Image: Instante

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Letras

Instante

Wislawa Szymborska

2 diciembre, 2004 01:00

Wistawa Szymborska, por Gusi Bejer

Traducción de gerardo beltrán y Abel A. murcia. igitur. tarragona, 2004. 85 páginas, 8’65 euros

Hay críticos que creen que una obra poética no debe tener evolución, como si el yo y la escritura en que éste se expresa carecieran de cambio y movimiento y fueran algo así como la imagen rígida de una gélida continuidad. A estos críticos a quienes las obras les interesan menos que su propia idea de las mismas, este nuevo libro de Wistawa Szymborska les decepcionará.

Para empezar, Instante no es exactamente un libro sino un cuaderno o -mejor- una colección de poemas que nos ofrecen un espectáculo de carácter íntimo, que no es aquel al que nos tiene acostumbrados el tipo de lirismo comúnmente asociado a una reductora noción de cotidianeidad. No: nada de eso. Lo que Instante propone es -ya lo he dicho- un nuevo concepto de "poema-
espectáculo", en el que la sensación y la reflexión nos hacen acceder al hermético territorio de las cosas.
Poesía, pues, gnoseológica ésta que nos acerca a la metafísica de nosotros mismos y a la de la realidad de nuestro entorno; que no excluye los riesgos de la historia ni el dolor de la identidad; que aume la condición del tiempo, pero la transfigura y la transciende; que acepta el caos pero también la revelación.

En esta aventura casi última la Szymborska se embarca en una escritura cada vez más desnuda, en la que la sintaxis funciona como bloques de percepción, más que como unidades de sentido, en los que, como en "Las Nubes", nada ni nadie necesita ser visto "para poder pasar". Ese caleidoscopio que forman en el cielo les impide "repetirse nunca". Por eso son para nosotros un espejo en el que contemplar no sus formas sino nuestra propia contingencia: una contingencia que Instante analiza y recoge en su sencilla y compleja variedad. El tiempo -que da título al libro y tema también- se desarrolla aquí a modo de variantes y el lector asiste a una puesta en escena de diversos mecanismos de emoción en los que el yo -conviene subrayarlo- no es el único eje. "El silencio de las plantas" objetiva la situación del sujeto en el mundo, ajeno a todo lo que significa él. Por eso, después de lamentarse ("Tengo nombres para vosotras:/arce, cardo, narciso, brezo,/enebro, muérdago, nomeolvides,/y vosotras no tenéis ninguno para mí") afirma: "todo lo que os digo es un monólogo/y no sois vosotras quienes lo escuchais". Monólogo y monodia forman los tonos de esta voz lúcida y austera que intenta extraer de la vida su última y acaso única verdad: la de "Recuerdos", un poema con ritmo de relato de Chejov; o la de "El teléfono" que, como en el mejor Hierro, se abre hacia lo onírico. La experiencia nos "acostumbra a la muerte", como en "Primer amor", uno de los momentos más sólidos del libro; o nos advierte, como si fuera la Zambrano, que "Alma se tiene a veces", pero "Nadie la posee sin pausa/y para siempre".

El milagro y la sorpresa tienen un sitio aquí en la resurrección que supone "Hora temprana", como la ironía que siempre caracterizó a su autora reaparece en "Contribución a la estadística", en el que se combinan, a partes iguales, sarcasmo y moral. Su famosa "Fotografía del 11 de septiembre" une lo plástico y lo ético en su contundente final ("Sólo dos cosas puedo hacer por ellos: describir ese vuelo/y no decir la última palabra"), como su singular esquema de epigrama y elegía articula "Equipaje de vuelta", un texto que reconoce las limitaciones de la propia lengua, pero que admite que "Sólo la pétrea lengua griega tiene palabras para esto".

