Paul Preston. Foto: Ione Saizar

Paul Preston. Foto: Ione Saizar

Historia

Paul Preston: "Soy del Everton y de la República. Yo, siempre con los perdedores"

El hispanista británico atiende a El Cultural con motivo de la publicación de su nuevo libro, 'La pérfida Albión', una compilación de ensayos en los que denuncia la neutralidad de su país en la guerra civil española.

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Anda Paul Preston (Liverpool, 1946) preocupado estos días. Le toca operarse la vista y la intervención es delicada. "Puede resultar maravillosa o puedo acabar con un bastón blanco", explica con crudeza a El Cultural, al otro lado de la pantalla, aposentado en el despacho de su casa, con las estanterías hasta el techo bien repletas de libros. Dios quiera que la cosa salga bien, y que siga escudriñando archivos como hasta ahora, como un auténtico sabueso de la Historia.

La preocupación no le desactiva en cualquier caso el humor, afilado por la proverbial ironía británica, pero en su versión más hiriente, propia de los naturales de Liverpool. "Tenemos muy mala follá, sabe, somos en Gran Bretaña como los granadinos en España". Y apostilla, para que nadie se confunda, que es de Liverpool, pero no del Liverpool. "Yo sigo la fe auténtica, la del verdadero equipo del pueblo, el Everton". Acto seguido saca a relucir la mencionada socarronería mordaz, para acreditar el escaso arraigo local de su oponente: "Cuando gana el Liverpool se celebra más en Oslo que en su ciudad".

Cuenta que su mujer le dice que, siendo del Everton, era normal que en España se hiciera de la República. "Yo, siempre con los perdedores", apunta, y vuelve a reír. Más serio se pone cuando entra en materia sobre su último libro, La pérfida Albión. El contradictorio papel británico en la guerra civil española (Debate). En sus páginas alumbra la trastienda de la política de no intervención británica, que dejó a la República a la intemperie frente a Hitler y Mussolini y, de paso, "la obligó a arrojarse en brazos de Stalin".

La pérfida Albión

Paul Preston

Traducción: Jordi Ainaud i Escudero. Debate, 2025. 288 páginas. 22,90 €

Preston ridiculiza y maldice al premier Neville Chamberlain, el más consumado virtuosista del apaciguamiento, y a los conservadores británicos, que, casi en bloque, llegaron a la maniquea conclusión de que nuestra guerra enfrentaba a dos bandos definidos: rebels vs rabble (rebeldes frente a chusma). Trazo grueso de unos compatriotas que todavía hoy enrabietan a Preston.

Pregunta. Es paradójico que el franquismo empleara tanto esa expresión despectiva –pérfida Albión– cuando su victoria le debe mucho a la neutralidad sostenida por el Reino Unido.

Respuesta. Efectivamente, es una ironía. Franco siempre fardaba de que casi todos sus logros los había alcanzado por sus propios méritos. Y luego están los historiadores no especialistas en España, que no tienen duda de la importancia del Eje en la victoria de Franco pero no han aceptado, y eso me molesta mucho, el papel en ella de los conservadores británicos; del establishment, digamos. Yo estoy muy contento con la portada de la edición española, con la foto de Chamberlain sentado junto a Hitler y Mussolini, porque simboliza cómo deseaban las clases altas británicas la victoria rebelde.

P. A Churchill, en cambio, lo saca de ese bloque, al menos a partir del 38.

R. Al principio, estaba del lado de Franco por ser aristócrata, una clase atacada por los anarquistas en España. Pero poco a poco acabó llegando a una conclusión propia: como lo que más me importa en esta vida es el Imperio británico, y me doy cuenta de que los aliados de Franco, Mussolini y Hitler, quieren destruirlo, paso a apoyar a la República presidida por Negrín, porque de ella depende nuestra salud en el futuro. Al fin y al cabo, si gana, Negrín tendrá que aliarse con Gran Bretaña.

Adolf Hitler y el primer ministro británico Chamberlain se encuentran en Múnich en septiembre de 1938.

Adolf Hitler y el primer ministro británico Chamberlain se encuentran en Múnich en septiembre de 1938.

P. Lo vio demasiado tarde, ¿no?

R. Así es, pero hay que tener presente algo que se suele olvidar, sobre todo fuera de Gran Bretaña. Churchill tiene fama de gran líder pero esos son los años en que vagaba por el desierto, estaba en una especie de exilio interno, y no tenía mucha influencia. Su opinión estuvo primero marcada por su instinto de clase y, así, descuidó los intereses geoestratégicos. Eso le pasó a toda la clase alta británica cuando estalló la Guerra Civil, pero Churchill, que era muy listo, a pesar de todo el coñac que ingería a diario, terminó por entenderlo. También quizá debido a lo que le contó su hijo Randolph, que estuvo en España durante la guerra.

