Letras

Visiones de fin de siglo

Raymond Carr (Director)

16 mayo, 1999 02:00

Taurus. Madrid, 1999. 223 páginas, 2.300 pesetas

Raymond Carr cierra el volumen con una comparación hispano-británica que busca descubrir analogías tras las marcadas diferencias

C on la consolidación de la historia estructuralista y el estudio de fenómenos de larga duración, la datación de un hecho en el tiempo y aun más la regularidad simplemente mecánica y externa de los intervalos anuales o seculares perdió gran parte de la significación que tradicionalmente tuvo para los historiadores. Un siglo es, sin embargo, una "unidad de cuenta" eficaz para ordenar el conocimiento del pasado; hablar de "el siglo de..." constituye un modo de subrayar la unidad de rasgos de un período de duración media, como hiciera Voltaire con la época de Luis XIV, y cien años son, más o menos, el intervalo de tres generaciones, adecuado para registrar los efectos del cambio social. Los momentos de engarce de unos siglos con otros, los momentos de final y comienzo, cuentan, así con una especial capacidad referencial aunque se la sepa sólo aparente.
Una historia comparada de finales de siglo españoles como la que dirige Carr en Visiones de fin de siglo es tarea compleja. Ha contado para ello con un grupo de autores acreditados, a cada uno de los cuales encomienda ocuparse de un final de siglo, entre el XV y el XX, mientras él desarrolla un análisis comparado entre el fin del XIX y el comienzo del XX en España y el Reino Unido.
Julio Valdeón resume el panorama de finales del siglo XV, el de una España, y especialmente Castilla, pujante, con un poder sólido y respetado y una notable vitalidad cultural. De no ser morisco o converso, los súbditos de la Monarquía de España entraron en el XVI de un modo muy distinto a como lo dejaron sus nietos. Henry Kamen resume la situación de crisis financiera y demográfica con la que los españoles (y especialmente los castellanos) tuvieron que afrontar el fin de la decimosexta centuria. La derrota de la Armada Invencible y la postración de Felipe Ii en sus últimos años alimentaron una "crisis de confianza en el destino imperial" que actuaría de caldo de cultivo para el profetismo, la milagrería y el irracionalismo.
Algunos de esos rasgos, sostenidos por similares contratiempos naturales, militares y políticos, se prolongarían durante todo el XVII, en cuyo final destaca Felipe Fernández-Armesto el predominio de un clima moral y cultural de desestimiento de las ambiciones humanas (símbolo de ello serían el Hospital de la Caridad sevillano, sus cofrades y las pinturas de Valdés Leal en su capilla). En una política exterior mucho menos "agresiva" y hegemónica lo sorprendente no es el "estancamiento y retroceso" de la presencia imperial hispana, sino mantenerla casi incólume (en última instancia, un triunfo) hasta que muere Carlos II. Si el fallecimiento de Felipe II (1598) y de su biznieto (1700) dan cierta analogía al final de sus respectivos siglos, no hay hecho parecido en los siguientes. Jon Juaristi, en una descripción de conjunto sobre el paso del XIX al XX que no omite referencias a la política, la economía, la vida cotidiana, al arte y a la literatura, subraya la relevancia de las corrientes regeneracionistas y la facilidad de las más para dejarse seducir por "cirujanos" que sajen "abscesos" del cuerpo social, y desde luego para valerse de una elemental imaginería patológica, sin mucho que ver con los logros de la medicina en los tiempos que corrían.
Enfrentado a la difícil tarea de historiar este fin de siglo de ahora, Juan Pablo Fusi sale del paso con acierto y soltura. Usando, como es propio de historiadores, del tiempo verbal pretérito como recurso distanciador desgrana las razones que pueden explicar la complacida autoestima que parece ser propia de los españoles de hoy, el reconocido dinamismo y modernidad de la sociedad española y la imposibilidad de seguir viéndola y juzgándola mediante tópicos. Como historiador no se le escapa lo acusado de las diferencias generacionales en una observación que remite a otra de Juaristi: quienes hoy estamos en la madurez tenemos más en común con los hombres de final del XIX de lo que tendremos con quienes sean testigos del próximo fin de siglo; indicio de que la celeridad y profundidad del cambio es también un factor propio de éste.
Raymond Carr cierra el volumen con una comparación hispano-británica que busca descubrir analogías tras las marcadas diferencias.La analogía le lleva a establecer parangones entre el final del imperio español en 1898 y el inglés, inevitable tras la victoria japonesa en Singapur en 1941; la diferencia le empuja a evocar el fracaso del liberalismo político en España en 1923 y su distinta suerte en Gran Bretaña. Entra, pues, resueltamente en cuestiones cronológicamente propias de la centuria siguiente, resaltando con ello una ausencia que el lector echa en falta desde el comienzo: la especificación de qué es exactamente un fin de siglo, qué período cubre antes y después de la fecha concreta que lo cierra, y qué parte del continuo histórico se acota al diferenciarlo como marco de estudio. Pero, probablemente, las cronologías tendrán que ser tan distintas como dispares los diferentes finales de siglo y tan amplias como lo exija el argumento desarrollado respecto a cada uno.