La aceptación epicúrea de "Baile" ("un rincón modesto/en el que las estrellas dan las buenas noches/y hacia el que parpadean/sin mayor significado") o la humildad de "Aparte" proporcionan algunas de las claves de un título que ha de ser leído como si fuera un testamento, porque acaso es eso lo que es: un catálogo de preguntas, en las que la Szymborska ha objetivado la posición intelectual de una mujer que no renuncia ni a saber ni a sentir; que se enfrenta a los peligros de la decepción y a las trampas de la inteligencia y que, como los poetas más antiguos, es capaz de encontrar en los seres y en las cosas, más que su inútil sombra, su siempre difícil resplandor. Eso es lo que nos dice y nos refiere Instante: un punto inmóvil, como el de Dante y el de Eliot, sometido a la vez a su caducidad y a su redención. La brevedad y el reducido número de poemas que lo informan contribuye a aumentar aún más la intensidad que lo distingue y que hace de este texto unitario una coherente cosmovisión, más esperanzada que nihilista, precisamente porque devuelve a los términos y a las cosas su auténtico valor. Poesía, pues, de revisión de valores y de consolidación de los mismos, en un mundo tan amenazado como el nuestro, donde nada ni nadie parece ya tener valor.

La poesía de Wislawa Szymborska nos devuelve no un lenguaje literario o literaturizado al uso, sino una palabra poética pronunciada y vivida a modo de verdad. Esta es su condición y me atrevería a decir que su principal característica. Y eso es lo que la excelente traducción de Gerardo Beltrán y Abel Murcia refleja: una escritura capaz de soportar y superar las violencias que toda versión supone y de seguir, pese a ello, acercándonos su "dolorido sentir". Sabiduría de vida y experiencia de texto coexisten en esta veintena de poemas, todos imprescindibles, en los que los hechos más mínimos reciben el aura de un detalle que los estaña y los hace para siempre fluir. Lo que sucede siempre es incomprensible; la poesía auténtica también: está hecha de cosas de siempre que de pronto son nuevas otra vez. Wislawa Szymborska no necesita ni la ideología ni la retórica: en ella y en su obra habita la poesía de verdad, la única a la que deberíamos darle este nombre.

Primer amor

Dicen
que el primero es el más importante.
Eso es muy romántico,
pero no en mi caso.

Algo entre nosotros hubo y no hubo,
sucedió y tuvo su efecto.

No me tiemblan las manos
cuando encuentro pequeños recuerdos
y un fajo de cartas atadas con una cuerda
-si al menos fuera una cinta-.

Nuestro único encuentro tras los años
fue una conversación de dos sillas junto a una fría mesita.

Otros amores
hasta ahora respiran profundamente en mí.
A éste le falta aliento para suspirar.

Y sin embargo justo así, como es,
puede algo que los otros no pueden todavía:
no recordado,
ni siquiera soñado,
me acostumbra a la muerte.


Busco la palabra
Wislawa Szymborska nació en Kornik, cerca de Poznan, el 2 de marzo de 1923 y vive desde 1932 en Cracovia. Durante la guerra siguió cursos clandestinos de literatura polaca y sociología en la Universidad Jagielona, mientras trabajaba como empleada de correos. Su primer libro publicado fue Busco la palabra (1945), pero no empezó a conseguir reconocimiento literario hasta la aparición, en 1952, de su poemario Por eso vivimos, que fue seguido de Preguntas planteadas a una misma (1954). A partir de 1956, Szymborska opta por una reflexión personal e intimista que le devuelva un equilibrio espiritual. En esta línea escribe Llamada a Yeti (1957). Le siguen Sal (1962), Cien consuelos (1967), Gran número (1976), Gente en el puente (1986) y Fin y principio (1993), en los que ya aparece perfilado su estilo intimista, irónico, paisajístico y existencialista. Con Czeslaw Milosz, Tadeusz Rozewicz y Zbigniew Herbert, Szymborska está entre los más grandes de la Edad de Oro de la poesía polaca.

Galardonada en 1996 con el codiciado premio Nobel, también cuenta con el premio de la ciudad de Cracovia (1954); premio del Ministerio del Arte y Cultura (1963); premio de Zygmunt Kaladach (1990); premio Goethe (1991); premio Johannes Herder de la Universidad de Viena (1995) y el premio anual que otorga el Pen Club en Polonia.