Se está haciendo cada vez más tarde
Antonio Tabucchi
20 marzo, 2002 01:00Antonio Tabucchi, por Gusi Bejer
Ambicioso libro, pródigo en personajes e historias, feliz en su relación con la música, monotemático en su deliberado sentido mediterráneo. Tabucchi ha querido mostrarnos su virtuosismo de ejecutante
Tabucchi ha buscado la originalidad y ha efectuado un cierto tour de force en una literatura compleja que no se despoja, antes al contrario, de su origen intelectual y culturalista. Un ambiente mediterráneo envuelve cada historia: los paisajes en los que se desarrollan los recuerdos son identificables: las islas griegas, Creta, París, la Toscana, Salónica, Alejandría, Paros, Oporto, Barcelona... Pero realidad interior y ficción se confunden. Todas ellas poseen en común no sólo el clima, la vegetación, la comida, el vitalismo de los personajes (en una ocasión se cita a Katzanzakis, pero su influencia se deja sentir en el conjunto) y los mitos clásicos, comunes, aceptados. Se narra desde la artificiosidad de la carta cuya destinataria (casi siempre una figura femenina) nos resultará desconocida. En ocasiones la descubriremos en el interior de la historia; en otras, parece convertirse en un mero recurso.
"La carta es un mensajero equívoco", nos confiesa. "Y probablemente, otras tantas iguales habremos enviado, tal vez sin percatarnos de que entrábamos en un espacio real para nosotros pero ficticio para los demás, y del que esa carta es además el más genuino falsario, porque nos hacemos la ilusión de cruzar la distancia respecto a la persona lejana. Las personas están lejanas cuando están a nuestro lado, imaginémonos cuando están lejos de verdad". El narrador juega, pues, en arenas movedizas; puesto que el lector, además, sabe que esas cartas son también meras ficciones, metaficciones; mucho más cuando el género epistolar (salvo el e-mail) las ha convertido en antiguallas. Por otro lado, Tabucchi se permite, incluso, inscribir otra carta en la carta (como el cuento en la novela). Los mecanismos técnicos utilizados han sido meditados. Somos conscientes, además, de que el autor se sirve de los artilugios temporales. En uno de los relatos, la mujer a la que escribe, cuenta, se suicidó seis meses antes de su escritura. Los tiempos se entrecruzan ofreciendo una sensación abstracta, buscada, de la temporalidad, pese a que se nos confirme que los hechos acaecen, en otro caso, en 1981. Quien escribe lo hace desde la más profunda soledad por motivos diversas y con diferentes registros.
En ocasiones se evocan ciudades, desde otras ciudades; cuando no, se escribe con el rencor acumulado de una vida infeliz, cuando se abandona a la mujer (el arpista), tras haber sufrido tantas humillaciones. Los juegos de palabras, los fragmentos en los que la prosa se decanta hacia la poesía, se engarzan con un guiño surrealista. Además, el multiculturalismo atraviesa horizontalmente el libro, fecunda el lenguaje, los temas.
Tabucchi valora el poder evocativo del lenguaje. Nos permite ir de una parte a otra de una imaginaria geografía, del exterior al interior de los personajes. Las figuras femeninas constituyen excusas para el relato o pasan a ser protagonistas. Hay cartas que se inician con el tópico "Amor mío" y otras con la fórmula "Querida mía" y hasta "Querida, Queridísima Querida", salvo el relato final, que da título al libro y que, según su autor, podría contener en su interior otra carta que sería el germen de una posible novela. Pero, desde la madurez de los escribientes, casi en la vejez, el amor constituye una referencia vital, pierde protagonismo ante los avatares de una vida, quizá por su causa, perdida también.
Ambicioso libro Se está haciendo cada vez más tarde, tal vez exageradamente ambicioso, pródigo en personajes e historias, feliz en su relación con la música, monotemático en su deliberado sentido mediterráneo. En él Tabucchi ha pretendido mostrarnos su virtuosismo de ejecutante. Pero descubrimos también cierta ambigöedad, un deje pretencioso en las antípodas de Sostiene Pereira, una tal vez no deseada monotonía.