P. A lo largo de las pesquisas para este libro, ¿encontró algo que le contentase particularmente?

R. Sí, llegué incluso, a pesar de mi estado de salud, a dar saltos de alegría. Pasó cuando vi unas actas del Consejo de Ministros en las que se reflejaba el cabreo por los ataques a la flota mercantil británica que llevaba suministros a la República. La bombardeaban aviones y submarinos italianos con simbología franquista. Algunos ministros estaban ya muy molestos por la impunidad. Anthony Eden, el de Exteriores, ya había dimitido de hecho por esto, pero seguía habiendo disputas. En un Consejo determinado, la mayoría quiere que se tomen represalias contra Franco. Ante ello, la respuesta de Chamberlain es alucinante. Dice, poco más o menos: "Lo que tenemos que hacer es escribir una carta muy cortés al general Franco indicándole que sea más cuidadoso porque lo que está haciendo podría provocar aquí tensiones en la opinión pública".

»También me hizo mucha gracia una cosa que dijo Edward Heath, que sería asesor de Thatcher y jefe del Partido Conservador en los 70. Durante la Guerra Civil era el presidente de la Asociación de Estudiantes Conservadores de Oxford. Pues bien, cuando Chamberlain vino de Múnich tras encontrarse con Hitler vendiendo que traía la paz, Heath replicó que lo que había hecho era poner las cuatro cheeks a Hitler. Cheeks, en inglés, significa no solo los dos lados de la cara (las mejillas) sino también los del culo [Risas].

"Siento orgullo por el apoyo humanitario que salió de Gran Bretaña a España, procedente de gente que ni podía mantener a su familia"

P. Cómo británico, ¿qué ha sentido escribiendo este libro? ¿Rabia, vergüenza…?

R. Es muy buena pregunta... No es una casualidad que me haya pasado más de cincuenta años estudiando la Guerra Civil. Siento una enorme simpatía hacia el pueblo español, y la República. No hay manera de ocultarlo. La extrema derecha me odia por esto pero todos mis libros son honestos, como demuestran las miles de notas a pie de página que tienen.

»Escribiendo este he sentido orgullo como británico al conocer el apoyo humanitario a España procedente de gente muy humilde, que apenas podía mantener a su familia. Las colectas de entonces son de las que, proporcionalmente, más fondos han recabado en la historia británica. Y la contribución a los servicios médicos de la República fue también extraordinaria. Yo no puedo estar avergonzado de lo que hizo la clase alta británica en la Guerra Civil, no son los míos.

P. Pero los laboristas tampoco estuvieron todos con la República, sobre todo su facciones pacifista y cristiana, que se adhirieron a la política de no intervención.

R. Correcto. No es un tema sencillo porque hay que tener muy en cuenta el efecto postraumático de la I Guerra Mundial, con sus millones de muertos. Había terror en Gran Bretaña a una nueva guerra, en todas las clases. Pero los que fueron a España como voluntarios lo hicieron porque se dieron cuenta de que lo que había hecho Mussolini en Abisinia y lo que estaban pasando en suelo español, si no se paraba, pronto les salpicaría: los bombardeos sobre Madrid o Barcelona se producirían en París y Londres. Los círculos conservadores no eran todos hitlerianos, claro, pero se dejaron llevar por los prejuicios de clase y creyeron que podrían utilizar el Tercer Reich como un rottweiler contra la Unión Soviética.

P. Presenta a Henry Chilton, embajador británico en España, y Norman King, cónsul en Barcelona, como dos personajes nefastos.

R. Sí, ambos eran muy esnobs y bastante racistas con los mediterráneos. Chilton era profundamente derechista y King, antirrepublicano convencido. Vieron en la victoria electoral del Frente Popular el primer y alarmante paso hacia la sovietización de la República española.

P. Pero a la sovietización contribuyó en buena medida el abandono a la República de las democracias liberales, ¿no?

R. El gran descubrimiento de mi maestro Herbert Southworth fue la falsedad de los documentos que supuestamente demostraban que había un complot para la conquista de España por el Partido Comunista. La idea de que la Unión Soviética quiso conquistarla iba totalmente en contra de la política exterior de Stalin. No digo que este no fuera un monstruo, pero necesitaba aliarse con Francia contra el Tercer Reich, y por ello no quería que pareciese que pretendía asentar un imperialismo soviético en Europa. Le costó intervenir en España, no quería ayudar a la República, pero lo hizo finalmente por la rapidez con la que Franco, gracias a Hitler y Mussolini, estaba ya dominando la República. Un tercer Estado fascistoide en las fronteras de Francia era una amenaza a su pretendida alianza con este país.

P. En España ha tenido mucho éxito el libro Fuego cruzado, de Manuel Álvarez Tardío y Fernando del Rey, que muestra un país desangrado por la violencia en la primavera previa a la guerra. ¿Qué le parece a usted este trabajo?

