Image: La Gran Vía es Nueva York

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Letras

La Gran Vía es Nueva York

Raúl Guerra Garrido

16 septiembre, 2004 02:00

Raúl Guerra. Foto: Iñigo Ibáñez

Alianza. Madrid, 2004. 542 páginas, 17’50 euros

En buena parte de su larga trayectoria de escritor, Raúl Guerra Garrido, madrileño de 1935 establecido en San Sebastián hace muchos años, cultiva un tipo de narrativa sólidamente asentado en el peso de las anécdotas, en la recreación psicológica y, más de una vez, en el análisis crítico de problemas sociales o políticos, entre éstos y sobre todo, la violencia en el País Vasco.

Todo ello da el perfil global de un novelista aficionado a una ideación tradicional del género. No es, sin embargo, ésta la imagen entera de Guerrra Garrido, pues también cuenta con otros registros. En sus inicios se ve un narrador de prudente afición experimental. Buena atención a la modernidad literaria prestaban un par de revistas ya desaparecidas que alentó, Kantil y Kurpil. El relato autobiográfico abierto a la imaginería está en un reciente Cuaderno secreto. Guerra es un escritor versátil y no indiferente al juego de la forma.

Este recordatorio resulta oportuno para situar en el contexto global de una escritura La Gran Vía es Nueva York, el nuevo y en parte sorprendente libro del autor de Lectura insólita de ‘El Capital’, pues su novedosa factura extrañará a quien tenga una idea del escritor basada en El año del Wolfram o La mar es mala mujer. Al contrario que en estas novelas de planteamiento tradicional, La Gran Vía... tiene un enfoque personal, de meritoria originalidad, y obedece a un impulso rupturista muy libre, franco y creativo. Se trata de un texto mestizo. Lo integran un centenar de secuencias, en general bastante cortas, cuyo nexo de unión radica en estar relacionadas todas ellas con una de las principales arterias de Madrid, la Gran Vía identificada humorísticamente en el título con la metrópolis americana. Al comienzo de la obra, Guerra da noticia colorista de la remodelación urbana de hace un siglo largo que diseñó esta calle. Luego se suceden secuencias narrativas que constituyen una especie de recorrido por la historia de toda la centuria pasada, referidas unas veces a hitos notables y otras a hábitos y espacios que encierran una expresiva radiografía social y moral de una época entera.

Hay en todo ello una base costumbrista, de fina e intencionada observación, pero nada de costumbrismo complaciente o convencional, sino muy moderno tanto en la mirada como en la forma. La mirada se basa en una mezcla curiosa y atinada de perspectivas que abarcan lo noticioso, e incluso la pura documentación, lo vivido, lo sentido y lo imaginado o inventado. La forma se despliega en una verdadera verbena de moldes. Hay estampas plásticas, aunque en un número prudente. Hay media docena de "texturas urbanas" que acogen indicios reveladores, al modo de los anuncios y leyendas que Dos Passos insertó en Manhattan Tranfer. Hay relatos reales. Y hay, también, relatos imaginarios y hasta visionarios. Aparte de una soterrada confesionalidad que discurre por el subsuelo del libro entero. Nada que ver con un testimonialismo chato porque el autor se atiene al principio estético que enuncia en el primero de los textos: "El realismo no significa limitar el vuelo de la imaginación plástica porque nada se parece menos a la realidad que la realidad misma". Un sutil hilván sirve de hilo conductor a los textos. No todos tienen la misma altura. Algunos logran cimas de interés narrativo y de emoción: así la visión de la Gran Vía sometida al pertinaz bombardeo franquista. Otros textos recrean modos de vida característico de una época: algunos referidos a bares famosos (Chicote o Abra) o a centros sociales (la aristocrática Gran Peña).

Las estampas, apuntes y auténticos cuentos agavillados en La Gran Vía es Nueva York tienen un nivel medio de notable mérito y la única pega, relativa, que cabe ponerle al libro estriba en su longitud. Se nota algo así como una cierta exhibición de facultades por parte del autor y ello alarga innecesariamente el censo de secuencias. Con algunas menos, la obra resultaría más concentrada, se evitaría cierta fatiga por saturación de situaciones y brillaría más lo importante de esta obra tan valiosa e interesante: la feliz ideación artística, miscelánea de testimonio, hiperrealismo y fábula, que permite contar un tiempo a través de un espacio urbano emblemático.