Image: Las hermanas Zinn

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Letras

Las hermanas Zinn

Joyce Carol Oates

11 noviembre, 2004 01:00

Joyce Carol Oates, por Gusi Bejer

Traducción de Carme Camps. Lumen. Barcelona, 2004. 992 páginas, 27 euros

Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) ha recreado el clásico de Louisa May Alcott, Mujercitas (1968), sustituyendo el suave feminismo y los afectos moderados por el inaplazable deseo de independencia y el desorden de las emociones que desbordan la voluntad y el principio de realidad. Las hermanas Zinn no se conforman con adquirir la estabilidad del amor correspondido.

Tampoco con la posibilidad de consumar una vocación, aceptando las renuncias inherentes a un oficio incompatible con las obligaciones asignadas a las mujeres por la sociedad norteamericana de finales del XIX. El inconformismo de Jo, que posterga el matrimonio para no interrumpir su incipiente carrera literaria, sólo refleja un tímido anhelo de cambio que contrasta con el desorden mental de Deirdre o la rebeldía de Malvinia, que se apartan de los convencionalismos morales y metafísicos. Malvinia se convierte en actriz y amante de Mark Twain, pero su carácter apasionado e iconoclasta no afecta a la percepción de la realidad. Su complacencia con los excesos y su fascinación por el mal no son tan turbadoras como las visiones de Deirdre, que advierte las insuficiencias de la razón en su interpretación del mundo.

La familia Zinn está compuesta por cinco hermanas. John Quincy es un padre amable y comprensivo, que ha conseguido una notable reputación como pedagogo, utilizando la mayéutica socrática. Su magnetismo -una combinación de sobriedad y emotividad, de suave virilidad y desinhibición para expresar los afectos- esconde un terrible secreto, que cuestiona su imagen de patricio. Hijo de un buhonero que murió linchado por el populacho, conoció desde muy pronto la crueldad de los hombres, que aprovechan cualquier error de sus semejantes para liberar sus fantasías violentas. La espantosa muerte de su padre no le horrorizó tanto como esas voces que fingían cordialidad para infundirle confianza y conseguir que abandonara su escondite en el bosque. La compasión estaba ausente en esa multitud que pretendía completar su trabajo, aniquilando al niño que acompañaba al buhonero. Esa experiencia determinará que renuncie a la autoridad como maestro, suprimiendo la asimetría entre el docente y el alumno e invitando a sus discípulos a buscar la verdad en sí mismos y no en las enseñanzas ajenas. Esta indulgencia adquiere un matiz excéntrico al plantearse la reforma de las diferentes modalidades de ejecución de la pena capital. Cuando propone que se realice induciendo un sueño letal, ambas cámaras rechazan su proyecto, alegando que cualquier método debe incluir ingredientes de espectáculo y sufrimiento. Su amistad con un personaje extravagante que asesina a un presidente, sólo corrobora que John Quincy no es un ciudadano convencional ni un hombre equilibrado, sino un neurótico que ha convertido su vulnerabilidad en apariencia de virtud.
Su esposa, Prudence, no es ajena a esta impostura, pues su serenidad sólo es una máscara que oculta su incapacidad de controlar sus emociones. Durante su noviazgo, la urgencia de conseguir intimidad con un cortejado e irresistible John Quincy desembocó en sucesivas crisis histéricas. El desorden interior de los padres se refleja en las hijas. Samantha sólo muestra interés por la ciencia y el conocimiento. Su indiferencia hacia el amor y el sexo no es menos pertinaz que su apego a John Quincy. Su tiempo está reservado a colaborar con su padre en sus improbables inventos. Los dos pasan tardes y noches en un laboratorio que explora los límites del ingenio humano. La inutilidad de su trabajo acentúa el aire enrarecido que se respira entre esas paredes. La sombra del incesto agita sus alas en esa extraña complicidad. Constance Philippa no actúa de una forma menos ambigua. Su matrimonio con un diminuto aristócrata nunca se consuma. Durante la noche de bodas, se esfuma misteriosamente, logrando que su marido copule con un maniquí, sin advertir el engaño. Su desaparición insinúa un terror patológico al sexo. Octavia no es menos desgraciada. Su vida familiar es una desdicha interminable, pero nunca se plantea empezar una existencia nueva, diferente. Hay cierta complacencia en ese sufrimiento que nace de una incomprensible necesidad de expiación. Su mansedumbre contrasta con la perversidad de Malvinia, que disfruta con el efecto que produce en los hombres. A los ocho años, ya es consciente de su atractivo sexual y no le importa causar la perdición de un seminarista. Joyce Carol Oates adopta la perspectiva del narrador omnisciente, que moraliza sobre los actos de sus personajes, deplorando su extravío o aplaudiendo su virtud, pero se trata de una posición engañosa, pues sus comentarios siempre están impregnados de ironía. Su didactismo es ilusorio, ya que la novela está saturada de violencia y deseo. Los comportamientos de sus personajes sólo resultan inteligibles a la luz de su sexualidad, que se reprime o desborda, pero que siempre actúa como motor de sus conductas. Aunque su carácter incons- ciente escamotea su presencia, nada sucede sin su mediación.

