Letras

Los Alucinados

Aleixandre, en su paraíso

6 febrero, 2000 01:00

A Vicente Aleixandre le nace un poema como una marea, como algo que viene creciendo de ola en ola, de verso en verso

"Sintiendo el rumoroso corazón que la invade." Esa, esta música alejandrina se extiende por toda la poesía de Aleixandre, como el mar o la luz. La influencia que tuvo nuestro poeta en España y América, años 40 y 50, se explica no sólo por la natural fascinación de su verso, sino por esa cualidad contagiosa que hay en el poeta. Los grandes poetas suelen ser contagiosos, peligrosos, pero unos más que otros. Vicente Aleixandre, sin duda, es más contagioso que Jorge Guillén, sin que esto quiera decir nada a favor ni en contra de ninguno. Nadie tan contagioso como VA desde Rubén Darío.

Y precisamente con Rubén Darío aprende Aleixandre lo que es poesía (inducido por Dámaso Alonso). Pero el poeta de Velintonia no iba a hacer música ni rima ni poesía formal. ¿Qué es entonces lo que se le contagia del gran Rubén? Precisamente, el crecimiento del verso, la invasión del poema como un Nilo desbordado sobre las extensiones de la prosa, de la vida, de la realidad, "en un vasto dominio". A Aleixandre le nace un poema como una marea, como algo que viene creciendo de ola en ola, de verso en verso, de palabra en palabra. Por eso es injusto hablar aquí de poesía de elaboración, como se ha hecho a veces. Claro que todo buen poema está elaborado, pero esa sensación de luminoso peligro, de vibrante crecimiento, eso no se puede elaborar, eso es la respiración misma del poeta.

Joven, retirado, enfermo, toda la literatura llega a él en manos de Dámaso, que es el mejor conductor de la electricidad poética que ha tenido el siglo. Del calambrazo gongorino de Dámaso nació el 27. Del calambrazo rubeniano de Dámaso nace Aleixandre. Yo, adolescente, no entendía muy bien el parentesco entre el nicaragöense y el sevillano, que tanto patrocinaban los textos. Luego he aprendido que son los dos poetas más invasivos del castellano, acompañados de un tercero, Pablo Neruda.

Aceptado esto, lo que sorprende es que tan alta marea vital como la de VA naciese de un ser débil, de un hombre sin biografía, de una criatura interior. Por eso me fui a verle a su casa de Velintonia, como tantos adolescentes de entonces, y siempre recuerdo sus manos prelaticias, su sonrisa un poco rizada, su bigote rubio, sus ojos clarísimos en la sombra, su calva tostada. Y es que los recuerdos se me mezclan con mis visitas a Miraflores, bajo el cielo cercanísimo y derramado del verano, y hay fotos publicadas de cuando paseábamos por el pueblo o nos sentábamos con los viejos, a la sombra del olmo -quizá la olma- de tronco casi milenario.

-éste es el paisaje de La destrucción o el amor.

Y mirando tierras altísimas y águilas de una heráldica salvaje comprendí la geografía del poeta, que en el verso cobra movimiento rítmico y cadencia de página. Se le ha definido como surrealista y en buena medida lo es, llegando a la imagen críptica.

Sólo que Aleixandre es un surrealista del optimismo, así como el surrealismo de Breton y todos ellos es nocturno, agobiado, freudiano y judío. Las maneras son a veces las mismas, pero Aleixandre escribe de día y en París escribían de noche. Nuestro poeta tenía algo de mayor inglés -esa veta anglo que corre por Andalucía, aunque su segundo apellido también es muy español, Merlo. Surrealista de la luz, sólo en sus primeros libros -Pasión de la tierra, prosa- juega a una nocturnidad o unos adumbramientos de angustia adolescente: "las viejas respiran por sus encajes".

Contaba a su manera una consulta médica. En una consulta médica lo encontré yo, casi ciego, ya premio Nobel, acompañado de su hermana. Le esperaba esa sombra previa de la ceguera, sí, e hizo en seguida unos poemas y libros donde todo se consuma. Pero el Aleixandre al que uno vuelve siempre es el de Sombra del paraíso y Espadas como labios, el de la Destrucción. Quizá Aleixandre sea el más desesperadamente poeta del 27, con Lorca. Lo suyo, como he dicho al principio, no es poesía sino respiración. Por eso no vale hablar de elaboraciones. Es lo que dijo el torero: "yo toreo, los demás trabajan". Ahí está la mejor crítica literaria. Siempre hay uno que escribe mientras los demás trabajan. ése es el que dejará una obra lozana y obstinada, como no sé qué flor. Y esto nada tiene que ver con que Aleixandre corrigiese más o menos. Chaletito de la Universitaria, casona de Miraflores, un hombre que estaba viviendo de su modesta herencia, todo olía a antepasados.

De la poesía no sé si vivió, pero vendía mucho. Yo, como no tenía un duro, robaba libros suyos en las librerías de Valladolid. Sentía como que me pertenecían, que tenía más derecho a ellos que cualquier lector o librero. A Aleixandre lo he saqueado a modo, y lo digo también en el sentido de la escritura, pues, sin hacer yo un mal verso, creo que algo me ha quedado de su párrafo extenso, cuando hace falta, y de su atenuado surrealismo. Nos quedó a toda aquella generación, mayormente, el aprendizaje de que hay que empezar muy alto o muy profundo, no en un término medio que luego ya no se remonta.

"Para ti que conoces cómo la piedra canta".

Así, así. Así arranca Sombra del paraíso. Falso y cursi eso de que el primer verso lo dan los ángeles. El primer verso lo da el idioma. Y el primer párrafo. Hay que volar muy alto, como el águila de Miraflores. No conformarse con menos de un alejandrino, aunque sea en prosa. Escribí mucho sobre Aleixandre en las revistas y los periódicos. Siempre me correspondía con generosas cartas de hermosa letra azul. Pedí el Nobel para él con el viento a favor, pues era indudable que un día habían de dárselo. Por poeta, por demócrata, por liberal, por exiliado interior, por su silencio de águila y sus resistencias misteriosas. Sólo salía a veces a la Academia, merendando luego, o antes, en el Lyon, con otros académicos e íntimos. Tenía el sigilo del enfermo y la cautela del poeta. Llevaba mucha tesorería entre las manos.