Image: El viaje de Jonás

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Letras

El viaje de Jonás

José Jiménez Lozano

19 diciembre, 2002 01:00

José Jiménez Lozano, por Gusi Bejer

Ediciones del bronce. Barcelona, 2002. 132 páginas, 12 euros

Jiménez Lozano va mucho más allá de un testimonio concreto y parcial. Su mirada de narrador se abre a la vida actual en sentido genérico y traza una desmitificadora radiografía de los afanes de nuestro tiempo

Una de las constantes de la narrativa de José Jiménez Lozano se halla en la novela histórica, y, dentro de ésta, en la ficción de ambiente y problemática religiosos. Así, Historia de un otoño trata la conflictividad jansenista que acabó con la destrucción del monasterio francés de Port Royal y El sambenito la persecución inquisitorial del ilustrado Olavide.

Con El viaje de Jonás vuelve el autor a un asunto religioso que sitúa en un horizonte temporal muy lejano , y, sobre todo, le da un tono nada grave. Puestos a repescar un episodio de ese sinfín de riquísimos materiales novelescos que atesora la Biblia, no podía haberse fijado en uno más inventivo, divertido, disparatado y jugoso que el pasaje donde se refieren las desventuras de Jonás. Es más, este cómico profeta menor ofrece un buen antecedente del pícaro. Es un pícaro de edad remota, que, primero, trata de escaquearse de un molesto encargo divino y, luego, se enfada con lo Alto porque no cumple lo que él espera y desea.

Así que debe celebrarse, en primer lugar, el buen ojo de Jiménez Lozano al fijarse en un pasaje que se presta a las mil maravillas a una distorsión actualizadora y a una lectura moderna de tipo ejemplar nada ajena a la voluntad didáctica del originario Libro de Jonás. El relato de nuestro autor sigue con bastante fidelidad el falsamente atribuido al profeta. JHVH (curiosa grafía que sustituye a la más común Jahve) encomienda a Jonás que vaya a Nínive, pecadora ciudad asiria, y anuncie su destrucción. Temeroso, se hace el loco y se embarca hacia una "Tierra de Conejos" (antiguo nombre de Hesperia, España, aunque el texto no lo aclare). Pero se desata una gran tormenta, lo echan al mar, se lo traga una ballena y ésta lo arroja en una playa. Entonces no le queda más remedio que cumplir la misión. Lo hace, los de Nínive con su rey al frente se arrepienten y Dios suspende su sentencia. Jonás regresa a casa enrabietado con JHVH.

La gracia intrinseca del relato primitivo se trasforma en una fina y divertidísima comedia costumbrista que, sin salir de aquel remoto tiempo, habla todo el momento de usos, gestos y actitudes actuales. Jonás se presenta como un funcionario de segunda fila que no quiere compromisos y sólo desea llegar tranquilamente al fin de mes. Su mujer, Micha, celosa y desconfiada, le ata corto. Ella tiene un gran sentido práctico y ejercita con mucha sabiduría la "desconstrucción" de cualquier realidad cotidiana.

Basta esta pericia desconstructiva de la esposa para ponernos en alerta sobre la eficaz transposición contemporánea de la historia de Jonás. Por medio de éste y otros guiños, se pasa del ayer a la estampa animada de un matrimonio de la clase media funcionarial de hoy. Y por este camino se desemboca en una relectura del por sí mismo extraño mensaje del relato bíblico. El sentido aparente dice que Dios se cuida de todo el mundo y no sólo de los israelitas. Pero también que la misericordia de lo Alto es mayor, y más amplia que la de los hombres.

Considerando las preocupaciones habituales del autor, podría decirse que éste último es el mensaje de la novela: una crítica del catolicismo formalista, falto de espiritualidad y sobrado de egoísmos personales de los pastores; un catolicismo nada cristiano. Y viendo las cosas que han pasado en la diócesis del escritor, esta lectura resulta sugestiva y posible. Pero no creo que completa.

Va, me parece, Jiménez Lozano mucho más allá de un testimonio concreto y parcial. Su mirada de narrador se abre a la vida actual en sentido genérico y traza una desmitificadora radiografía de los afanes de nuestro tiempo. De cualquier mo-
do, lo importante es subrayar los aciertos en su enfoque artístico. Ante todo su riqueza idiomática, que, sin virtuosismos, hace verdad mediante la lengua la mirada irónica del narrador. El léxico exacto y la sintaxis flexible se ven de repente agitados por un giro coloquial que produce un efecto humorístico inmejorable. Y es que en el humor está el gran registro de esta seria pero amable paráfrasis. Un humor incisivo tanto verbal como de situaciones e ideas, y que abarca incluso la propia estructura del relato. El viaje de Jonás se cierra con unas pocas páginas tituladas con un rótulo polisémico que ya utilizó Valera en Pepita Jiménez: "Paralipómenos". Este término griego designa dos obras bíblicas que complementan el Libro de los Reyes y significa "cosas omitidas". Se trata de unas apostillas o adendas de corte intelectual que constituyen una última broma del autor, muestra de su ironía culta y sutil, por medio de la cual una novela tan arriesgada se hace amena y gratificante. Siempre que no se piense que humor es lo que hacen los Morancos y otros adefesios semejantes.