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El club de los metafísicos
Louis Menand
3 octubre, 2002 02:00Louis Menand, por Gusi Bejer
Menand ha conseguido, con un estilo ameno, revisar la construcción intelectual de Norteamérica desde la Guerra Civil y la lucha contra la esclavitud hasta la consolidación del pragmatismo
Llega este volumen a las librerías españolas precedido de un enorme éxito. Se ha mantenido en las listas de libros más vendidos en EE.UU. durante meses, y ha recibido el premio Pulitzer de Historia 2002. Menand ha conseguido, con un estilo ameno, revisar la construcción intelectual de Norteamérica desde la Guerra Civil y la lucha contra la esclavitud hasta la consolidación, en las universidades y en el pensamiento norteamericano, del pragmatismo. Los jalones que marcan el texto de Menand lo constituyen las biografías de los principales personajes que giran en torno al Club Metafísico: Holmes, James, Agassiz, Peirce y Dewey. El lector asiste al desarrollo de las vidas de los fundadores del pragmatismo, al despliegue de sus ideas y contempla el clima social de la época y el crecimiento de las instituciones educativas que proporcionan apoyo a sus ideas.
El pragmatismo, como señala Menand, es una reacción contra el idealismo filosófico de la Europa continental del XIX. Sus fuentes se encuentran en el empirismo inglés que desde John Stuart Mill venía subrayando el papel de la experiencia en la génesis del conoci-
miento. El pragmatismo añade a esto que las creencias, sean del tipo que sean, están íntimamente ligadas al desarrollo de la acción humana y se pueden definir en términos de las disposiciones y motivos de cada persona a obrar de una determinada manera. En segundo lugar, el pragmatismo toma de Kant el carácter proposicional o activo de las creencias o el deseo en la formación del pensamiento, así como la existencia de ideas "reguladoras" como las de Dios o Alma, capaces de guiar el conocimiento.
A las dos influencias anteriores se añade el desarrollo industrial de la Norteamérica del último tercio del XIX. Dicha expansión industrial hundía sus raíces en una teología puritana que afirmaba con rotundidad que el trabajo duro y la virtud tenían su recompensa. Por último, en el desarrollo del pragmatismo tuvo mucho que ver la expansión del sistema de enseñanza superior. Menand traza la evolución de universidades tan decisivas para el pragmatismo como la John Hopkins o Harvard, pero sin recalcar lo suficiente el papel que tuvieron éstas en situar en un espacio socialmente adecuado y respetado a James, Peirce o Dewey. No puede olvidarse que el primer título de doctor universitario norteamericano se concedió en la Universidad de Yale en la tardía fecha de 1861.
Las universidades estadounidenses supieron tomar lo mejor de la enseñanza superior inglesa y de la alemana. Este pragmatismo de universidades como Harvard, Chicago o Yale encajaba con la idea según la cual la filosofía debía ser un tipo de conocimiento al alcance de cualquier hombre. Y su carácter debía ser eminentemente práctico. Los hechos y la acción conforman al pensamiento.
Pese a que Menand ha utilizado un lenguaje sencillo, y pese a que su texto está trufado de jugosas anécdotas, conviene advertir que estamos ante una perspectiva filosófica compleja y enrevesada, como ya advirtiera Bergson en 1909. En un final un tanto apresurado, Menand muestra la trayectoria del pragmatismo en el siglo XX, y cree ver su eclipse en los años de la Guerra Fría y su reaparición tras la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, las reflexiones de William James han estado siempre presentes en la psicología; las de Peirce, en la semiótica y en la etnometodología, y las de Dewey no han desaparecido nunca de la educación. Otra cosa es que el pragmatismo haya suscitado rechazos. No podía ser de otra manera en una filosofía tan característica de la Norteamérica de Nueva Inglaterra.