Image: La piel del tiempo

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Letras

La piel del tiempo

Luciano G. Egido

24 abril, 2002 02:00

Luciano G. Egido, por Gusi Bejer

Tusquets. Barcelona, 2002. 368 páginas, 17 euros

Esta novela es un espejo donde mirarnos. Casi es un libro filosófico sobre la maldad posible en nuestra especie y sobre la ausencia de todo progreso moral a lo largo de la historia

Si algo hay claro en la trayectoria del salmantino Luciano G. Egido (1928) es que se trata de un escritor que va a su aire. Sus cinco novelas publicadas apuestan por una originalidad nada vanguardista que consiste en escribir sobre lo que le parece con un constante cambio de modelos. Todo ello prueba una pluma versátil y el autor la ejercita en unas narraciones torrenciales, vigorosas y un tanto proclives al exceso.

Las novelas de Egido a veces evocan modos de contar decimonónicos. Otras se vinculan con las maneras especulativas de un sector de la modernidad. Y siempre resultan extrañas, de gran personalidad y casi podría afirmarse que inactuales. Quiero decir que su contenido supera las preocupaciones del día para convertirse en tratamiento de asuntos intemporales que adquieren un aura de modernidad gracias a una escritura densa y algo difícil. Todo esto parece traerle sin cuidado: nunca alcanzará gran número de lectores, pero sí al puñado de buenos aficionados habituales de nuestro país. Y como cuenta con un editor que se lo consiente, aquí lo tenemos con La piel del tiempo, una novela inclasificable, apasionada y apasionante... y más desmesurada que ninguna de las suyas precedentes.

Con la referencia de estas indicaciones genéricas, pueden darse ya unas cuantas claves de La piel del tiempo, aunque sólo unas pocas, pues su variado contenido requeriría mucho espacio para describirla bien. Suelda Egido de entrada un par de modelos clásicos: el manuscrito hallado y el relato marco que engloba otros relatos. Este esquema lo inserta en una narración histórica, género que cultiva en todos sus libros con libertad. Aquí el trecho cronológico abarca unos 800 años, desde las luchas de la reconquista de hacia 1200 hasta una fecha muy cercana al hoy.

Este tiempo dilatado se centra en el mismo ámbito frecuente en el autor, su ciudad natal. Añadiré un dato básico: la documentación fiel, que no falta, posee poca importancia porque estamos ante un argumento de corte fantástico que salta por encima de todas las convenciones del realismo. Así entran en el relato la magia, lo onírico o lo visionario, todo lo cual, por otra parte, nada tiene que ver con enfoques fantasiosos a lo Tolkien. Es otra cosa: una historia al margen de la realidad empírica concebida como pretexto para explorar y presentar en toda su crudeza y violencia, con fuego y sangre, la pasión humana, incluyendo en ella el vicio, la enajenación o el delito alevoso.

La novela resulta no poco dura por su estilo y por su construcción. Egido derrocha cualidades de prosista caudaloso y culto, y se recrea en párrafos largos de cierto virtuosismo. Cambia de registros, hace parodias y da cabida incluso al coloquialismo juvenil actual, aunque en esto el oído no le acompañe del todo. Respecto de la construcción, un hilván nos lleva a través del tiempo y ayuda a sortear la dificultad de una mezcla de materiales algo caótica. Alguien, en la remota época medieval, obtuvo la gracia de la inmortalidad. Sus descendientes han perseverado hasta nuestros días en la costumbre de redactar y ampliar unas memorias familiares. De esta manera, el espectral antecesor y el propio manuscrito funcionan de nexo para seguir el curso de la historia española a través de sus jalones principales.

Bastantes de los hitos de nuestro pasado se encadenan: las guerras de Reconquista, la expulsión de los judíos, la colonización americana, los terrores inquisitoriales, la llegada de los borbones, la última contienda civil... El nexo mencionado da continuidad a la trama, pero de hecho ésta sólo es un trasfondo que facilita una gran autonomía de los episodios. Más que novela, casi tenemos un libro de relatos independientes que afrontan una amalgama de asuntos genéricos de la condición humana: la muerte, la religión, el poder, el amor, la lujuria, la venganza, el dolor, la belleza, la piedad, la delación...

Este planteamiento da pie a la creación de numerosos personajes raros y a muchas peripecias, algunas magníficas de inventiva y espeluznantes en el resultado de su vigoroso desarrollo. Nada arredra al autor: ni la escatología, ni la perversión, ni las tintas del feísmo y la maldad expresadas un tanto a la manera del más impasible naturalismo. Pero la novela, en conjunto, se muestra en este terreno algo incontenida. Claro que una obra así ni está concebida para el solaz ni destinada a quien busca vaga y amena literatura, como antes se decía.

Es un espejo donde mirarnos. Casi es un libro filosófico sobre la maldad posible en nuestra especie y sobre la ausencia de todo progreso moral a lo largo de la historia. A quien se atreva no le parecerán pegas graves los reparos debidos al afán globalizador de Egido, a su empeño alegórico. Su meta no está lejana de recrear algo parecido a esa horrible zarabanda que encontramos en los cuadros de El Bosco.