R. Por un lado, yo creo que se ha exagerado muchísimo lo de la violencia en la primavera del 36. Pero también hay que ver todos los esfuerzos en reformas sociales que hizo la República y que fueron obstaculizados, algo que examiné en mi libro La destrucción de la democracia. Y hay muchos factores que explican, no justifican, la violencia en la zona republicana ya durante la guerra, como las noticias de las atrocidades que llegaban desde la zona rebelde, que dan pie, por ejemplo, a Paracuellos o el ataque a la cárcel Modelo de Madrid…

»También hay que recordar que hubo un colapso total del aparato del Estado. Las limitaciones de la autoridad en la calle desaparecieron. Y salieron los presos comunes de las cárceles. Por supuesto que hubo violencia, pero es mentira decir que pertenecía a la política de la República. Las autoridades republicanas se esforzaron en parar esa violencia. Les costó tiempo, no lo consiguieron hasta finales del 36, pero en la zona rebelde la violencia era la política oficial. Basta ver las instrucciones de Mola a los otros conspiradores sobre la necesidad del terror.

P. A Orwell le da un buen repaso: viene casi a decir que no se enteró de nada durante su participación en la guerra, enrolado en el POUM.

R. Bueno, no sé si he llegado a decir tanto… Pero la suya, sí, fue la visión del gusano, no la del pájaro. El problema es que, apoyado por el Congreso por la Libertad de la Cultura, Homenaje a Cataluña fue un gran clásico de la Guerra Fría intentando manchar la gran joya de la corona del comunismo: su resistencia frente al Eje en la guerra civil española. La descripción de un miliciano de a pie es genial, porque era un escritor con una gran capacidad para observar la realidad diaria, pero es que luego saca conclusiones generales de las que no tiene ni idea, como que las fricciones entre el POUM y el PCE son el motivo por el que perdió la guerra la República. Homenaje a Cataluña tiene como mínimo varias equivocaciones, si no mentiras.

George Orwell (el más alto, en el centro de la foto) en el frente de Aragón el 13 de marzo de 1937. Foto: British Independent Labour Party Contingent.

George Orwell (el más alto, en el centro de la foto) en el frente de Aragón el 13 de marzo de 1937. Foto: British Independent Labour Party Contingent.

P. Tras la guerra, Negrín, en Londres, le convenció de que los comunistas tenían razón: que ganar la guerra era prioritario sobre la revolución.

R. Sí, pero eso no le hizo cambiar el manuscrito, donde, por otro lado, quiere dar la impresión de que hablaba español y catalán, y es evidente que no.

P. Detrás del Congreso por la Libertad de la Cultura estaba la CIA. ¿Hasta qué punto cree que Orwell fue consciente de estos tejemanejes?

R. El gran mandamás de la sección española, que tuvo mucha influencia en Latinoamérica, era uno de los jefazos del POUM, Julián Gorkin, uno de esos trotkistas que estaban tan a la izquierda que acabó en la extrema derecha. Es posible, de todas formas, que Orwell no estuviera al corriente, porque el gran auge del Congreso, y de su libro, es posterior a su muerte. Pero llegó a delatar ante los servicios secretos a compañeros, simples laboristas, no agentes soviéticos.

P. En realidad, Orwell quiso alistarse primero a las Brigadas Internacionales controladas por los comunistas.

R. Eso también explica las cosas. El secretario general del Partido Comunista de Gran Bretaña, Harry Pollit, que también tenía sus prejuicios de clase, lo odiaba porque había estudiado en el elitista colegio de Eton. No se fiaba de él. Era algo injusto, sí, y seguramente aquello le generó resentimiento a Orwell.

"La democracia en España es un logro colectivo pero, si tuviera que subrayar algunos nombres, incluiría por supuesto el de Juan Carlos"

P. Recuerda también cómo el gobierno inglés evacuó en limusina al coronel Casado, que dio con su golpe "una puñalada por la espalda" a la República, y le procuró además "un exilio dorado".

R. Casado fue de la quinta columna franquista. Es fácil de probar. En Londres tuvo un buen recibimiento y un puesto en la BBC. Vivió muy bien. Y luego volvió a España con una cierta bienvenida franquista.

P. Aquí el Gobierno, para conmemorar la muerte de Franco este 2025, ha elegido el siguiente lema: "50 años de libertad". ¿Qué le parece?

R. No me parece mal, aunque los eslóganes son siempre una simplificación, en este caso de la Transición y la posterior consolidación de la democracia, que tuvo luces y sombras.

P. Otro debate es si en los actos conmemorativos se le tiene que dar cabida al rey emérito. ¿Usted que haría?

R. Dársela, porque a pesar de la desgracia posterior en la que ha caído por razones bien sabidas, hizo grandes sacrificios personales. Le arrancaron de su familia con tan solo 10 años y fue educado en el franquismo. Luego fue el bombero de la democracia, arriesgándose contra el golpismo. Evidentemente, la recuperación de la democracia fue un logro colectivo pero si hubiera que subrayar a algunos nombres, por supuesto que incluiría al rey Juan Carlos.