Letras

"Quiero perecer con la realidad"

Lorenzo Silva, Premio Nadal

6 febrero, 2000 01:00

Muchos de los conocidos de Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ignoraban hasta hace apenas seis años que bajo su disfraz de abogado tímido y discreto, empleado de una empresa eléctrica, se escondía un escritor de raza. El premio Nadal concedido a El alquimista impaciente ha refrendado lo que la crítica decía. Que Silva tiene mucho que contar y sabe cómo hacerlo. El alquimista impaciente (Destino), del que EL CULTURAL adelanta sus primeros tramos, está a punto de aterrizar en librerías, pero mientras vela armas, Silva recorre Andalucía y sus colegios embarcado en un proyecto de animación a la lectura para jóvenes. Acaba de publicar El urinario (Pre-Textos), "extraña novela epistolar de un presunto suicida" y se ha comprometido a entregar antes del verano su tercera novela para lectores de 14 a 16 años

"No soy un abogado que escribe. No, al revés, la secuencia es distinta, llevo escribiendo desde los catorce. Con diecisiete sabía lo que quería, y quería ser novelista, así que me planteé si iba a vivir de la literatura o si me buscaba otra profesión para escribir con absoluta libertad, y sin más presión que el tiempo. Elegí ser abogado para escribir lo que quisiera y lo he conseguido. Con esfuerzo, porque después de una jornada laboral de, a lo peor, dieciséis horas, debía levantarme antes y aprovechar el fin de semana, aunque en ocasiones no me quedase ni cerebro. Una apuesta arriesgada, pero si hace diez años me hubiesen dicho que iba a encontrarme así..."

Encontrarse así es, por ejemplo, haber conquistado el premio Nadal con El alquimista impaciente, su última novela, aunque sigue precisando, para que no quede duda alguna:

"No soy un escritor marginal. Me he movido mucho en estos años, tengo tres editores, agente, me han traducido... No soy un lunático ni un ‘amateur’. Tengo buenos amigos escritores, amigos por afinidad literaria y personal, pero no relaciones sociales. Ni me interesan ni tengo tiempo. Tampoco para las polémicas literarias. Muchas veces tengo la impresión de que son sólo intercambio de cohetes entre personas ociosas y yo ocio tengo poco. Ahora aspiro a tener un mejor equilibrio de mi tiempo y a no vivir al filo del abismo.

El segundo cartucho

-Hace dos años, en 1997, fue finalista del Nadal con La flaqueza del bolchevique. ¿Realmente se ha presentado sin reservas?
-No, reincidí con miedo. Yo en ningún momento he contado con que el premio estaba garantizado, de hecho no me habían llamado el día anterior desde Barcelona, sabía que corría un riesgo, pero una vez que quedas segundo te planteas que puedes ser el primero. En realidad, mi reincidencia tiene que ver más con el Nadal, con su trayectoria y prestigio, y con esta novela. Eso me hizo quemar el segundo cartucho. También le digo que no hubiera habido un tercero...

-Afortunadamente no ha sido necesario. Ahora que está a punto de ver publicado su cartucho me gustaría que explicase por qué escogió como protagonistas a Virginia Chamorro y Rubén Bevilacqua, la pareja de la Guardia Civil que ya se había enseñoreado de su novela anterior, El lejano país de los estanques (Destino, 1998).
-Como casi todas las ideas afortunadas, surgió por azar, como consecuencia de una escena entre dos mujeres que presencié en una cala de Palma de Mallorca. Esa escena me hizo inventar un crimen y una vez inventado, comencé a construir una novela policiaca. Si un cadáver aparece en este pueblo, pensé, la jurisdicción es... de la Guardia Civil. ¿Tendrá interés? Sí, porque tiene una imagen muy tradicional, unos clichés muy firmes... Empecé a revolver elementos. él, por ejemplo, es de padre uruguayo, y ella ha intentado entrar en otras Academias militares. Para construirla me inspiré en gentes conocidas, porque como soy hijo de militar he conocido a muchas jóvenes que también quisieron entrar en una Academia. A partir de elementos reales pude construir personajes de hoy. En realidad, lo secundario es que lleven uniforme, son gente de hoy.

