La edición sin editores
André Schiffrin
7 junio, 2000 02:00André Schiffrin
Schiffrin describe la realidad, con los nombres de transnacionales que pujan no sólo por adquirir la cartera editorial de empresas menores, sino, sobre todo, el "aura" legitimadora de lo literario que emanan
André Schiffrin, hijo del gran editor de origen judío que fundó La Pléiade en Francia, ofrece su testimonio como un episodio más de ese proceso, característico de la posmodernidad, por el que la aplicación del liberalismo económico a ultranza ha venido a representar la destrucción de los fundamentos culturales de la empresa editorial en aras de la eficacia del mercado. él mismo alude a sus relaciones privilegiadas con España, donde se siguió con pasión el proceso de su abandono de Panteón y la fundación de la pequeña editorial independiente en la que ahora trabaja, The New Press. "Es de esperar que España sea capaz de evitar en toda su magnitud los cambios que han tenido lugar en Estados Unidos y Gran Bretaña" (página 64), escribe un tanto ingenuamente Schiffrin, pero todos sabemos que no está siendo así, y que el proceso que nos describe viene a coincidir punto por punto con el que un Mario Muchnik, por caso, también ha denunciado.Lo que está en juego, a la vista de tales testimonios, es algo fundamental: la pervivencia de la literatura como la "palabra esencial en el tiempo" que proclamaba Antonio Machado. Una escritura concebida desde la aceptación de su caducidad por parte del autor, toda escritura "fungible" deja automáticamente de ser literaria, para convertirse en algo por completo diferente, en pasto de una cultura del ocio servida por una poderosa máquina industrial. El riesgo está, por lo tanto, en que se suplante la literatura por algo que no sea sino un remedo de la misma, pese a contar con el concurso de los que en un día fueron escritores y ya son tan solo operarios de una ingente factoría cultural.
Del sombrío texto de Schiffrin se deduce, no obstante, un cierto atisbo de esperanza. Nada está definitivamente perdido mientras la inmensa minoría no identifique la literatura "aurática" con rústicos cuerpos de libro nutridos con papel ceniciento y cubiertos de letras doradas y en relieve, editados simultáneamente en varias lenguas por grupos industriales como, por poner un ejemplo que se me ocurre a mí, Gulf & Western que, junto a departamentos financieros, inmobiliarios o químicos, posean divisiones donde la producción editorial entre en el mismo saco que la discográfica, fílmica, televisiva y videográfica, la prensa escrita, el tebeo o el show business.
No se trata de delirios apocalípticos: es la pura realidad, con los nombres y apellidos de transnacionales europeas, norteamericanas o australianas que pujan por adquirir no solo la infraestructura y cartera editorial de empresas menores, sino, sobre todo, el "aura" legitimadora de lo literario que emanan. Prueba de ese intento sutil de apropiarse de ella la encontramos en la práctica común de que cuando uno de esos monstruos empresariales se hace con una editorial de prestigio, lejos de integrarla en su marca pública preserve su sello. Pero ese no es más que el comienzo del fin, conforme a un protocolo de actuación invariable del que André Schiffrin nos hace una descripción tan sucinta como implacable.