Letras

Josep Pla, en gris

Los Alucinados

19 diciembre, 1999 01:00

Escribe de licores exquisitos, pero él bebe picón. Habla con sabiduría de los griegos, pero él se queda en su camarote, cuando el barco atraca en una de las islas griegas

Es otro escritor sin género, como Ramón, que ya pasó por estas páginas y quizá vuelva. Nos interesa especialmente el caso del escritor sin género, porque es en quien se da el ángel de la literatura en estado puro.
Pero el mercado intelectual, y sobre todo la voracidad erudita, exigen un género, y Pla decía que era periodista. Desde muy pronto, estudiante en Barcelona, o anteriormente, camastrón en su pueblo y gran lector, Pla comprende que está en la vida de mirón, que lo suyo es mirar y contar, sin meterse en los asuntos de los hombres, pero dando fe, siquiera sea para sí mismo, como en El cuaderno gris, para el público en general, en los periódicos y libros. Pla no es más que una mirada, y más tarde una mirada y una pluma. O una boina y un cigarro viejo. Escribe de licores exquisitos, pero él bebe picón. Habla con sabiduría de los griegos, pero él se queda en su camarote, cuando el barco atraca en una de las islas griegas.

Es condición de todo escritor conocer antes las cosas por los libros que por las cosas mismas, Pla advierte esto como un defecto y decide viajar, siquiera sea en autobús, o en trasatlántico, para tener primero el conocimiento real de un vaso griego o una alpargata ampurdanesa, y luego ya vendrá el conocimiento literario, que es el que alumbra en la propia literatura. De modo que el mozo consume años en la tertulia del café de su pueblo, pensando que del mundo no le interesa nada, mientras escribe con gran interés de todo. Esa observación desinteresada del paleto a lo Montaigne -"el tema de mi libro soy yo mismo"- es la postura de Pla a la hora de explicar una paella o una catedral.

Contra el título cervantino, Pla es el curioso pertinente que no nos agobia con el afán de las cosas, sino que las va poniendo ante nuestros ojos con elegante indiferencia, como un vendedor de las Ramblas. En Barcelona cambia de tertulia, claro y ya no son los cazadores de su pueblo, sino los intelectuales en tres idiomas del Ateneu: catalán, francés, español. Allí descubre a Sagarra, Eugenio d’Ors, los famosos o simplemente ilustrados ateneístas. El joven periodista de los periódicos en casa de vecinos llega a tener un verdadero deslumbramiento con d’Ors, aunque él va a hacer todo lo contrario: esconder la mucha cultura que tiene y escribir con una supuesta llaneza llena de hallazgos literarios. De madrugada pasea solo por las Ramblas, por no irse a dormir a la pensión, y mira a las mujeres rotas y hermosas que ilustran la noche.
"Debe ser hermoso sentir que una de estas mujeres se deshace en nuestros brazos, pero es tan caro". Lo decía en serio. Parece que nunca encontró relación entre amar a una mujer y tener que alimentarla toda la vida. De modo que se fue adumbrando en él un solterón, un solitario que nunca estuvo solo, como vemos por algunas biografías sangrientas y confesiones de viejas amantes hospitalarias a los ochenta y tantos años, cuando el amor ya no es nada.

Viene a Madrid cuando la República, ya como enviado de lujo de los grandes periódicos, y todo le da mucha risa, excepto una conferencia de Ortega. Desde entonces define así al filósofo, olvidando rústicamente sus filosofías.

-Gran orador. Ortega, gran orador.

Fornos también le parece cosa de mucha amenidad y tontería, pues ya hemos dicho que ha adoptado ante la novedad la mirada del labrantín irónico. Pero tiene muy poco de labrantín, salvo la camisa abrochada hasta arriba, sin corbata. En cuanto a la ironía, la ejerce contra todo lo grande e importante de la vida y el mundo, deslizándose hacia "lo infinitamente pequeño", como escribe en el título de un libro. Su periplo creador va del periódico al libro y del libro a las Obras Completas. Toda la burguesía ilustrada de Cataluña tiene las Obras Completas de Pla. Desde que hubo quinielas de fútbol escribía los artículos por detrás de las quinielas. No es que apostase a las quinielas, sino que eran un papel más barato. Pla practicaba la estética del ahorro menos como ahorro que como estética. No había que gastar en mujeres ni en cuartillas, dos cosas que por otra parte le fascinaban. Durante la guerra mundial tuvo una fama absurda de espía de Franco. Cogía la boina y el bastón, se iba a pasear por la orilla del Mediterráneo y cuando veía pasar un barco inglés llamaba a Franco. Este espionaje artesano, que no era tal, es lo que le valió el odio de algunos catalanes ingenuos. Hace una magnífica literatura como no queriendo hacer literatura. Lo suyo es un escepticismo tranquilo y una gran admiración por Manuel Hugué y por el arroz bien hecho en la playa. No quiere ir más allá, pero está mucho más allá. Sin embargo, nunca pierde la gracia, la amenidad y el detalle del verdadero periodista.

Le da un infarto a bordo de un crucero y le pregunta el médico qué ha podido hacer para provocarlo:

-Lo peor. Llevo toda la tarde leyendo a Paul Valéry.

Admiraba a Baroja, a Azorín y a los franceses. "Azorín es puro Anatole France. Sujeto, verbo y predicado. Punto y seguido. Eso es francés". él también hubiera querido parecer francés, pero le sobreviene un barroquismo catalán que quizá sea modernismo y que él distribuye muy bien. Sus escenas de playa tienen algo de Sorolla y sus escenas de las Ramblas tienen algo de Anglada Camarasa, de un Anglada asordado, puesto en gris, sin ruido de luces. Vivió y escribió en gris, pero está lleno de claridades. Eugenio d’Ors en la prosa de ideas y Pla en la prosa narrativa, son quizá los dos más grandes prosistas del catalán moderno, y los más divulgados en España.

De viejo, Pla reescribe El cuaderno gris de la adolescencia y nos da uno de los libros más grandes del siglo. Dionisio Ridruejo lo tradujo al castellano. Escritor sin género, él fue su propio género y su vida el único argumento. Fumaba mucho y malo.