Trump a Orbán?
R. Aquí preferiría evitar las palabras demasiado fuertes, porque como húngaro en el extranjero [ahora vive en Berlín] a uno no me gusta hablar mal de lo que hay “en casa”. Orbán y sus subalternos más cercanos son falsos profetas muy viles y muy hábiles, entre los cuales hay muchos que creen ellos mismos en lo que mienten. Pero su confusa explicación del mundo es terrible. Se remiten a un pasado que jamás existió, a un presente que es mentira y a un futuro que solo traerá más y más tristezas a los húngaros. Orbán y su hybris es la tragedia de los húngaros. Pero la merecemos.
P. ¿Qué queda del Krasznahorkai que debutó como narrador en 1985 con Tango satánico en el premiado escritor de hoy?
R. Pienso con simpatía en aquel que era yo. Ya apenas lo entiendo. Pero aquello que todavía entiendo me relaciona con él. A veces nos sentamos a charlar, le sirvo una copa de vino, él me mira, yo lo miro. Me pregunta ¿cómo aguantas que los lectores de Tango satánico no se revuelvan contra el Régimen Delirante de Siempre? Y yo le respondo que unos cuantos se han revuelto contra él, pero el resultado ha sido el siguiente: para hacer la revolución hay que entrar en los supermercados, se consigue allí. Sumisión general, universal y voluntaria y ceguera voluntaria.
"Antes existía la pobreza y la pobreza tenía su cultura, ahora existe la miseria y no tiene cultura”
»Antes existía la pobreza y la pobreza tenía su cultura, ahora existe la miseria, y la miseria no tiene cultura, porque es mero despojamiento. Y entonces me pregunta: ¿cómo puedes vivir si lo ves? Y yo le respondo: porque me he dado cuenta, aunque sea entre continuas dudas, de lo que puedo hacer, de que aun así puedo ofrecer un consuelo a través del arte a mi vecino de abajo y a mi vecino de arriba, a una maestra de pueblo a la que ahora mismo quieren echar de la escuela porque enseña bien o a todos cuantos sufren secretamente por una conciencia de culpa, a quien ya lamenta haber hecho el mal.
»Consuelo, pues, o, para ser más exactos, algo que, a pesar de todo, sin ser mentiroso, es equiparable al consuelo. Aspiro a crear belleza y por tanto a mantener la conciencia de la belleza, lo cual ayuda poco en el frente ucraniano de siempre o en las cámaras de tortura rusas...
P. ¿Qué cree que le diría ahora mismo?
R. El joven K, después de nuestra conversación, se levantaría, agradecería el vino y antes de marcharse todavía me mandaría a la mierda.
P. ¿Qué queda en sus novelas del régimen comunista?
R. Mis libros no tratan de la Hungría de aquella época, sino de la Hungría de siempre. Si mis libros alguna vez llegan a quedar obsoletos, quedarán obsoletos junto con Hungría. Y con la libertad. Y con la tristeza. Y con la dignidad humana. Pero hasta entonces podrán mantener despierta nuestra conciencia o, como se decía en la jerga de antes, la podrán joder.
P. ¿Es la causa de esa mezcla de humor negro, enajenación, distopía y desesperanza que caracteriza su obra?
R. Ha olvidado la esperanza. Nunca dejo que se pierda la esperanza. Otra cosa es si yo mismo creo en ella. Pero ¿quitársela a los demás? ¿A mis personajes? ¿A mis lectores? Nunca. Y en su enumeración ha olvidado usted otra cosa, concretamente el sacrificio. Porque ¿cómo se puede hablar de esperanza y de sacrificio sino con la espontaneidad de la desesperante solución narrativa que usted llama humor negro? El humor permite mantener la compostura para no venirme abajo o para no enloquecer de manera ostensible.
"El humor me permite mantener la compostura para no venirme abajo 0 para no enloquecer ostensiblemente"
P. ¿La literatura es un arma de resistencia eficaz contra la realidad?
R. No, en absoluto. Antes de alzar el Don Quijote o los versos de Lorca ya me matarían. Con una bala, con una mala palabra, con una mala voluntad. Aun así, el libro de Cervantes o el de Lorca quedarían tirados en el barro. Pasarían por encima, claro, pero quedarían allí. Y entonces deja de llover y alguien los recoge.
P. ¿Qué importancia da usted a la crítica, a los premios y a los lectores?
R. La crítica, a veces sin una intención consciente, no se distingue de esos textos elogiosos que aparecen en las contraportadas de los libros, las fajas y esos escritos viles, malintencionados, que no se ocupan de la obra, sino que pretenden o destruir o exaltar al escritor, juzgarlo, todos esos sólo ven en el lector al comprador.
