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Letras

Última Navidad de guerra

23 enero, 2002 01:00

Primo Levi

Traducción de Miquel Izquierdo. Muchnik, 2001. 143 páginas. 15 euros

Parecía que, después de Auschwitz, el lenguaje había quedado exhausto, incapaz de explicar algo tan inconcebible como los campos de exterminio. Sin embargo, los que sobrevivieron a ese espanto no han cesado de utilizar el lenguaje para testimoniar su experiencia.

Al igual que Frankl o Semprún, Levi encontró en la escritura la posibilidad de seguir viviendo (aunque al final se quitara la vida, repitiendo la peripecia de otros supervivientes, como Bettelheim o Améry). La trilogía del Lager (Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados) es un clásico de la literatura testimonial. Nadie discute su mérito, pero siempre han persistido las dudas sobre el resto de su obra. Ya no es posible mantener esas objeciones. Levi nos dejó dos novelas espléndidas (Si ahora no, ¿cuándo? y La llave estrella), un texto inclasificable y de gran originalidad (El sistema periódico), y varios libros de cuentos (Historias naturales, Defecto de forma, Lilit y otros relatos), donde combina hábilmente un inequívoco propósito moral con elementos fantásticos y de ciencia-ficción.

Autor de poemas apreciables, su prosa rehuyó la oscuridad, buscando en la palabra ese orden racional que no percibía en las cosas. Última Navidad de guerra es un libro póstumo, donde se han reunido narraciones breves que hasta ahora permanecían dispersas en periódicos y revistas. Los cuentos fantásticos no ocultan su deuda con Kafka, pero no son simples variaciones de una fórmula ajena. La incomunicación de Gregorio Samsa se hace intensamente real en Auschwitz, donde las normas del campo y la diversidad de idiomas impiden que el lenguaje cumpla su cometido. La vocación de claridad convivió en Levi con su pasión por autores tan herméticos como Joyce, Celan o Trakl. Probablemente, ésa sea la causa de que en sus relatos se advierta la presencia de lo irracional. Sus incursiones en lo fantástico siempre van acompañadas de un sentido metafórico, capaz de suscitar interpretaciones tan opuestas como complementarias. De ahí que los extraños devastadores de En una noche puedan identificarse indistintamente con el terror pardo, el terrorismo rojo de los “años de plomo” o las formas sucesivas del mal. Jaque al tiempo y El fabricante de espejos manifiestan el gusto por la paradoja. Las entrevistas con animales revelan que, para conocer al hombre, hay que observarlo desde fuera.

Las narraciones autobiográficas prolongan la labor testimonial de obras anteriores. Levi se comparaba a sí mismo con Funes el Memorioso. Lejos de borrar los recuerdos, el paso de los años no dejaba de sacar a la luz rostros olvidados y palabras perdidas. Levi afirmaba que, sin Auschwitz, habría sido “un escritor fallido”. Este puñado de relatos demuestra que el valor de su literatura no estaba subordinado a su experiencia como deportado. Sus textos tienen la fibra moral de Pavese y la fuerza simbólica de Calvino, pero tampoco son ajenos a ese minimalismo altamente metafórico de la narrativa centroeuropea (Walser, Roth), trufado de un humor grotesco y desesperado (Frisch, Bernhard). Los autores no son los mejores críticos de su obra. La exhumación de inéditos o textos dispersos nos confirman lo que ya sospechábamos: la literatura de Levi no se agota en la evocación de lo inhumano.