-El alquimista impaciente comienza con el descubrimiento de un cadáver en circunstancias tremendas.
-Sí, marca de la casa. Es una novela policiaca clásica en su planteamiento. Empieza con un cadáver, pero pronto me desvío del género, en la investigación, ya que no se trata sólo de buscar a un asesino sino de desvelar el fondo oculto de la víctima. El título mismo da la clave, porque alude a la alquimia, que es el arte de transmutar unas cosas en otras, y a la impaciencia. Al final acaba siendo una novela sobre la prisa, sobre la precipitación con que vivimos y que nos lleva a convertirnos en lo que no queremos.

El corazón de la modernidad

-Es decir, no se trata sólo de una novela policiaca o costumbrista...
-Bueno, escribo las novelas que me pide el cuerpo. No son costumbristas, tampoco fantásticas, porque no pretendo solucionar nada, sólo indagar en problemas reales. Tampoco soy un escritor comprometido ni descomprometido. Quiero correr el riesgo de perecer con la realidad, porque no creo que la literatura que perdure sea la ajena a lo real sino todo lo contrario. Si perduran es por su relación con la vida. Con una importante objeción: en mis novelas no aparecen nombres reales ni circunstanciales, sólo conflictos reales. Sin impartir doctrina, pero con la intención de que la gente se plantee dudas, que desarrolle un cierto escepticismo sobre las cosas, que no son tan deseables como parecen. Como el éxito económico fulgurante, que suele acabar de forma miserable. Quiero viajar al corazón oscuro de la modernidad deslumbrante. Porque ahora todo tiene que ser deslumbrante, los coches, las casas, el ordenador, pero cuando uno apaga el ordenador o sale del cine y piensa, se da cuenta de que debajo no hay nada. Ni uno mismo siquiera.

-Sí, el libro rezuma una sensación vertiginosa de vacío, de sueños malogrados o corrompidos.
-Por supuesto. Hay un personaje que dedica todo su esfuerzo a cambiar su fortuna y lo consigue espectacularmente, pero ese proceso de edificación de la riqueza le ha llevado a la absoluta destrucción de sí mismo. Son procesos simultáneos y frecuentísimos. A menudo, y lo tengo comprobado en la vida real, abundan quienes están en posesión de todo lo que se habían propuesto y no de sí mismos.

-¿Piensa seguir la serie?
-No estoy seguro. Tengo ideas para más novelas, también otros crímenes, otros lugares... Creo que sí, porque con esta serie me lo he pasado tan bien y con tal sensación de novedad, que sé que no están agotados, que puedo seguir con estos personajes más allá. Tampoco quiero reeditar infinitamente el mismo libro, sino seguir avanzando con los personajes...

-Acaba de visitar algunos colegios andaluces en una campaña para incentivar la lectura. Ahora que se nos dice que un 50 por ciento de los españoles no lee jamás, ¿cuál es su experiencia como autor de novelas para jóvenes de 14 a 16 años?
-Me resisto a darlo todo por perdido. Yo me dedico a la literatura juvenil desde hace tres años y es un desafío constante y apasionante, porque son exigentes, y no tienen nada que ver con esa imagen de tarados que algunos dan. Quien lee a los quince años siempre mantendrá su curiosidad y entusiasmo y no dejará de hacerlo. Siempre que aparecen datos alarmantes pienso que me encuentro ante una imputación de responsabilidad a los demás. Cuando me dediqué a las ventas, sabía que la culpa de que alguien no te compre no es del cliente sino tuya. Si no se lee, la culpa no la tiene la gente, es nuestra. Tenemos que asumir todos los riesgos y conquistar al lector.