»Esto, por supuesto, no significa que no haya excepciones, como James Wood en Estados Unidos o, por lo que sé, Fernando Valls, Jordi Gracia, Cecilia Dreymüller o Mercedes Monmany entre ustedes. Pero en relación con la crítica existe una crisis global y catastrófica. En lo que respecta a los premios, me alegran y soy capaz de alegrarme por los premios de otros. ¿Los lectores? Pues hay cada vez menos, ya que gracias a la crítica y a los premios gran parte de los lectores han sido rebajados a compradores, cazadores de dedicatorias y agresores en busca de selfies.
P. En España Acantilado publica estos días El barón Wenckheim vuelve a casa: ¿qué tienen que ver sus protagonistas, el Profesor y el Barón con el Quijote y con el príncipe Myshkhin, de Dostoievski?
R. ¡Me alegra tanto, tanto que ya lleve un rato sin preguntas políticas! Muchísimas gracias. El barón tiene mucho que ver con Don Quijote. Sin él, el barón desde luego no existiría. Pero tampoco sin el príncipe Myshkin. Y ahora podría seguir con una cantidad de nombres, que para mí no son nombres ficticios, sino seres que han existido realmente.
»Aquí andan entre nosotros, los personajes celestiales de Cervantes y de Lorca, los héroes sacrificiales de Nathanael West o de Faulkner o de Kafka o de Hölderlin o de Kleist, a todos ellos los veo realmente, esos genios los han inscrito en nuestra realidad, se los ve en las calles, se los ve cuando se disponen a coger algo en el estante más bajo de los vinos en el supermercado más barato, cuando están tumbados en el metro de espaldas a nosotros, cuando permanecen echados sobre la hierba y contemplan durante horas una brizna de hierba.
»Me alegra particularmente la edición española de El barón Wenckheim vuelve a casa, porque así ese hombre tan digno de ser querido también se suma a esos personajes que he mencionado o que son deudos de ese maravilloso personaje de ustedes para que volvamos a él, a Don Quijote.
P. En realidad escribió El barón... en 2016: ¿cuál es el secreto para que parezca que retrata a la Hungría (y al mundo) más actual, en su corrupción, avaricia y falta de esperanza?
R. ¿Echa usted en falta una descripción realista en el libro? ¿Los escenarios concretos, los personajes reconocibles e identificables? De ser así, le diré lo siguiente: eso no es cosa del artista, sino de un periodista, de un sociólogo, de un político, de un recaudador de impuestos, etcétera. El texto artístico introduce en nuestra realidad una realidad que hasta entonces no era visible, no era perceptible.
»Confieso que de hecho yo no escribo mis libros. Los escenarios, los personajes, los destinos existen, un fruncimiento de cejas ya existe, yo no los invento, yo no invento nada ni a nadie, mi tarea consiste únicamente en encontrar las palabras para que esas figuras aparezcan, para introducirlas en nuestra realidad. Les busco un lugar a través de las palabras. Así que de hecho no soy un escritor, sino un escriba que va escribiendo lo que le dictan.
“Europa no sabe qué hacer con los migrantes precisamente porque no es la Tierra de los Sueños, sino de las Desilusiones”
P. Una de las constantes de la novela son las alusiones a la "invasión" de los refugiados...
R. Nuestro mundo aquí en Europa vive en la imaginación de un joven sirio o afgano o incluso bereber como en mí vivían Europa occidental y los Estados Unidos en la época del régimen comunista: hay en Europa algo peligrosamente atrayente para quienes anhelan venir. Nuestro mundo es para ellos como un sueño. Como el cielo. Quieren llegar aquí. Y no por el hambre o por la guerra, porque entonces eligirían lo más cercano. Ellos eligen la Tierra de los Sueños cuando se ponen en marcha rumbo a nuestro continente. Europa no sabe qué hacer con ese flujo continuo precisamente porque –nosotros lo sabemos– nuestra Europa no es la Tierra de los Sueños, sino de las Desilusiones. Y convertimos a los Buscadores del Sueño en mendigos enfadados.
P. Todos los personajes, del comisario al alcalde o el bibliotecario, hablan de patriotismo. A estas alturas de su vida, ¿qué es para usted ser patriota? ¿Cuál es su patria?
R. Debido al régimen de Orbán y a la sociedad húngara rebajada y estupidizada que lo elige las palabras patriota o patriótico no me significan nada. Y menos aún significa algo para mí la patria. Los protagonistas patrióticos de El barón Wenckhein vuelve a casa son bobos, necios, estúpidos y, además, cobardes porque se han dejado humillar por un pequeño Cipolla; la televisión, las “noticias”, los carteles políticos les ha metido esas palabras de Cipolla y no sólo les han grabado en el cerebro sentimientos patrióticos, sino que frases concretas, palabra por palabra, para que luego las digan como propias. Un verdadero manicomio. O más bien un orfanato único, grande, de ámbito nacional.