El personaje de Malvinia es un alegato en favor de la inmadurez y el narcisismo. Incapaz de superar la infancia, su amor hacia un actor infatuado es tan irracional como incontrolable. Esa morbosidad se repite en su relación con Mark Twain, una experiencia donde confluyen el afán de dominio, los celos autodestructivos y el placer de la humillación. Deirdre, la hermana adoptada, también se mueve entre sombras. Desde niña, escucha voces y experimenta visiones. Sus hermanas no le ahorran vejaciones y ella sueña con apuñalarlas mientras duermen. Su fuga o rapto en un misterioso globo de seda negra sólo es el preámbulo de su carrera como médium. Su amistad con Madame Blavatsky impulsará su carrera, convirtiéndola en una de las figuras más importantes de la Sociedad Teosófica. Oates muestra una vez más su debilidad por la novela gótica, introduciendo elementos fantásticos y oníricos. Las profecías de Deirdre no son menos inquietantes que el accidente de un joven ayudante de su padre, que desaparece en una máquina del tiempo, sin que la razón logre esclarecer el misterio. Lo incomprensible se hace más insoportable al comparecer en una escritura limpia, fluida, que nunca renuncia a la claridad ni al humor. Oates muestra un extraordinario conocimiento de los afectos humanos, pero esa sabiduría se basa en la resolución de no eludir ningún aspecto indeseable. Nada más humano que el deseo, pero el deseo no es una fuerza moral, sino un impulso que nos constituye y nos disgrega. Las hermanas Zinn atienden a su deseo o lo evitan, sin lograr neutralizar su acecho. Su impotencia, perplejidad o urgencia determina su dicha o infelicidad. Pip, el monito de John Quincy, vive al margen de estos conflictos. En su caso, el deseo actúa como una fatalidad biológica, sin bordear los abismos de culpa, miedo o incertidumbre que acosan a los humanos. Oates no pretende explicarlo todo. Es más, considera que lo incomprensible no puede ni debe erradicarse, sin dañar irremediablemente lo real. El conocimiento de los otros siempre es incompleto y la escritura sólo es una tentativa de comprensión que arroja luz, sin disolver las sombras que circundan los claros abiertos.

Oates es una autora prolífica. Ha publicado más de cuarenta títulos y su obra no cesa de crecer. Su nombre ha merodeado el Nobel y la crítica ha reconocido unánimemente el vigor y la inspiración de su escritura. Las hermanas Zinn es una novela extraordinaria, que combina ironía, indagación psicológica, especulación metafísica y metaliteratura. Su estudio del miedo, el deseo, la infancia, el sueño o las pasiones reprimidas sólo corrobora que el ser humano necesita objetivarse en un relato para adquirir un conocimiento insuficiente de sí mismo. La imposibilidad de completar ese esfuerzo garantiza la continuidad de la escritura.


Vida de libro
Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) comenzó a dibujar historias antes de aprender a leer y escribir. A los 14 años le regalaron una máquina de escribir y a los 15 años envió a un editor su primera novela, que le rechazaron por demasiado "siniestra", aunque eso no frenó su entusiasmo. Licenciada en Letras por la Universidad de Wisconsin, en 1962 se trasladó a Detroit en una época de estallidos raciales que le inspiraron varios libros sobre la violenta realidad americana. Entre 1968 y 1978 enseñó en la Universidad de Windsor (Canadá), mientras publicaba dos o tres libros al año hasta convertirse en una de la escritoras más admiradas y premiadas de EE. UU. y en eterna candidata al Nobel. Profesora de escritura creativa en Princeton desde 1978, entre sus novelas destacan Puro fuego, El primer amor, Blonde, Qué fue de los Mulvaney, Solsticio, Agua negra, ángel de luz, Zombi y Gente adinerada. Cuando en 1975 el New York Times le preguntó por el secreto de su éxito, confesó que se debía a "una vida convencional y moderada, con un horario estricto y sin extravagancias".


Cataratas
Infatigable escritora, Oates acaba de publicar en Estados Unidos su última novela, The falls (Ecco/HarperCollins, 481 págs., 26’95 dólares). Ambientada en las cataratas del Niágara, el crítico del suplemento de libros del New York Times dice que uno "casi necesita un chubasquero para leerla. Oates derrama su historia en grandes cascadas de páginas de prosa en las que las palabras, las frases, incluso los capítulos a menudo parecen como gotas de agua de las cascadas. Su método ha sido siempre abrumar a sus lectores, agotarles con su sensibilidad". Y todo para terminar por reconocer su admiración por la escritora, su trasparencia emocional, su resistencia y su voluntad de denunciar los grandes problemas sociales de la vida americana. "Oates sigue implacable, imparable. [...] No queda mucho lugar para la sorpresa. Oates sabe que el medio más seguro para que su mundo de ficción sobreviva es considerarlo un lugar interesante para visitar, pero en el que no querrías vivir".