Letras

La institución smithsoniana

Gore Vidal

9 mayo, 1999 02:00

Traducción de Jaime Zulaika. Grijalbo Mondadori. Barcelona, 1999. 286 páginas, 2.600 pesetas

No es una novela de fácil lectura, pero quienes logren finalizarla experimentarán una sensación similar a la del deber cumplido. El ingenio y el humor de Vidal alcanzan unos niveles inimaginables

A nte una novela como La institución Smithsoniana, vigésimo cuarta novela de Gore Vidal lo mejor es comenzar por el argumento y, además, ¿quién no conoce a su autor, uno de los hombres más admirados y al mismo tiempo más temidos de los Estados Unidos?.
Nos encontramos en el día de Viernes Santo de 1939. El joven T. de 13 años, un verdadero portento matemático, ha recibido una extraña llamada desde el Smithsonian convocándole a una reunión. Aunque es un día festivo la puerta está entreabierta para él. Una vez dentro descubrimos la primera sorpresa, que para él resulta totalmente natural, las figuras de cera del museo recobran la vida cuando se cierran las puertas y los visitantes abandonan el lugar. Mientras visita las exposiciones llega a la de unos indios caníbales que están a punto de comérselo pero, como si fuera un moderno capitán John Smith, la intervención de una joven a quien él llama Squaw lo salva del caldero. Conoce entonces a quien parece ser el responsable de ese "mundo" que está conociendo, ni más ni menos que Abraham Lincoln, y lo más importante, se le informa de las investigaciones que se están llevando a cabo en los sótanos de la institución para desarrollar una bomba atómica, motivo por el que se le ha convocado allí. Las investigaciones ya están muy adelantadas pero estancadas porque Oppenheimer teme que la fusión del átomo sea incontrolada y la deflagración de la bomba suponga el fin del mundo. T. dará la clave para que las investigaciones puedan seguir su curso. Pero además T. consigue el material necesario para desarrollar su propia investigación respecto a la cuarta dimensión, el espacio-tiempo. Llega a comprender que el tiempo no es lineal ni circular, sino que "se parecía más a un pretzel que a otra cosa" [el "pretzel" es un tipo de pan salado en forma de 8, una información que por desgracia no proporciona el traductor], de forma que dos momentos temporales pueden coincidir (esperen al estreno de la película The Matrix y verán algo todavía mucho más alucinante que esto). Así que T. se moverá como pez en el agua entre 1866 y 1939. En 1866 se ve con la joven que le salvó de los indios, Squaw, de quien está enamorado y en 1939 investiga sobre una bomba disuasoria que destruya los edificios pero no hiera a las personas (qué casualidad, en las noticias de ayer se informaba por primera vez de la bomba de grafito que según parece tiene las mismas "propiedades"). T. es un pacifista y si consigue desarrollar su bomba antes que los investigadores la bomba atómica tal vez no sean necesarias las perdidas de vidas humanas.
Todo cambia cuando se ve a él mismo como un maniquí en una de las exposiciones. Hace un visionado del tiempo futuro, lo que suele ser más difícil, y ve el momento de su muerte durante la II Guerra Mundial. Se le ocurre entonces la gran idea: tal vez pueda alterar la historia, no cambiando el futuro, sino cambiando el pasado. Si los Estados Unidos no entran en la I Guerra Mundial tampoco entrarán en la Segunda y a eso dedicará sus esfuerzos. Pero los políticos son egoístas, como descubre en la reunión de todos los presidentes que han tenido los Estados Unidos. Por suerte sus relaciones con Squaw, que ahora ya no es Squaw sino Frankie, la primera esposa del presidente Cleveland, (todos los presidentes tienen dos esposas si estuvieron dos candidaturas), van de maravilla e incluso llegará a casarse con ella en 1866.
Pero no distraigamos la atención. T. es efectivamente herido en la Guerra aunque los investigadores de la institución logran recuperarlo del campo de batalla y salvarle la vida tras dos años de trabajo. Pero T. debe seguir en el mundo normal (al principio le prometieron que por mucho tiempo que pasara allí al salir seguiría siendo Viernes Santo) y efectivamente habrá un T. en nuestro mundo, pero no él, sino "el otro T.", es decir, uno de sus numerosos clones.
Me queda la duda de si este extenso resumen ha resultado lo suficientemente claro. Si es así me congratulo, pero si no lo es puedo al menos asegurarles que lo es infinitamente más que la novela. Para que se hagan una idea, en La institución Smithsoniana parece haberse conjugado lo más singular de Alicia en el país de las maravillas, de Carroll; Un yanki en la corte del rey Arturo de Twain, La subasta del lote 49 de Pynchon y La frecuencia de Medusa de Hobban. Desde luego que no se trata de una novela de fácil lectura, pero quienes logren finalizarla experimentarán una sensación similar a la del deber cumplido. Y la verdad es que la novela bien merece el esfuerzo. El ingenio y el humor -la obra está salpicada de pinceladas tan graciosas como ocurrentes- de Vidal parece haber alcanzado unos niveles inimaginables (su lucidez a los setenta y cuatro años, tal como apreciamos en la entrevista de J. R. Iborra en "El Dominical" de LA RAZóN el 28-II-99 es ciertamente envidiable). La obra no es sólo una crítica de los políticos y los sistemas totalitarios al estilo Washington D.C. (1967) o Imperio (1987), sino que continuamente pone al lector en un brete al revelar la inestabilidad de nuestra existencia. La institución Smithsoniana es uno de los ejemplos más claros de cómo llevar hasta sus ultimas consecuencias todas y cada una de las premisas posmodernistas, tanto en cuanto al fondo como en cuanto a la forma. La lectura es difícil, pero olvidarla será imposible.